Una joven reportera se levanta de su asiento, toma unos papeles y se persigna. No consiguió el invitado que esperaba y debe decírselo a aquella mujer que no acepta un no como respuesta. Con paso inseguro, atraviesa la mesa de corresponsales hasta llegar frente a esa puerta que nunca se cierra. Se paraliza, siente temor: debe enfrentar a La Jefa.
A través de la pared de vidrio, puede ver a Idania Chirinos, quien desde enero de 2010 es Directora de Contenidos y presentadora del programa La Tarde en NTN24, el canal de actualidad hispanoamericana que transmite en Bogotá. Lo hace desde las instalaciones de RCN Televisión (Radio Cadena Nacional), uno de los dos canales privados que concentra más del 80 % de la audiencia del país. La observa en su computador editar el contenido del programa que, unas horas después, abrirá con la novedad de un periodista al que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, botó a patadas de la Casa Blanca. Mientras se decide a pasar, la escucha practicar el tono con que introducirá el video del concejal venezolano Fernando Albán, quien, preso por supuesto magnicidio, murió en la cárcel en extrañas circunstancias. Cuando se anima a ingresar, ve los ojos de La Jefa humedecidos por la imagen de la exposición “Yo Inmigrante” con la que cerrará el programa: la maleta soñada, un dibujo de seres queridos apiñados de la caricaturista venezolana Rayma. Finalmente, la joven sale aliviada: La Jefa está teniendo un buen día.
Idachi —como le dicen cariñosamente—llegó a vivir a Colombia en 2010, junto con un poco más de cinco mil venezolanos, “la primera oleada de migración”, dice ella. Profesionales contratados y emprendedores. Cuando a fines de 2009, los directores de NTN24 le ofrecieron hacerse cargo de este canal que apenas tenía un año, Idania ya sentía los cambios en el lenguaje y la independencia del periodismo venezolano.
Tienes que aceptar, es un proyecto bueno y acá las cosas se están complicando y se van a complicar más
“La presión en Venezuela llegaba desde un teléfono que podía levantar alguien para protestar por algo o desde un mensaje que te hacían llegar de una manera cordial y afable”, recuerda. Su colega Enrique Cuscó, entonces presidente del grupo de circuito de radios venezolanas, Unión Radio, donde ella era vicepresidenta de programación, le recomendó: “Tienes que aceptar, es un proyecto bueno y acá las cosas se están complicando y se van a complicar más”.
Así fue. Con la muerte del expresidente Hugo Chávez en 2013 y su reemplazo por el entonces vicepresidente, Nicolás Maduro, la falta de garantías básicas para la subsistencia —alimentos, salud, seguridad— escaló a la segunda oleada de migración, que sumó estudiantes, amas de casa y empleados. A septiembre de 2018, se estima que 1.032.000 venezolanos viven en Colombia (una cantidad comparable con la población del departamento de Huila). Más del 90 % ingresó en los últimos dos años. Es “la ola del desespero”, dice Idania.
Con ella, NTN24 se ha convertido en un referente informativo sobre Venezuela. Todas las mañanas, Idania tiene consejo de redacción con el equipo de su país, formado por dos reporteros y uno web. La plataforma digital y las redes sociales, que hoy cuentan con tres millones de suscriptores (un millón menos que el New York Times), se han convertido en la única vía para llegar a los venezolanos desde que, en febrero de 2014, Nicolás Maduro censuró el canal, eliminándolo de la parrilla de programación de las cableoperadoras. Hoy son siete los canales internacionales censurados, pero los intentos por bloquear el portal web de NTN24 fracasaron ante la tozudez de un equipo que por ello ha ganado diversos reconocimientos. Este año, la Sociedad Interamericana de Prensa —una ONG que vela por defender el derecho a la libertad de prensa— le otorgó el premio a la excelencia periodística por la cobertura en vivo vía streaming de las protestas venezolanas antigubernamentales de 2017.
Esta twittera, con más de 600 mil seguidores, quería ser periodista desde los doce años, cuando escribía a mano el periódico del colegio en su ciudad natal, Maracaibo, limítrofe con la costa atlántica colombiana. Su amor por los medios nació de la mano de su padre, Armando, quien fue periodista, pionero en la radio venezolana.
Del otro lado, el interés por la política —espina dorsal de la actividad periodística de Idania— se gestó en el seno materno: entre sus tíos hubo gobernadores, dirigentes políticos y ministros, y su madre, Lilita, siempre trabajó con ellos. Sin embargo, para estudiar la carrera que la ha llevado a recorrer el mundo, Idania debió superar las objeciones de Armando Chirinos, que, mucho antes de convertirse en su principal admirador, se negaba a que su hija llevara la “libertina” vida de periodista.
“Me llevaron a un psicólogo diecinueve días a hacer una cantidad de test y cuando le fueron a entregar los resultados a mi padre le dijeron: Mire, hay gente en la vida que nace para hacer algo, y ella nació para ser periodista”, recuerda.
Su amiga Marta Rodríguez, con quien se graduó de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas, en 1981, recuerda el look ‘maracucho’ con que Idania llegó el primer año: una bata cortica y unas gafas intelectuales que parecían salidas del cómic de los sesenta la Hormiga Atómica. “Ahí llegó la guajirita”, le decía. Su amistad de cuarenta años se forjó entre comidas y conversaciones sobre arte.
“Idania tenía una casita preciosa con una cava de vinos incluida muy rica, donde siempre era agradable estar. Allí nos reuníamos los que nos gustaba la lectura, el cine, algún autor del momento, algún periodista”. Marta la ha apodado «nuestra Oriana Fallaci», en referencia a la escritora, activista y primera mujer italiana en ser corresponsal de guerra, que ambas admiraban.
Mire, hay gente en la vida que nace para hacer algo, y ella nació para ser periodista
Con Linda Rincón, en cambio, la amistad, que pronto cumplirá veinte años, creció en los viajes que compartían alrededor de su país. Fue en una de esas largas conversaciones lejos de la ciudad, cuando La Jefa —como también la llaman sus íntimos— compartió su deseo de ser mamá.
—Go for it —respondió Linda. Y un año después, nació Israel, el único amor de Idania que compite con el periodismo, y para quien ella ocupó el lugar de madre y padre a la vez.
Hoy, Idania se levanta a las cinco de la mañana para prepararle la lonchera a su hijo de 18 años y compartir con él diez minutos antes de ir al canal. Allí, pelea desde que llega porque no metieron esto o faltó lo otro. Se pone al día con el editor de La Mañana y luego, sin sacarse el abrigo y con la capacidad de tratar múltiples procesos a la vez, convoca el consejo de redacción: pregunta qué tienen, envía audios por celular y pega un grito a quienes están afuera cuando precisa información.
Para Israel, en su casa no es muy diferente: “Así, toda chiquitica, va, viene, da órdenes y siempre quiere tener la razón”. Él la molesta diciéndole: “Sí, jefa, cómo no, jefa, lo que usted desee”.
Pero esta mujer, que se lleva el mundo por delante, no todo lo puede. Aunque quisiera, no logra compartir con Israel más que esos minutos matutinos y una hora por la noche. Tampoco ha podido evitar que, de pequeño, la extrañara durante sus viajes como corresponsal de Centroamérica. La Jefa no puede impedir que su cuerpo la obligue a acabar el viernes por la noche en una guardia médica con diagnóstico de estrés. Ni es capaz de controlar a su ojo izquierdo, que comienza a latir cuando recuerda el día en que su madre falleció en Caracas y no la pudo despedir, pues su avión a Venezuela salía unas horas más tarde. Por más centrada que se precie de ser, aunque revise previamente el programa para que las escenas fuertes no la tomen por sorpresa, no ha podido evitar quebrarse al aire, especialmente después de haber estado en el Puente Internacional Simón Bolívar, en Cúcuta, viendo 37 mil venezolanos por día cruzar la frontera hacia Colombia.
“Con todos los venezolanos que vinimos aquí, aún no se equipara a la cantidad de personas de Colombia que llegaron a mi país”, reflexiona Idania. Se refiere a los millones de colombianos que la segunda mitad del siglo pasado migraron a Venezuela para aprovechar la bonanza petrolera y escapar del conflicto armado. Ambos países se deben mucho. Los colombianos, en su momento, aportaron profesionales y garantizaron mano de obra para oficios que en Venezuela o no se querían ejercer o no se tenía el conocimiento, y radicaron empresas que contribuyeron al desarrollo económico de ese país. Ahora es el turno de ellos: el Banco Mundial calcula que estos cerebros fugados, como Idania y el millón de venezolanos que llegó a Colombia, pueden contribuir a que la economía colombiana crezca un 0,2 % más cada año. Esta es la oportunidad que el país, colombianos y venezolanos tienen por delante.