La deuda es con nosotras
La resistencia negra de la agricultura familiar

Argentina

La deuda es con nosotras

Rosalía Pellegrini, junto con otras 200 mujeres rurales, conforman la Asociación Mujeres de la Tierra. Juntas le apuestan a la conexión con la naturaleza, a un consumo consciente, a la cultura regional del alimento, y principalmente, a la agroecología como respuesta a un modelo agroalimentario extractivista y patriarcal.

Fotografías Cristina Sille

Texto Estefanía Avella

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ENTRADA

Vas en un auto, de una ciudad a otra, mirás por la ventana y en cámara rápida, lo que pasa repetidamente por los ojos y luego por la mente es la ruta, la soja, la nada.

Ruta, soja, nada.

Ruta, soja, nada.

Y así, cientos de kilómetros.

Ruta, soja, nada.

Y así, miles de kilómetros.

Ruta, soja…

— Y de pronto un pequeño monte nativo. Pero ya está. Decís: esto se termina.

Se termina, dice Rosalía, porque cada año aumenta el desmonte, se expande la frontera agropecuaria, se siembran millones de hectáreas de soja, se incendian los bosques.

El resultado: aproximadamente 200 mil hectáreas a menos de bosque nativo en 2022 en Argentina; algo así como 10 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires.

De ahí:

Ruta, soja, nada.

Rosalía Pellegrini, junto con otras 200 mujeres rurales de cinco provincias de Argentina: Buenos Aires, Rio Negro, Chubut, Misiones y Corrientes, conforman la Asociación Mujeres de la Tierra; una organización que nació en 2022 —anteriormente quienes la iniciaron hicieron parte de la Unión de trabajadores de la Tierra (UTT), una organización de familias pequeño productoras y campesinas— y que tiene como objetivo acompañar a mujeres rurales y campesinas, y visibilizar su rol en la agricultura y el campo.

“Porque organizarnos es fortalecer nuestras cooperativas, nuestros emprendimientos productivos, formarnos, capacitarnos como líderes campesinas y dar el debate de cuál es el rol de las mujeres en el agro y cuál es nuestra mirada sobre el modelo productivo”, explica Rosalía.

Rosalía vive desde hace 11 años en la zona de mayor biodiversidad de la Provincia de Buenos Aires: el Parque Pereyra Iraola, a 40 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí, tiene su casa. Una casa pintada de un rojo más bien oscuro, con una puerta de madera que parece antigua y que contrasta con su color aguamarina. Alrededor, además de los perros y las gallinas, un patio extenso, una huerta y un invernadero con plantas de todo tipo: grandes, chicas, árboles, arbustos, enredaderas, hortalizas y legumbres.

Mientras charla, toma mate y trasplanta los almácigos (o semilleros) recién germinados a unas bolsas negras plásticas con tierra, le pide a Ileana —una de las compañeras de Asociación— que le ayude a mencionar los nombres de las plantas que cultivan: Rosa de río, Sacha huasca, Salvias: Roja, Guaranítica, rastrera, Achiras, Jazmín de la selva, Jazmín de Chile, Aromito, Algarrobo, Timbó, Ceibo, Tala, Moye, Ñapindá, Azota Caballo, Guarán.

El común denominador de esa lista: solo plantas nativas, locales.

Luego, una segunda lista: acacio negro, ligustro, fresno, álamo, mora…

Esas: las exóticas. O como les dice Rosalía, “las hegemónicas”.

Detiene la lista en las moras, para lamentarse. Tiene muchas plantas de moras, pero desgraciadamente hay que sacarlas. “Con algunas exóticas podés convivir, pero con otras: es la vida de ellas o del resto”.

Lo que ha plantado en los últimos meses, es su primera temporada de plantas nativas: “Yo vivero siempre hice, pero con exóticas”. El cambio, lo justifica con la coherencia:

“No se trata solo de vivir en el campo. Hay que combinarlo con la militancia. Hay que generar una producción coherente con el discurso.”

PLATO FUERTE

¿Y con qué viene?

Con un buen toque de realidad y una buena cucharada de conciencia.

Conciencia de que estamos comiendo un modelo que está colapsando el planeta.

Con que no hay conexión y se cortó la cadena.

Con que la gente come sin saber nada de lo que tiene en el plato, sin saber de dónde vino, ni cómo llegó a la mesa.

Con que lo único que la gente ve es la góndola de supermercado: una góndola concentrada con un escaso puñado de marcas, que se quedaron con el monopolio de la cadena.

Con que hoy tenemos un modelo agroalimentario que transforma la comida en mercancía con grandes niveles de agrotóxicos y no en alimento.

Con que se perdió la cultura regional del alimento.

Con que en Argentina, como en toda América Latina, se homogeniza lo que comemos.

Con que tenemos un territorio extenso, con diversidad de identidades culinarias del norte andino, de la montaña, de la yunga, del mar, del río. Pero aún así: todas las personas comemos lo mismo.

El digestivo: La rebeldía

Para Rosalía, el digestivo que aliviana la realidad de ese plato fuerte y pesado es la rebeldía, que viene en la agroecología como forma de vida, como posibilidad, como reconstrucción del vínculo con la naturaleza, como revalorización de prácticas ancestrales, como salida o quizá como desvío del modelo agroexportador hegemónico actual.

Una rebeldía intensificada, además, por un esfuerzo de organización entre mujeres que trabajan la tierra. La misma Rosalía lo explica así:

La rebeldía

Pero esta rebeldía que describe Rosalía no se trata solo de la intención de unas cuantas personas, organizaciones y cooperativas de querer contribuir, implementar y recuperar alternativas al sistema actual.

“Si estás subsidiando al capital, entonces subsidia a las cooperativas y a la economía social solidaria.”

Lo dice refiriéndose o más bien, hablándole al Estado. Al Estado que otorga subsidios para las grandes empresas que concentran la tierra.

“No estamos diciendo que mañana hay que eliminar el modelo de soja transgénica, echar a las multinacionales. Eso no se va a poder hacer mañana. Además, eso va a generar una crisis que va a ser contraproducente y la vamos a pasar muy mal. ¿Pero quién genera la transición? ¿Qué gobierno va a hacer la transición hacia un modelo sustentable y humano que tenga como eje el derecho de la naturaleza y de las personas?”.

Nunca se niega para quién van los beneficios, dice Rosalía. Para las multinacionales, para los exportadores de grandes cultivos. Porque el gobierno les necesita, entre otras cosas, para “conseguir dólares a cambio de negociar con el sector concentrado, hiperconcentrado, de productores”, explica.

Habla de conseguir dólares, porque en Argentina los dólares no alcanzan.

No alcanzan para pagar la deuda con el Fondo Monetario Internacional; esa que adquirió el gobierno de Mauricio Macri en el 2018, por más de 44 mil millones de dólares. Esa misma que en 2021 se re-negoció y en lo que va del 2023 se han ido modificando las metas acordadas que son visiblemente incumplibles, pues a los existentes al gobierno argentino le es cada vez más difícil llegar. De ahí la necesidad del control del flujo de divisas y con ella la multiplicidad de tipos de cambio que hoy existen.

***Si te interesa conocer y entender un poco más de la deuda en Argentina te recomendamos este podcast de la Fundación Friedrich Ebert en Argentina:Lo prometido es deuda.

Para marzo del 2023 había más de 15 tipos de cambios en el país: el oficial, el “Blue” —el del mercado negro— y 12 tipos de cambios más. Solo por mencionar algunos: el “Dólar Turista” para las transacciones que realizan los turistas con tarjeta y que tiene un valor más alto que el oficial; el del ”Banco de la Nación Argentina” para operaciones comerciales de importación y exportación; el “Dólar Coldplay”, para las productoras que deben pagar artistas internacionales que hacen sus shows en Argentina; o el “Dólar Lujo”, para quienes quieren comprar un auto de alta gama; o el “Dólar Qatar” —a propósito del mundial— para los consumos con tarjeta de crédito y débito en el exterior. Y uno más, el dólar soja: un dólar que en septiembre y noviembre del 2022 y ahora en abril de 2023 dio a los productores de soja un tipo de cambio preferencial (mayor) al que se le paga a otros sectores.

Este último, para que el gran sector agroexportador acelerara la liquidación de la cosecha y así el Estado pudiese recaudar más dólares para llegar a los plazos de pago con el FMI. Se incentiva la producción, suben las ventas de los granos en el exterior y, por ende, aumenta el ingreso de divisas para llegar a uno de los tantos plazos del pago de la deuda.

Ante medidas como esta, la conclusión de Rosalía es que para pagar la deuda de Argentina, el sistema, o el gobierno, propone o ve como única salida la intensificación del modelo agroexportador que beneficia, sobre todo, al capital, a quienes más tienen: “Y esto que parece muy macro, nos pega de lleno a nosotras, porque eso hace más imposible el acceso a la tierra, porque la tierra cada vez tiene más presión, porque el capital va a la renta de la soja transgénica, a la renta de la acumulación, a la renta de las ganancias extraordinarias y no a la renta que puede generar alimentos sanos a precios justos”, dice.

Y entonces, el pago de la deuda genera más crisis para el sector agroalimentario local, el mediano, el chico, explica Rosalía. “Porque para nosotres no hay políticas”. Nosotres, dice, refiriéndose a pequeños y pequeñas productoras que le apuestan a un modelo económico solidario y sustentable. Esto, sumado a que los insumos para la producción —semillas, fertilizantes, herbicidas— están dolarizados, a precios de muy difícil acceso para alguien que produce para el mercado interno en pesos argentinos.

Y para rematar, Rosalía, resalta un aspecto, no menor: “Quiero decirlo, en todo esto, además, nosotras no existimos. Nosotras, las mujeres que habitamos la ruralidad, somos el último eslabón de la cadena del empobrecimiento. No somos dueñas de la tierra, ni de los contratos de alquiler, aún produciendo y cuidando el territorio. Estamos fuera de la discusión.”

POSTRE

Cuando se le pregunta a Rosalía por una receta, ella piensa en una ensalada. Una en la que los ingredientes vienen de las huertas de las compañeras que cultivan especies nativas y con una variedad de hierbas, que por lo general se plantan o crecen, pero no se comen. No porque no sean comestibles, sino porque las ignoramos.

Datos cocteleros
- En el 2018 y 2019, Brasil, Estados Unidos y Argentina marcaron el 80% de la producción mundial de soja. En Argentina se produjo el 15% (Informe de Cadenas de Valor).
- Las exportaciones totales de la cadena sojera rondan en promedio los 18 mil millones de dólares anuales (Informe de Cadenas de Valor).
- En el 2020, el consumo de carne vacuna se redujo entre un 0,4% y 7,6%. Esta reducción se relaciona con un menor poder adquisitivo de la población, cambios de alimentación y acceso a carnes alternativas (Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República de Argentina).

Cristina Sille

Fotografía y videos

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