¿Llegó la hora de romper el periodismo?

Romper el periodismo: volverlo a hacer para hacerlo mejor, desarmarlo para recoger lo que aún funcione. Cerosetenta está en el Festival Gabo, donde le preguntamos a los invitados qué hacer con este oficio. [INCLUYE BONUS TRACK NOSTÁLGICO]

[_Especial 070 //

El periodista no ladra, muerde.

El periodismo actual rompe pocos huevos, y está roto porque se convirtió en un periodismo sumiso de los poderes y seducido por las tecnologías para hacer historias muy bonitas gana-premios que nadie lee, a nadie molesta y tienen cero incidencia en la sociedad. La huída tecnológica es de los cobardes. La sumisión a los poderosos es de los mediocres. Necesitamos un periodismo que sea indispensable para los ciudadanos y, para eso, debe tener singularidad de mirada y tono; experimentación narrativa que no depende de lo tecnológico sino de los modos de contar; conexión con la sociedad en agendas y territorios; y guevos, muchos guevos. 

Hace un tiempo escribí que el periodismo es un perro era el oficio de perros salvajes e indomables que ha terminado siendo periodismo domesticado, que busca el guau (¡wow!), la pirotecnia del clic, el halago de colegas, fuentes, anunciantes y premios antes que contar historias, molestar al poder, conectarse con los ciudadanos y poner a conversar a una sociedad.  Y dije que tal vez la mejor manera de comprender los modos del periodismo actual sea con la metáfora del perro y sus guaus. Y clasifiqué a la raza periodística en siete clases:

El perro democrático. El periodismo se solía definir como el perro guardián de la democracia, luchaba por el bien público y era contrapoder. Ahora, es el perro guardián de los empresarios, el capital y los dueños. ¡Guau!  

Periodismo mascota. Esta categoría es de la autoría de Marcelo Franco, director de la Maestría en Periodismo de la ICESI en Cali. Dícese de ese periodista que bate la cola ante su amo/fuente o amo/dueño, que se conforma con ir de bozal, que le gusta que le den comida. Ese periodismo súbdito del amo/poder abunda hoy. ¡Guau!

Perro que tuitea, no muerde. La noticia se explicaba como cuando un amo muerde a su perro. Era eso extraordinario, extraño, único. Ahora, noticia es un político que ladra vía Twitter. La noticia es un perro que ladra para que los medios lo comuniquen sin contrapregunta, verdad, contexto. ¡Guau!

Periodismo ovejero. Ese del periodista que se convierte en ‘oenegero’ conciencia moral de una sociedad porque milita en una causa y promueve la agenda correcta. Su labor ya no es producir noticias, sino influir en la agenda de sus colegas. ¡Guau!

Periodismo señoritero. Esta categoría es de autoría de Martín Caparrós, quien la llama periodismo caniche. Es ese periodismo bien investigado, lento, reposado, gourmet, escrito y narrado maravillosamente, literariamente impecable. Solo que es de adorno, ya que no molesta, y el periodismo existe para joder al poder. ¡Guau!

Perrodismo. Ese de los periodistas-hombres que exhiben con orgullo que son unos perros en lo sexual y amoroso; no se aman sino a sí mismos y, por eso, acostar humanos es parte de su prestigio periodístico. ¡Guau!

Periodismo con bozal. El censurado. El que está dispuesto a morder al amo, molestar al poder, defender lo público. ¡Guaito! 
Y concluí que el periodismo es una raza democrática domesticada que se exhibe para el lucimiento de sus amos.

Este periodismo mascota que ya ni ladra con qué lo curaremos, no será con cáscaras de huevo, ni tecnologías  humo, ni naranjas y maduros, será con periodistas que quieran joder al poder, poner a conversar al ciudadano, conectarse con los territorios y ciudadanos y pasarla putamente bien haciéndolo. Ha llegado la hora de hacer otra cosa con esto que amamos y llamamos periodismo; por ejemplo, dejar de ser esa raza domesticada para volver a morder al poder y a las buenas morales empresariales.

No se trata de “poder” romper el periodismo, es que el periodismo convencional basado en consensos fosilizados del siglo XX está ya roto, tal y como se concibió, construyó e interpretó en el siglo pasado, y según modelos anglosajones de “información” (sic) que distribuían su trabajo/producto de forma masiva a partir de la labor de unos ¿esforzados? trabajadores periodísticos  (meros cancerberos con mayor o menor olfato y talento) pero que, en el fondo, eran simples agrimensores que contaban historias basadas en hechos reales y tenían algo de “poder”: ayudaban a definir lo que era la “realidad”. 

Ahora ya no. 

En el fondo, creo que el periodismo siempre ha estado más o menos roto. Eso forma parte, creo, de su condición natural como ejercicio de la duda, ¿no?

Buena parte del periodismo más o menos independiente que se hace (más o menos convencional, más o menos atrevido, más o menos diverso e interesante) es más variado, creativo y talentoso que nunca, pero el gran problema es que los medios de comunicación convencionales (más o menos nuevos o viejos) son hoy salvo algún caso— un verdadero desastre económico, y ahora, además, ya no tienen ni el poder de antes, y, en general, con sus “prácticas” torticeras de estos últimos decenios han perdido el respeto de sus lectoespectadores.

Ante esta situación, en mi opinión, no valen ni:

A) la nostalgia barata de viejas plañideras vestidas de luto que lloran ante el cadáver de aquel – supuesto – gran “PERIODISMO” (en mayúsculas) que en el pasado se hacía en la Casa de Bernarda Alba (García Lorca).
B) el excepcionalismo tecnológico que plantean esos gurús digitales del marketing “to make a better world” esos a los que nunca nadie les pide que rindan cuentas de todas las mentiras conscientes e interesadas que inventan en su propio beneficio y que venden crecepelo digital a medios y periodistas con eslóganes basura creados en la taza del W.C., y con sus “excels» repletos de «Big Data» construido a base de robarle la vida a sus ¿clientes?“Romper” esto… No sé cómo hacerlo, supongo que seguir practicando el periodismo con mucha determinación, y construir propuestas novedosas, con criterio y personalidad propia, con mucha seriedad y rigor, y asumiendo que lo único que me parece claro es que debemos cambiar todo lo que aprendimos hasta ahora, y que se hace necesario mirar este trabajo desde fuera del periodismo, desde otros/s punto/s de vista:

Supongo que hay que combatir (digo bien, combatir a los nuevos-viejos enemigos) desde Amazon hasta Facebook o Google, y hacerlo todo ello, teniendo en cuenta la más que probable posibilidad de que todo esto que intentamos hacer no sirva para nada. Nadie dijo que este oficio fuera fácil y que hay que asumir, como escribió aquel en “Rumbo a peor” mientras esperaba a Godot: “Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better”. 

Supongo que se trata es lo que intento de construir un ¿nuevo-viejo? modelo diferente y pensado para el mundo de hoy, con las necesidades y públicos de hoy, con las tecnologías de hoy que cruce conocimientos humanos diversos y que sea experimental, ensayístico, poético, artístico.

Supongo, creo, que hay que romper el periodismo (convencional) construyendo un periodismo bastardo, mutante, fronterizo y forajido… que mire fuera del periodismo. Un periodismo que imagine cómo mostrar prácticas fronterizas con discursos y narrativas que subviertan las formas convencionales tópicas y clichés del periodismo de toda la vida a la hora de contar eso que llamamos realidad. Un periodismo hecho de otros modos, con otros parámetros, desde otros presupuestos, con otras miradas y otros puntos de vista: que nos ayude a encontrarnos en un mundo tan complejo, como atractivo, y tratar de practicarlo alejados de cualquier juicio moralista, misional y jesuítico, y hacerlo sin que se convierta en un placebo existencial para nosotros mismos y para nuestros lectoespectadores.

Un periodismo con cierta dosis de utilidad no instrumental, pero sí intelectual, que me ayude a intentar entender; que busque, consciente y activamente, traspasar fronteras narrativas y transitar nuevos caminos con idea de encontrar otras maneras, atractivas y sugerentes, de contar historias basadas en hechos reales.

Un periodismo, más expandido y más diverso, que explore las muchas posibilidades complementarias que surgen de las nuevas conversaciones entre lenguajes narrativos, periodísticos, literarios, artísticos y tecnológicos que construya artefactos narrativos que sean:

Periodísticamente rigurosos, serios, relevantes;
Culturalmente ambiciosos, atractivos, solventes;
Intelectualmente desafiantes;
Estéticamente cuidados, bellos.

Eso es lo que cada día me importa más en este debate. 

Intentar convertir mi reflexión y mi práctica como periodista (y como documentalista, y como director de un medio de comunicación) en un ejercicio que asuma, sin ambages, que…

  • No es posible avanzar sin transgredir.
  • No hay avance posible en la ortodoxia.

 

El periodismo está pasando por un momento de transformación. No sabemos en qué soporte estaremos trabajando en los próximos tiempos, cambiarán los sistemas de financiación de los diarios, de las coberturas, pero siento que el periodismo se hace cada vez más importante porque el mundo está obligado a ello por la demanda de información de la gente. 

Hay quienes consumen mucha basura, sí, pero también hay personas interesadas en saber lo que está sucediendo y lo quieren saber de fuentes seguras, confiables o de periodistas muy respetados, de manera que no creo que pueda morir o romperse. Tardaremos un poco en encontrar la fórmula de cómo vivir de él, pero existe todavía la pasión por el periodismo y los periodistas que aman hacer periodismo van a seguir haciéndolo con el mismo compromiso de antes. 

El periodismo siempre tuvo la función de ser un guardia de los valores democráticos, siempre tuvo el compromiso con la idea de criticar y vigilar al poder y, en ese sentido, no sé si romper sería la palabra que emplearía, porque el periodismo no quiere romper nada, solo quiere iluminar: iluminar la realidad, iluminar la verdad, por ejemplo, para que la gente tome sus decisiones acerca de un gobierno, acerca de un poder.

El periodismo que rompe o que busca romper es un periodismo militante y la premisa no es buena, porque el periodismo no tiene que cargar una bandera política partidaria, nada de eso; sí iluminar. Siempre va a ser de una forma subjetiva, claro, pero si logras iluminar parte de la realidad de alguien de la manera correcta, lo más objetiva posible, estás haciendo bien tu papel.Los podcast me parece que usan muchos recursos del pasado, como ruidos, paisajes sonoros, y que es como se hacía radio antes que poco a poco se fue reemplazando por la televisión y ahora vuelve como moda, super trending y, no sé, creo que las herramientas básicas con las que uno hace periodismo que es ir a un lugar, mirar, reportear, sencillamente, siguen siendo las mismas herramientas necesarias aunque existan otras alternativas tecnológicas. El reportero se hace con los mismos recursos de siempre. 

Cubro Latinoamérica. Estoy en contacto con los países de la región y la verdad es que tengo mucha admiración por los medios digitales que están actuando en Venezuela, específicamente, porque aparte de todo el sistema en contra de hacer un buen periodismo (sin recursos financieros y trabajando bajos condiciones muy precarias), hay un montón de proyectos en la Web buenísimos. El periodismo digital que se hace en Venezuela, el bueno, lo admiro.

El periodismo puede romper muchas cosas y, de hecho, una des sus funciones principales es romper los prejuicios, las mentiras, las falsedades. El periodismo bien ejercido busca cuáles son esas verdades que se repiten y repiten y por eso existen y se cree que son verdad, para romperlas. El periodismo rompe los mitos de la sociedades para liberar a quienes tienen acceso a los mismos. 

Al periodismo podría romperlo muchas cosas. Existen amenazas muy latentes, en particular, un medio hostil en la industria que ya no se preocupa por lo que el periodismo puede romper sino por callar esa posibilidad. A muchos poderes no les importa que el periodismo se rompa porque son fuerzas que se preocupan por lo contrario: por callar, por no permitir la investigación libre ni las preguntas incómodas, buscan que el periodismo no intente entrar a mundos que supuestamente no podría. El poder quiere un periodismo roto, callado, apaciguado, sin intenciones narrativas y que a veces se limita a repetir esas mentiras o una reportería medianamente correcta de lo que ocurre sin ir al fondo. 

Lo que va a salvar al periodismo de estas amenazas es la voluntad por contar y entender el mundo. El periodismo podría romperse a sí mismo y podría ocurrir si los periodistas no somos conscientes del porqué hacemos lo que hacemos; se repite mucho esta idea de que estamos en crisis, de por qué estamos en crisis –que sí es real– pero también tiene que ver con que los periodistas durante mucho tiempo hemos (o han) sido flojos y se han contentado con hacer lo mínimo. 

Durante muchos años se creyó en esa idea de que la gente necesitaba a los medios y lo que nos hemos dado cuenta es que cada vez es un oficio más prescindible. La labor del periodismo para no romperse a sí mismo es proponer calidad. La mediocridad, como regla general de la vida, todo lo mata y en el periodismo, para quienes nos dedicamos, es muy notoria la mediocridad y el periodismo que se vende a ideas, que está puesto para atacar o defender posturas y, en lugar de responder a su audiencia, le responde a quienes les interesa tener un periodismo comprado.

Los suplementos culturales y literarios de los periódicos y revistas eran muy importantes. Eran espacios donde se cultivaba un periodismo que le gustaba narrar, pensar y le interesaba mucho la escritura y creo que se ha ido desapareciendo porque existe esta idea de que la gente no lee y, en general, el gran mal que ha afectado el periodismo en los últimos años y que hace falta es la voluntad por profundizar.

Hay que romper el mal periodismo, es decir la escasez de reportería, que en Colombia es el principal defecto de este oficio. Hay buenos y variados columnistas de opinión, pero pocos reporteros. Mucho de lo que se lee en los periódicos son comunicados de prensa originados en entidades gubernamentales o privadas, a los cuales se les pone un título y se les cambia alguna palabra. Eso lo puede hacer un botones. La reportería consiste en conseguir los datos y los hechos, en hacer llamadas y en salir a buscar esos datos.

Puede romperlo, primero, poniéndoles uniforme de botones a los periodistas que se dedican a manipular los comunicados y boletines de prensa.

Segundo, solamente publicando las historias que tengan reportería propia del redactor en más de un 75 %, donde se vea que es el periodista el piloto de la información, no el maletero que le carga el equipaje a una dependencia oficial o a una empresa privada que quiere dar a conocer algo, usualmente incompleto o tendencioso.

Tercero, premiando a los redactores que pasan más tiempo al teléfono hablando con las fuentes.

Cuarto, premiando a los periodistas que pasan más tiempo fuera de la sala de redacción porque están reunidos con las fuentes.Rescataría las columnas de Klim en El Espectador, las crónicas dominicales de Hernando Giraldo en El Espectador, las columnas de Klim en El Tiempo, las columnas de Daniel Samper Pizano de los años setenta y ochenta, las crónicas de Germán Castro Caycedo recogidas en Colombia Amarga.

Repito, hay muy buenos columnistas, como Coronell, Caballero, Duzán y otros. Pero pocos reporteros. El mejor reportero del momento es Juan Serrano, que tiene 29 años y acaba de publicar un libro con muy buena reportería, ameno y bien narrado: Contra el Poder. No recomiendo el libro porque hable de mí, sino porque objetivamente apuesto doble contra sencillo que Juan Serrano va a llegar muy lejos.

Del pasado reciente destaco las decenas de artículos sobre Interbolsa y Fabricato publicados en El Colombiano por Germán Jiménez Morales; el fabuloso reportaje de María Isabel Naranjo a Fabio Castillo publicado en 2014 en Cerosetenta y en Universo Centro; la investigación de Diana Giraldo sobre la iglesia Manantial de Amor en Bucaramanga.

El periodismo lo está rompiendo la lógica Amazon, que es la lógica del fin de la mediación. Los editores, los traductores, los correctores, los periodistas son necesarios. Pero se ha impuesto la absurda idea de que no. Y esa idea es destructora.

Por otro lado, del periodismo hay que romper sobre todo sus inercias y cuestionarlas. 

Por ejemplo, no tienen sentido las columnas de opinión de tema y estilo totalmente libres, sin control ni edición ni asesoría, porque ese tótem o estatua llamado «firma» está en crisis total y se ha vuelto anacrónico. 

Por ejemplo, no tiene sentido que los corresponsales o los periodistas viajeros sigan escribiendo y publicando como si no existieran las redes sociales (que permiten contactar a un experto local para que escriba al respecto o para que asesore debidamente) o como si no existiera el traductor de Google (que permite interactuar mucho más con las personas que viven allí) o los traductores reales, de carne y hueso (que acostumbran a ser obviados). 

Por ejemplo, no tiene sentido el fotoperiodismo imperialista y efectista, que puede encontrar alternativas en el dibujo o en las fotografías producidas por los propios protagonistas.

Del pasado rescataría la película «Shoah», de Claude Lazzmann, un modelo ético de producción y representación de entrevistas y testimonios.

Del presente, «Los desiertos de Sonora», de Paty Godoy y Pere Ortin, un libro y un documental interactivo, un conjunto que explora en el papel y en la pantalla las opciones múltiples del periodismo más creativo.

Lo que puede romper, hacer caer en desgracia, al periodismo “profundo” es el otro periodismo que la quiere «romper» en redes sociales, entre el apuro de la premisa sin verificar, el click bait, los titulares manipuladores, las medias verdades y escribir para intereses políticos, es acostumbrar y acostumbrarnos a lo manipulado, a lo mediocre.

Y aquí voy a decir lo que a mi me resulta una obviedad, uno de los peores enemigos del periodismo es el mal periodismo, en un momento donde todo está sujeto a manipulación, donde se cuestiona todo lo que reportamos, tenemos que mantener la vara alta para cuando destapemos verdades nadie pueda dudar de nuestro trabajo y su veracidad, solo así el periodismo seguirá siendo vigente.

Al periodismo, en la perspectiva feminista que es en la que trabajo, lo puede romper el ser un encubridor de abusos, de violencia o de acoso. O sea, que en las redacciones, en la televisión o en la radio, por miedo a las repercusiones internas (de jefes, editores o redactores) a que sean denunciados por acoso o por maltratos, por violencias que están muy naturalizadas, con tal de encubrirlos, no se terminen cubriendo estos temas que en cambio sí se tratan en redes sociales. Ese encubrimiento de la violencia machista del periodismo lo puede romper.

Lo puede romper quitándole la legitimidad que tuvo históricamente que ahora está en decadencia o en crisis, pero que a la vez también se recupera con un periodismo feminista, que cubre las temáticas de violencia sexual, machismo, femicidio y de derechos sexuales y reproductivos y lo puede romper volviéndolo cómplice del poder, y el periodismo tiene que ser antipoder. No solo el poder político, judicial, policial sino también el poder de los varones que tienen el poder de la palabra. 

El periodismo puede repensarse a sí mismo porque es una época para ello y porque en medio de una revolución feminista, justamente, estamos repensándolo todo y entre esas cosas estamos repensando la palabra, quiénes la ejercen, cómo y de qué modo y especialmente las mujeres y las disidencias sexuales estamos pensando y haciendo otro periodismo.

El ejercicio más clásico del periodismo del que más tengo nostalgia es tener redacciones con sindicatos, abogados y con una planta de personal fuerte y especialmente con cobertura, la capacidad de enviar gente a territorios. Es una práctica respetable y que la gente tenga un trabajo, dos como mucho, pero no la multitarea de ahora que no deja hacer nada.

Del presente destaco la multiplicidad de palabras, fuentes, mayor inmediatez y democratización de la palabra, con lo que me refiero a la democratización del periodismo feminista que existió mucho tiempo que también es tomado por lxs jóvenes que hoy hacen no solo algo raro o ético, sino una lectura súper requerida.