¿Por qué el paro nacional 28A tiene su centro en Cali?
Estamos aquí, denunciando la gravedad de lo que está sucediendo en esta ciudad. Pero sobre todo estamos aquí, como trabajadores del campo de la cultura, para reconocer el valor y la fuerza de quienes están en las calles pidiendo un país diferente.
por
Alejandro Martín
Desde finales de 2014 ha sido curador del Museo La Tertulia en Cali. En 2019 fue director artístico del 45 Salón Nacional de Artistas: “ [...]
12.05.2021
Imágenes cortesía de: Laura Campaz, Erika Pantoja, Johan Samboní, Gerson Vargas, Patricia Prado,
Lo que se ha vivido en Cali en estos últimos días ha sido a la vez emocionante y terrorífico. Es importante resaltar las dos cosas, porque el terror no debe imponerse por encima de la potencia y belleza de una manifestación valiente, creativa y vital de unos colectivos y comunidades que quieren criticar un sistema económico y político que no responde a las necesidades mínimas de una proporción enorme de sus habitantes.
Decenas de colectivos, organizaciones y ciudadanos se han encontrado y plantado en las calles para alzar sus voces en un reclamo legítimo, para oponerse a un sistema que no brinda posibilidades, en un momento en el que las condiciones de exclusión han sido exacerbadas por la pandemia.
Claro, lo primero es denunciar el horror para proteger la vida. Se han violado los derechos humanos y la escalada de violencia de las fuerzas del estado contra los manifestantes parece no tener medida. Ya son decenas de muertos y un número grande de desaparecidos. Los organismos internacionales, como la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, que velan por su cumplimiento se han sumado a las voces que, enfáticamente, reclaman el cese de la violencia y el terror. Incluso ellos han sido víctimas de los abusos de la policía. De todos modos, queda la sensación de que la reacción internacional ha servido para controlar un poco las fuerzas, porque no han continuado en la misma escala los días siguientes al llamado de auxilio internacional.
Al mismo tiempo, hemos vivido desde el primer día del paro la masiva destrucción de la ciudad por bandas criminales que han destrozado casi todo el sistema de transporte MIO, saqueado cientos de comercios y bancos. Han dejado buena parte de la ciudad destruida y una sensación de caos y anarquía total.
Y en todo este caos el alcalde se ha visto perdido y desconectado, tanto de los movimientos sociales que en un momento lo apoyaron, como de la fuerza pública y otros estamentos de la sociedad; se ha quedado solo. Es natural el agobio ante esta situación extrema, pero resulta muy grave que el alcalde de la ciudad haya declarado que no responde por las acciones del ejército o la policía. En entrevista con El País de España, el alcalde Jorge Iván Ospina señaló:
“En Colombia hay una vaina que es un contrasentido. La Constitución dice que los alcaldes son los jefes de policía, pero el alcalde no coloca al comandante de la policía, el alcalde no paga al comandante. Cuando a un policía lo llama el general de rango superior deja al alcalde tirado y sale corriendo para allá.”
Los caleños hemos presenciado el despliegue desproporcionado de la fuerza pública y hemos seguido los mensajes de múltiples organizaciones sociales que señalan la violencia contra los manifestantes. En una manifestación, en vivo a través de Instagram, miles de personas atestiguaron angustiadas el asesinato de un joven artista urbano, Nicolás Guerrero, que junto a otros ciudadanos acompañaba una velatón en el Paso del comercio. Hay que acercarse al testimonio de su madre en su entierro, para aproximarnos al mundo de los jóvenes que se movilizan hoy.
¿Por qué sucede esto en Cali? ¿Qué está sucediendo en la ciudad?
Cali es una ciudad tremendamente desigual y violenta. Una ciudad dividida. Su cultura y vida cotidiana están marcadas por dos extremos: por un lado, una pequeña clase alta encerrada en su mundo, y por otro, una gran población en un gran nivel de pobreza que ha recibido migraciones por décadas; y en medio, una enorme clase media en gran parte empobrecida por décadas de crisis económica.
Cali es una ciudad atravesada por distintos tipos y etapas de violencia como el narcotráfico y asolada por la crisis que sobrevino a la especulación financiera y al espejismo de un boom económico en los 80, que, al esfumarse a finales de los 90, arrastró a la quiebra a gran parte de las empresas más prósperas de la región y a los pequeños emprendimientos particulares que habían logrado consolidarse; todo estaba permeado por el narco. Sólo en los últimos diez años, la economía había comenzado a recuperarse, las empresas a crecer, y la alcaldía anterior de Ospina marcó una pauta renovadora que continuaron los siguientes dos alcaldes.
Sin embargo, el narcotráfico dejó implantada una lógica del uso privado de las armas a todo nivel de la sociedad, que se dispersó en cientos de estructuras criminales. Cali es desde hace casi veinte años una de las cinco ciudades con más asesinatos en el mundo. Los que ahora han arrasado con establecimientos públicos y privados son muy probablemente los mismos criminales que nos tienen atemorizados el resto del año. Y el narcotráfico, tanto a gran escala como micro, de nuevo se está apoderando de la ciudad y la región.
Al tiempo, es importante hacer ver cómo Cali es una ciudad muy compleja, con una gran riqueza cultural e intelectual. Las universidades han creado espacios muy importantes de encuentro y crecimiento para toda la ciudadanía que han hecho posible una masa crítica y un corpus teórico que le da densidad a muchos de los jóvenes que defienden un cambio. Una riqueza que se ha expresado también en una cultura musical que atraviesa gran parte de la población, sobre todo a través de la salsa y la música del pacífico, y una producción audiovisual que ha marcado la pauta en el país tanto con la cinematografía más reconocida internacionalmente, como con los proyectos más profundos de auto-representación desde las comunidades.
Pero la crisis económica de finales de los 90 determinó un retraso enorme de la universidad pública, que nunca consiguió crecer al ritmo de la ciudad y se quedó muy pequeña ante la necesidad de una enorme población. Con el agravante de que la educación escolar para los más pobres deja que sólo muy pocos puedan entrar a la universidad pública; ya que viven en barrios donde las condiciones de la infraestructura educativa condena a una mayoría a graduarse sin los mínimos requeridos.
Cali es una ciudad de un evidente racismo estructural, una ciudad heredera de una sociedad esclavista que nunca consiguió romper con esa relación desigual para brindar las condiciones justas y dignas a las poblaciones racializadas y marginadas. Cali es, además, la capital de una región incapaz de distribuir equitativamente entre sus pueblos los beneficios del poderoso Puerto marítimo de Buenaventura y las ganancias que se generan en el Valle del Cauca.
Ante todo esto, la reacción enorme, valiente y vital de un grupo diverso de ciudadanas y ciudadanos que con marchas, consignas, carteles, tambores y músicas se ha tomado espacios de encuentro y discusión, ha sido capaz de paralizar la ciudad para señalar, de nuevo, las injusticias sociales y desigualdades abismales que históricamente se han reproducido ante nosotros; junto con un grupo de jóvenes inagotables de “primera línea” que han bloqueado varios de los enclaves de la ciudad. Un paro para ver y hacer ver que es insostenible una sociedad que somete a su gente a vivir en condiciones de pobreza y exclusión como las que tenemos.
Además de las lideresas que llevan procesos de décadas como Lila Mujer, Afrodes o la Casa del Chontaduro, que han venido creando espacios de encuentro y afirmación y defendiendo los derechos de los desplazados por la violencia, se han unido nuevas líderes. Mujeres que desde la música no sólo nos han hecho ver la riqueza de la cultura del Pacífico, sino que desde su labores como profesoras y gestoras han buscado crear escuela y dar posibilidades para que los jóvenes encuentren un futuro con el que soñar y que el contexto oficial no está ofreciendo. Mujeres que desde Instagram ha conseguido crear una gran audiencia para una voz potente y elocuente que nos haga ver una ciudad que muchos no conocemos y, sobre todo, con una gran empatía que la ha sido capaz de hacer eco de las enormes dificultades que viven miles; dificultades que se han agravado terriblemente durante la pandemia.
Puerto Resistencia
Lo que ha sucedido en Puerto Resistencia ha sido un ejemplo para todos. Allí, por donde se entra al Distrito de Aguablanca – un sector hacia donde se expandió la ciudad en los años 60 y que crece continuamente con distintas olas de desplazados – desde hace años se han venido organizando para defender sus derechos. Mostrando una gran capacidad de organización política, lo han hecho desde la solidaridad, acompañándose, cuidándose, y desde el arte también.
Puerto Resistencia ya no es más el cruce de caminos que antes conocimos y nombramos como Puerto Rellena. Hoy es la manifestación vital y política de la organización barrial; es el mural que se pinta como un gesto colectivo y un relato alternativo a la historia oficial. Es la marcha legítima, también el plantón y la olla comunitaria que hierve desde el 2019.
Este cambio de nombre tiene toda la fuerza de la re-significación del espacio, dándole toda la importancia del caso a re-nombrarlo. Y un grupo de artistas ha buscado fijar esta acción a través de un símbolo muy potente que son los ruteros de las gualas, viejos jeeps que son el medio de transporte popular que lleva a los habitantes a sus hogares. Estos ruteros, las tablas donde se señala las paradas de la ruta y que se exhiben en los parabrisas, crean un nuevo mapa para una ciudad que siempre ha referido los mismos íconos y que, encerrada en una idea de identidad fija, no logra acoger la complejidad del territorio. Ahora que se habla de monumentos, eso sí que es un monumento nuevo: un rutero que señala un espacio histórico para todo un grupo social.
Sebastián de Belalcázar es derribado
Porque resulta crucial señalar cómo el primer gesto simbólico de esta nueva movilización del 28 de abril fue el acto, por parte de la comunidad Misak, de derribar en la madrugada la estatua de Sebastián de Belalcázar.
El hecho de que Belalcázar siguiera siendo un ícono de la ciudad, como ha elaborado bien el escritor Juan Cárdenas, es muestra clara de cómo las clases dominantes se han empecinado en conservar un régimen de “blanquitud” instaurado durante la hegemonía conservadora, en la transición del siglo XIX al XX.
¿Cómo es posible que un país que se batió para alcanzar su independencia y denunció de manera vehemente los infames abusos del imperio español, viniera, cien años después, a erigir monumentos a quienes habían por fin podido vencer?
Los herederos de la Independencia han debido sentir vergüenza de que se montaran esos monumentos. Pero puede verse cómo entre liberales y conservadores primó ese espíritu criollo que quiso venir a imponerse ante la sociedad racializada a través de marcas de diferenciación como blancos. Este nuevo régimen de “blanquitud” se definió a sí mismo a través de una serie de estrategias de separación, de «defensa» del idioma, un «hablar bien» que quería quitarle a los otros la posibilidad de hablar, y sobre todo de defenderse y de hacer reconocer sus derechos, marginando a todos los que no compartían la misma educación y un mismo origen social. Un mismo grupo social “blanco” que defendió todo un sistema notarial para que, a través de la herencia, esos mismos criollos pudieran conservar las propiedades que habían sido usurpadas por los conquistadores. Con el tiempo todo ha venido a ser legalizado por años de ventas de tierras, pero está claro cómo siguieron quedando en manos de muy pocos.
Al tiempo, desde la Independencia, el país ha buscado establecer un sistema ilustrado de derechos y leyes que también se convirtiera en un nuevo espacio de reivindicaciones y que fue ampliando el espacio democrático. Un cambio muy importante fue la Constitución del 91 y todo lo que se estableció para crear un sistema de derechos que garantizara las tierras de comunidades indígenas y negras. Pero los miles de líderes sociales asesinados nos hacen ver cómo siguen siendo atacados continuamente sin poder ser defendidos por el Estado.
Pensando en lo simbólico, resulta impresionante ir a espacios como el Museo de la Caña y notar cómo allí casi no hay trazas de la esclavitud que hizo posible esas haciendas, de la historia de explotación de la población negra. Al interior del Museo de la Caña uno se encuentra con el más hermoso jardín con la vegetación originaria del Valle. Un museo que celebra cómo la caña ha arrasado con todo un ecosistema, pero que al interior no se da cuenta. Lo mismo pasa con la historia de esclavitud que omite.
Desde el gran Valle geográfico del Río Cauca es importante ser conscientes de la violencia que ha sido ejercida por años y años sobre los pueblos originarios y racializados. Cuando se revisan los listados de líderes sociales asesinados en los últimos años en el país, es aterrador ver el número enorme de líderes del Cauca que han sido víctimas. Y no sólo líderes indígenas, sino también afros y campesinos. Francia Márquez, premio Goldman de Medio Ambiente – el más importante a nivel mundial -, quien desde sus luchas en Suárez, Cauca, se ha convertido en un ejemplo de liderazgo para todos nosotros, debe ir siempre acompañada por un cuerpo de seguridad, porque su vida está permanentemente amenazada.
Si alguien tenía derecho a derribar esa estatua eran los indígenas. Y del mismo modo como lo hicieron en Popayán, al hacerlo en Cali, lo hicieron como colectivo, y lo acompañaron también de toda una argumentación y sentando una posición como comunidad que señala lo importante que resulta tumbar ese tipo de íconos. Y al tumbar la estatua, se crean nuevos mapas y nuevas formas de orientarnos.
La estatua de un conquistador que desde una loma al oeste de la ciudad de Cali avistaba todo el valle y con su dedo señalaba a Buenaventura. El símbolo nos hacía ver cómo esta ciudad se ha construido desde la idea de controlar la comunicación del Valle con el Pacífico. Cali es la ciudad que controla el puerto como vía de exportación e importación de mercancías, y sólo se convierte propiamente en ciudad cuando después de siglos se logra esa comunicación – que ya había buscado crear infructuosamente Belalcázar – con el ferrocarril y la carretera. Sin embargo, la ciudad no se ha ocupado de que ese mismo puerto tenga las condiciones mínimas para sus ciudadanos.
Uno se pregunta por qué Buenaventura no es una gran ciudad como tantos otros puertos de su envergadura. La respuesta está en que gracias a la carretera al mar la verdadera ciudad portuaria industrial es la dupla Cali-Buenaventura. En el Museo La Tertulia hicimos, con apoyo del instituto Goethe, el proyecto Carretera al mar, que buscaba pensar, compartir y discutir esta difícil relación entre las dos ciudades en un contexto, después del paro de Buenaventura en 2017, en el que la población del puerto hizo patente las injusticias sociales en que vivían y valientemente consiguió sentarse con el Estado para plantear una nueva hoja de ruta.
Vemos cómo el símbolo de Sebastián de Belalcázar, que mira hacia los cañaduzales y señala al puerto, es una ofensa a las poblaciones indígenas y afro de nuestra región. Y un símbolo que al caer nos marca un camino, porque es mucho lo que tenemos por hacer para renunciar a esta herencia que nos divide y que ha impuesto una cultura sobre las demás.
Nuevas perspectivas para pensar y mover el territorio
Hay una transformación de la mirada, de la perspectiva y del territorio que ha aflorado en el paro de Cali. Y se ha visto en las músicas que animan a los participantes y dan ritmo y corazón a una comunidad incansable. Los indígenas con su Minga señalan el camino. Las lideresas afro nos cuentan las largas historias de desplazamiento y persecución. Las organizaciones barriales dan ejemplo de solidaridad y resistencia. Y el eco que reciben de los estudiantes de todas las tonalidades de piel y todas las herencias nos hace sentir cómo hay un ritmo de base que puede mover a toda una ciudadanía que no quiere tolerar un sistema perverso.
Producto de ese diálogo son todo tipo de músicas, desde las tradicionales hasta las modernas y contemporáneas: en las manifestaciones se han bailado las músicas del Pacífico, pero también salsa, tecno y metal. Los grupos de rock se reunieron en una Jornada Ruidosa bajo el puente en el parque de Jovita el 1 de mayo, y con toda su organización y rigurosidad dieron conciertos donde se manifestaba de manera clara y radical el descontento de la ciudad. En la Loma de la cruz se turnaba la música de las tamboras con la de los beats. Bajo el puente de La Luna se baila con el ritmo de los redoblantes de los seguidores del América.
Y junto a la Loma de la cruz, hoy Loma de la dignidad, un gran mural con la imagen de un Alvaro Uribe como vampiro sangriento nos deja ver el gran descontento de las artistas de la ciudad con este político y todo el grupo político y social que encabeza. Un grupo que ha controlado el poder desde hace décadas, y que ha hecho todo lo posible, desde Bogotá pero también desde las distintas esquinas del territorio donde rige, por destrozar el Acuerdo de paz y todo lo que en ese Acuerdo se propone como un camino para otra Colombia más justa.
Ese mural nos recuerda, y responde de modo radical, al momento hace un año en que otros fueron los que nos impusieron la imagen de Uribe como ícono de la ciudad con enormes vallas pagadas, ofendiendo a una mayoría anti-uribista que no tiene con qué pagarse vallas así.
Gráfica Política y Nuevos Medios
La gráfica ha sido un gran campo de manifestación de los artistas de la ciudad, tanto en murales como en impresos. La Linterna, esa vieja imprenta, es otro nuevo ícono de la ciudad, con su base incansable en el grupo de impresores que han preservado una técnica patrimonio de Cali. Y lo lograron con el apoyo y la dinamización de un grupo de diseñadores que no sólo han ayudado a que La Linterna se salvara de una terrible crisis económica, sino que han liderado todo un nuevo movimiento gráfico de gran potencia comunicativa y significación política. Comenzando por reconocer como artistas a los impresores y haciendo posible que ellos controlen sus medios de producción que antes siempre fueron de otros. En La Linterna se han impreso carteles apoyando el paro, señalando el rol de las comunidades y sus consignas. Otros colectivos como Gráfica Mestiza han estado cerca de artistas urbanos que han realizado distintas intervenciones, incluido un hermoso homenaje con un mural gigante al artista asesinado Nicolás Guerrero. Y Calipso Press ha creado una plataforma, No nos vamos a callar, para compartir carteles con todo tipo de mensajes gráficos a la vez muy críticos de la política de Estado y enriqueciendo las demandas del movimiento social.
Todo esto para hacer ver el rol neurálgico de la cultura. En un momento en que el gobierno, al confundir la cultura con «economía naranja», deja ver cómo no entiende algo fundamental: lo que define la cultura no es su rol económico sino su papel como dinamizadora de las ideas, de las imágenes, de los ritmos, de las conversaciones, de las discusiones y enfrentamientos, del modo como se configuran las relaciones sociales.
Y lo que es más irónico, ni siquiera esta concepción económica ha servido para que se decidieran a apoyar económicamente a quienes trabajamos en la cultura. Desde el gobierno nacional se reducen los apoyos a las instituciones culturales y, en este momento de un año en crisis que ha afectado a todos, todavía no ha publicado los estímulos para los artistas.
En paralelo a la gráfica impresa, hemos visto el revivir de la gráfica urbana que, con gran potencia y a gran escala, dice lo que muchos no se atreven a decir. Le da la importancia que tiene a lo que es más urgente. Como con ese enorme mural que en el puente de la quinta denuncia la violencia contra la mujer. Porque además han sido mujeres quienes han renovado la gráfica urbana con potencia visual y claridad política.
Claridad política como la que se vio en la acción que hace un mes llevaron a cabo los colectivos de gráfica que trabajaron de la mano con colectivos de Siloé, como Hechoensiloé, para intervenir los distintos muros del barrio y crear espacios diferentes en un territorio de Cali que muchos se han acostumbrado a omitir y estigmatizar, mientras que proyectos como el Museo Popular de Siloé han demostrado la gran fuerza de las acciones plásticas para re-significar el territorio y entender la complejidad de una historia, de enfrentar con solidaridad todas las dificultades. Ambos agentes han sido cruciales para apoyar con valentía a su comunidad durante estos días aciagos.
Vivimos un momento en que la prensa dejó de cumplir su labor, entre la quiebra por cuenta del cambio de plataforma tecnológica y el dominio de los nuevos grupos empresariales, ya no va al territorio ni se preocupa por quienes allí luchan por cambiar las cosas. Con contadas excepciones como el proyecto 2020 de El Espectador. Entonces no hay manera de saber lo que pasa si no es por las redes sociales y los nuevos medios independientes. Y la desinformación es enorme y los mensajes telefónicos parcializados han encendido todas las posiciones. Al tiempo han sido el canal para juntarse y cuidarse, y elemento fundamental para denunciar.
Por eso agradecemos a colectivos en Cali como Noís radio y Medios libres Cali, porque ellos se arriesgan para llegar a donde las comunidades se están manifestando. Colectivos como Casa Fractal, que es un ejemplo de diálogo con las comunidades de todos los territorios cercanos a Cali, un modelo de aprendizaje de lo que las múltiples culturas nos enseñan y una muestra de valentía al mantenerse en la calle y, desde las redes, contar a todos lo que en realidad se manifiesta y defiende. Es importante leer el comunicado de Nois Radio para entender la gravedad que significa el hecho de que corten todas las comunicaciones en sectores enteros de la ciudad que pasan la noche bajo el terror del fuego.
Por eso estamos aquí, denunciando la gravedad de lo que está sucediendo en esta ciudad. Han sido detenidas cientos de personas y no sabemos qué sucede con ellas. Y hay un uso descontrolado de la fuerza que no reconoce los protocolos de derechos humanos. La Alcaldía tiene que recuperar su relación con la ciudad, el alcalde debe volver a sus orígenes y establecer puentes. Quienes encabezan la ciudad deben plantear mesas de diálogo que escuchen a todas las voces para entender la gravedad de la situación que enfrentan todas sus comunidades y buscar juntos caminos nuevos para trabajar. El horror tiene que parar.
Y se tiene que escuchar a las voces valientes que han movilizado el paro. Debemos reconocer el valor y la fuerza de quienes están en las calles pidiendo un país diferente, y en particular, desde el campo de la cultura, hacer ver la potencia y la valentía de las artistas y de quienes se están manifestando desde sus distintas prácticas culturales para transformar el mundo en que vivimos.
Imágenes cortesía de: Laura Campaz, Erika Pantoja, Johan Samboní, Gerson Vargas, Patricia Prado, «No nos callarán» – Calipso Press
Agradecimientos especiales a la revisión y edición meticulosa de Laura Puerta, Olga Martín, Carlos Hoyos Bucheli, Gerrit Stollbrock, Miguel Tejada y Alf Onshuus.
Desde finales de 2014 ha sido curador del Museo La Tertulia en Cali. En 2019 fue director artístico del 45 Salón Nacional de Artistas: “el revés de la trama”. Entre otras, ha curado las exposiciones: “El ataque del presente contra el resto de los tiempos” (2021), “Cali 71, Ciudad de América” (Con Katia González, 2016) y “El diablo probablemente” (2014).
Alejandro Martín
Desde finales de 2014 ha sido curador del Museo La Tertulia en Cali. En 2019 fue director artístico del 45 Salón Nacional de Artistas: “el revés de la trama”. Entre otras, ha curado las exposiciones: “El ataque del presente contra el resto de los tiempos” (2021), “Cali 71, Ciudad de América” (Con Katia González, 2016) y “El diablo probablemente” (2014).