Lo que no nos preguntamos sobre la corrupción

El tema de la corrupción se ha tomado la atención del país. La revelación de casos como el de Odebrecht produce en los ciudadanos la certeza de que en Colombia todo son sobornos y fraudes. Congreso visible, Observatorio de la democracia y Cerosetenta hablaron con expertos sobre cómo la gente percibe la corrupción en el país.

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¿Qué es corrupción?

En ocasiones a la discusión se le escapa, aunque suene absurdo, la definición de la palabra o las formas que adopta el acto. Ahora se habla de ‘coimas’, para que una empresa se quede con una licitación, o de millonarios sobornos a funcionarios públicos. Pero estos son sólo dos de los miles de disfraces que puede tener la corrupción. El fenómeno toca sobre todo esferas de la vida cotidiana: pagarle a un tramitador para acelerar un proceso legal, no declarar todos los bienes para pagar menos impuestos o sobornar a un agente de transito para que ignore una multa.

La comprensión de que hay una conexión entre el soborno de plata de bolsillo y el desfalco millonario es evidente en la encuesta del Barómetro de las Américas, un estudio de la opinión pública sobre la democracia que se hace en 28 países del continente. Uno de los capítulos es la corrupción. Los colombianos piensan que sus dirigentes son corruptos pero también justifican en buena medida la corrupción del día a día.

 

¿A qué se refieren los políticos cuando hablan de la lucha contra la corrupción?

La lucha contra la corrupción es común denominador entre personas tan disímiles como Claudia López y el destituido exprocurador Alejandro Ordóñez. Laura Wills, directora del Departamento de Ciencia Politica, cree que, antes de ser una bandera, la anticorrupción tiene que ser una definición y una estrategia clara. Además, Wills duda de ‘la bandera de la anticorrupción’ y de la posibilidad de una coalición política que la sostenga.

¿Ahora que todo es corrupción, qué pasa con el posacuerdo?

“Terminada la guerra nuestra gran prioridad tiene que ser domesticar la clase política y derrotar la corrupción”, dice Claudia López en un video en el que promueve su consulta anticorrupción. La frase da a entender que la guerra y la corrupción son territorios con fronteras claras, que primero se resuelve uno y luego el otro en un orden de lista.

Para Angelika Rettberg, directora de la Maestría en Construcción de Paz de la Universidad de los Andes, es imposible trazar una línea clara entre ambas. Rettberg asegura que la opinión pública ha dejado de prestarle atención a la implementación de los acuerdos para fijarse en la corrupción. Este viraje tiene ventajas y desventajas.

¿A todas estas en dónde están los medios de comunicación y los periodistas?

En las graderías, según Omar Rincón. “El periodismo está narrando mal, básicamente porque es un periodismo que narra en vivo y en directo. Yo diría que transmite como un partido de futbol: en este momento aparece el congresista Bula, aparece el fiscal, el fiscal ataca. Siempre es una visión en tiempo real”, explica el director del Centro de Periodismo de la Universidad de los Andes.

Las grandes agendas del periodismo, dice, requieren de más pausa, menos reflejo de último minuto. Una noticia sobre el trino de un político o la reproducción de una declaración de la Fiscalía difícilmente son exploraciones del suceso. El periodismo que tiene ese poder es el investigativo. La corrupción ha sido su agenda por excelencia. Para Rincón, este tipo de periodismo escasea.

“Los medios, para mejorar el negocio, han reducido la calidad. Se han dedicado a salvar el negocio jugándole al entretenimiento, al sensacionalismo y al deporte”, dice Rincón. “Por otro lado han tomado posturas militantes con lo cual se vuelven actores políticos inscritos en la agenda del negocio de los dueños”. Lo que produce ese noticiero de entretenimiento es una indignación que acumula cientos de vistas, likes y comentarios airados en las redes sociales pero pocas herramientas, poca comprensión del fenómeno de la corrupción.

“Cuando se narra en directo es que se iguala por el mismo racero. Todos son corruptos entonces todos tienen el mismo nivel de impunidad y miseria. Ahí el periodismo tiene que aplicar criterios”, explica Rincón. “No es lo mismo la corrupción de Uribe que la de Santos, no dan lo mismo, no existen los mismos indicios”.

La solución es dejar a un lado la transmisión en vivo y hacer lo que hace el mejor periodismo que es dar contexto, desentrañar la estructura del poder, ofrecer formas nuevas de entender la corrupción. La alternativa, según Rincón, la de la indignación, es la que sube al poder a dirigentes como Trump, políticos que saben navegar la ola de el sentimiento contra el establecimiento.

Para Rincón los medios se han quedado apoltronados en las fórmulas. La presidencia de Trump, dice, debería cubrirse de manera diferente. Una forma sería desde la sección de farándula, el presidente como toda una celebridad. También se puede narrar el poder desde el humor. En Saturday Night Live lo han hecho con Alec Baldwin en el papel de Trump. El programa ha logrado incomodarlo.

“El periodismo perdió el mundo y no sabe cómo contarlo”, dice Rincón. También lo podrían decir las audiencias para quienes los medios sólo sirven entre una fila interminable de publicaciones en las redes sociales. Sólo con nuevas formas de narrar el poder los medios se van a reencontrar con el mundo, le van a dar a su audiencia más que indignación y una mirada profunda al poder.