Así son las mujeres transformadoras

Dieciseis mujeres de todas las regiones se reunieron en la Universidad de los Andes para contar sus experiencias transformando sus entornos más próximos en un ejercicio que promueve la equidad de la mujer. Aquí un recuento de lo que pasó.

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Dieciséis mujeres líderes de distintas regiones del país se lucieron el pasado 3 de septiembre en la Universidad de los Andes. Fueron las invitadas de honor del segundo encuentro de mujeres poderosas y transformadoras, organizado por La Silla Vacía y el Centro de Estudios en Periodismo, Ceper. Como el encuentro del año pasado, esta edición 2019 quiso visibilizar el trabajo que las mujeres hacen por Colombia y facilitar un diálogo cercano entre las líderes invitadas y las jóvenes universitarias de todo el país que se inscribieron al evento. Allí, en una reunión de alrededor de 200 asistentes, se compartieron enseñanzas desde las prácticas y experiencias de todas, en especial desde las de estas mujeres poderosas que han mostrado persistencia, compromiso y vigor.

Uno de los logros destacados del encuentro de este año es que el diálogo se dio con mujeres que trabajan desde la región y que, aunque notables a nivel nacional, están de lleno haciendo lo suyo desde sus territorios, transformando y actuando sobre sus entornos más próximos.

Por ejemplo, Johis Arias, una actriz y dramaturga que después de estar en Cannes decidió volver a Caquetá, contó cómo se lanzó a trabajar en Florencia con mujeres y niños desde el cuerpo y el teatro. Su tarea ha hecho posible que algunas de las mujeres que se suman a sus proyectos puedan pensar ahora en sostenerse a sí mismas y a sus familias a través de labores artesanales que Arias también lidera. Dijo que sabe que hay privilegios en todas partes pero reconoce que lo importante es qué se hace con éstos, cómo se tramitan: “en mis talleres, una niña es privilegiada porque tiene a su papá y a su mamá vivos, y por eso puede llevar una lonchera. Muchas tienen solo a la mamá y no tienen los mismos recursos. Si lo que hace [la niña de la lonchera] con ese privilegio es compartir con las demás esa comida que ella sí puede llevar, pues ahí está el asunto”. Y llamó la atención sobre las distinciones a veces artificiales que se hacen entre la capital, Bogotá, como un lugar de oportunidades y otros lugares del país como lugares vulnerados sin más: el poder tiene grados y naturalezas diversas y persiste en todo tiempo y lugar.

Estercilia Simanca, escritora y abogada, reveló cómo parte de su poder reside en encontrar las fisuras del sistema legal nacional para usarlas a favor de procesos de justicia social y política de su comunidad Wayuu. También habló de sus cuentos como lugar de difusión creativa de su cultura y de la presencia que éstos han ganado en el plan lector de múltiples instituciones que están repensando el tema de la diversidad identitaria en el país.

Zunga la Perra Roja, defensora de derechos LGBTI, insistió en “hacerse invitar” para alzar la voz y generar cambios en políticas que afectan la vida diaria de las personas LGBTI en Caquetá.

Helga Bermeo, profesora de Unibagué, aseguró que las mujeres también pueden generar transformaciones desde la academia, así como ella lo ha hecho con su equipo. “Cada vez somos más las mujeres que desde las universidades trabajamos para cambiar”, dijo. Sus investigaciones llevaron a Bermeo crear y patentar una máquina para el procesamiento de uno de los productos agrícolas centrales del Tolima, de distribución nacional, y con ello muchos se han beneficiado en la cadena de producción y consumo.

Los intercambios de ideas y experiencias se dieron primero en un panel introductorio en el que estuvieron Marcela Aragón, Directora de la Escuela Taller de Tumaco, Laura Castaño, fundadora de Aires de Esperanza en Manizales, Zunga y Simanca, acompañadas de la profesora Jimena Zuluaga, Directora del Centro de Estudios en Periodismo, Ceper. Las conversaciones continuaron después en el formato un-conference que Juanita León, creadora de La Silla, implementó para el primer encuentro: las líderes se reunieron con las participantes en grupos pequeños para hablar sin protocolos sobre sus temas de interés, desde derechos humanos, cultura, emprendimiento y educación hasta tecnología/innovación, migraciones, medio ambiente y ciencia y salud.

Mujeres transformadoras desde la región se dio en medio de la más reciente discusión en la Universidad de los Andes sobre las necesidades de seguir recomponiendo la sociedad en términos de equidad de género y el papel que tienen las Facultades de esta institución para hacer cumplir ese propósito, como lo mencionó Zuluaga el día del evento. Seguimos en un país y en un contexto global en el que el asunto de la equidad está pendiente, y este encuentro fue una oportunidad para volver sobre el asunto, esta vez desde el empoderamiento mismo de las mujeres. Este es un recuento de ello.

*Por Sandra Sánchez López

Educación como herramienta de cambio

¿Cómo llevar la pedagogía a los contextos rurales? ¿Cómo repensar los tan tradicionales modelos educativos? Patricia Salazar es vicerrectora de Proyección en la Universidad de Caldas. A través de Universidad en el campo—en alianza con el Comité de Cafeteros—ha coordinado el traslado de profesores universitarios a los corregimientos del departamento de Caldas con el fin de formar a jóvenes como técnicos y tecnólogos. Marcela Aragón dirige, por su parte, la Escuela Taller de Tumaco (Nariño) en la que se instruyen en oficios tradicionales—sastrería, gastronomía regional, carpintería y construcción—jóvenes excombatientes y víctimas del conflicto armado.  Ellas compartieron sus iniciativas en bibliotecas comunitarias, acompañamientos a comunidades indígenas y poblaciones afectadas por el conflicto, entre muchos otros proyectos con catorce estudiantes universitarias

Tanto Patricia Salazar como Marcela Aragón parten de la premisa de que lo que pasa en la academia es distinto a lo que sucede en los territorios del país. Por lo tanto, son necesarias las iniciativas que reivindiquen esos otros saberes y perspectivas que han sido relegados.

 “A veces van profesores que nunca han estado en un municipio, a contarle a la gente qué es la selva de Florencia (Caldas)”, dice Salazar. Con el fin de crear un servicio turístico en este corregimiento del municipio de Samaná, se ha logrado sentar a los ingenieros expertos en aplicaciones con los campesinos que conocen realmente el territorio.

Las segregaciones históricas han creado un sentimiento de inferioridad entre las comunidades con respecto a sus saberes. Por eso, como dijo alguna de las estudiantes asistentes, es necesario pensar la educación desde su contexto, desde el territorio en que se imparte. Un ejemplo de ello es cómo en el Taller Escuela, a través de la enseñanza de la gastronomía del Pacífico, se han podido “reivindicar sabores ancestrales o tradicionales. Esto significa poner en valor lo que hace una cocinera. No es una simple cocinera. Es una maestra del oficio”, dice Aragón.

Todas las experiencias educativas tienen la misma validez. “Un estudiante embera chamí de Riosucio (Caldas) y el estudiante de intercambio proveniente de Alemania pueden recibir la misma ayuda para acoplarse a la vida universitaria”, dice Patricia Salazar. De paso se posibilitan encuentros en el aula de clase. Así sucede, por ejemplo, con los excombatientes que se encuentran con las víctimas del conflicto en un mismo taller de oficios de la Escuela de Tumaco.

Ahora, ¿cómo hacer para gestionar estos proyectos educativos que median entre las instituciones y las comunidades? “Los incentivos no son adecuados.  El sistema educativo está diseñado para unas cosas y uno no va a luchar contra ese sistema. Lo que hemos tratado es alinear los incentivos. Lo que hacemos en estos proyectos de innovación social para garantizar que todo el mundo gane. No es un resultado que salga de la nada. Se requiere un ejercicio inteligente de preguntarse a quiénes necesito y cómo todo el mundo gana algo en ese proceso. Todos tenemos incentivos”, dice Salazar. Ambas expertas aconsejan la congruencia de la propuesta y la paciencia frente a las instituciones públicas de las que dependen esta clase de incentivos.  Por otro lado, quedan la importancia de estos espacios para tejer redes entre mujeres y la certeza que compartió Aura, una estudiante de ciencias sociales y líder de un proyecto comunitario en Jerusalén (Cundinamarca): “Uno a veces piensa que por cosas pequeñas no se empieza y es ahí por donde se debe empezar”.

*Por Andrés Camilo Torres

La importancia de hacerse llamar

“Yo soy una perra y también muerdo”. Con esa frase inicia el camino de activismo de Zunga en 2011. Zunga cuenta que alguien en una marcha estudiantil la vio vestida de vaca y decidió decirle que parecía más una perra dálmata. Otro le dijo que también era una zunga. “Tomé ese hecho de violencia y me apropié de él” dice. Hacer suya la violencia ha sido una manera de no dejarse anestesiar por las muertes, las palizas, los insultos a manos de la fuerza policial o de un transeúnte en la calle. Eso y una educación política. Zunga ha pasado por diversos movimientos políticos y sociales de izquierda. Estuvo en la Mesa Amplia Nacional Estudiantil -MANE y militó en Marcha Patriótica y ahora en la Unión Patriótica -UP.

Cuenta que en este momento está en un momento de concertación sobre su militancia en los movimientos populares que no reconocen su tránsito como mujer. “Algunos compañeros y compañeras todavía me llaman por mi nombre jurídico y creo que no es posible establecer un diálogo o una agenda en un movimiento social hasta que no respeten las identidades de las personas trans, porque si no nos reconocen algo tan básico y tan importante que es para nosotras la identidad, nuestros nombres, no reconocen nuestra humanidad y nuestra ciudadanía”asegura.

Clemencia la escucha con atención. Dentro de poco tiempo las preguntas serán para ella. Vive en Soacha, Cundinamarca hace 20 años. Trabaja con mujeres de ese municipio desde 2007 en el Movimiento de Mujeres, inspirado en la Organización Femenina Popular que nació en los años setenta en Barrancabermeja. Han logrado mucho en medio de un panorama desolador, por decir poco. La política pública que posicionaron les permitió crear una Casa Refugio y una Casa de Mujeres donde se reúnen y poco a poco se han ido organizando, aunque, reconoce Clemencia, ha sido un proceso muy difícil. ¿Cómo llamar a la organización política a mujeres que trabajan todo el día por fuera de su municipio y que llegan cansadas a seguir trabajando en el hogar? le preguntan. ¿Cómo llevar a la acción a personas que se han acostumbrado a la violencia, donde los crímenes diarios han normalizado el dolor? le preguntan otra vez.

Clemencia sabe que los avances en la organización social en un municipio donde, asegura, hay una negación de la administración y la fuerza pública por reconocer que hay actores armados, van a paso lento pero son destacables. Sin embargo, piensa que para mantener la continuidad de los procesos que han construido con las mujeres en temas de empoderamiento y prevención de violencia deben inventarse algo nuevo. “Creemos que podemos crear estrategias de innovación a través de los aparatos de comunicación. Muchas de ellas ya cuentan con equipos e internet” dice, sin olvidar que reunirse a pesar del cansancio es un eje central de la movilización social.

Ambas se han ganado un lugar en la escena política y participativa, o como dice Zunga “se han hecho llamar”. En el caso de Zunga y la comunidad trans en Florencia se ha vuelto fundamental para poner sus intereses como parte de la agenda. “Tenemos que estar ahí para visibilizar, incidir, participar y transformar, creo que estamos arañando un poco en esos espacios para meternos en consejos de paz y mover temas de derechos humanos”.

Sin embargo, su vínculo con la institucionalidad ha estado en constante problematización. Clemencia ve los espacios de participación organizados por las instituciones como un sofisma de distracción, una acción que no trasciende porque no tienen un carácter vinculante con la población. Para Zunga, la institucionalidad debilita la movilización comunitaria. Se sienten “manoseadas”. Piensan que en vez de fortalecer los procesos comunitarios los han cooptado.

Por su parte, los mismos movimientos sociales no han retribuido la solidaridad y el respaldo que el movimiento “lgbetuno”, como le dice ella, le ha dado a la protesta social. A la hora de defender una ley de identidad de género o una protesta “porque mataron a una marica en Santa Fe o en Chocó o en Planadas” no encuentran una respuesta oportuna.

Tampoco en el tema de la informalidad laboral y en las garantías de seguridad. Este tema, crítico en esta comunidad, evidencia una profunda vulnerabilidad.“Mientras unas hablan de brechas de género nosotras hablamos de expectativa de vida. Es hablar desde la muerte, desde que yo se que me voy a morir a los 35 años según la CIDH y se que algo va a pasar con mi vida. O me mata la policía por andar puteando o me mata el cliente o el paramilitar” asegura.

Por eso, ahora deciden a dónde quieren ir y en dónde pueden lograr un impacto. También saben que para volver a la militancia organizativa comunitaria y popular no deben olvidar el círculo de la palabra, ni perder la oportunidad de reunirse. Para hablar de León Zuleta y de Manuel Velandia, para no olvidar la Soacha que perdió a sus hijos, para insistir en que existen grupos armados que dificultan la convivencia y amplían el dolor. Para contar lo que sucede, para hablar sin miedo. Entre ellas. Entre todas.

*Por Camila Bolivar

El reto de trabajar con migrantes

“Fue un milagro”, dice Laura Castaño frente a unas 20 mujeres que la miran con espanto. Acaba de contar la historia de Daniela, una venezolana de 22 años que caminó embarazada durante 27 días desde la frontera con Venezuela en Cúcuta hasta llegar a Bogotá. Migración Colombia y la Cruz Roja Internacional le dieron los primeros auxilios y un pasaje. Así llegó a Manizales, sola, con 38 semanas de gestación, hepatitis y una infección urinaria. “Hicimos un derecho de petición con la personería de Villamaría, Caldas y logramos que le aprobaran una cesárea de urgencia”, cuenta Laura, médica venezolana y creadora de la Fundación Aires de Esperanza. Desde junio de 2018 han atendido a más de 1800 migrantes, entre ellos niños y mujeres que llegan a Caldas en situaciones de extrema vulnerabilidad. 

Laura llegó a Colombia en abril de 2018, tiene 27 años y perteneció a Médicos sin Fronteras. Con la Fundación logra canalizar recursos de organizaciones internacionales como USAID, ACNUR y la embajada de Venezuela en Colombia para brindar atención médica primaria, información de acceso a servicios y luchar contra la xenofobia y los estigmas que pesan sobre los migrantes venezolanos. Durante la mesa de discusión contó además que las mujeres venezolanas siempre fueron las que tuvieron los pantalones en su país, “pero aquí llegan destrozadas, sin levantar la mirada”. 

En el mismo auditorio Alejandra Vera, directora de la Corporación Mujer, Denuncia y Muévete, que ayuda a mujeres víctimas de explotación sexual en Norte de Santander, habla de la necesidad de trabajar con una mirada feminista, más allá de la crisis humanitaria. “Las necesidades más suplidas por las organizaciones internacionales son alimentación y refugio, no los derechos de las mujeres”, dice. Al migrar, las venezolanas se enfrentan a los escenarios y situaciones más hostiles, trochas ilegales, carreteras, refugios. En su paso por allí son abusadas, maltratadas, vistas como potenciales prostitutas. “No es un trabajo, están siendo explotadas. Llegan con sus niños a los centros médicos violados. Esa es la realidad en Cúcuta”, dice Alejandra, de pie, con voz firme. 

Alejandra, quien creó hace cinco años la Corporación, dice que los funcionarios de las instituciones no tienen claras las violencias basadas en género. “Cuando las atienden les hacen preguntas como: ¿segura que usted no era prostituta en Venezuela? Están actuando, pero es acción con daño”. La Corporación de Alejandra ha atendido a más de cuatro mil migrantes venezolanas brindando métodos anticonceptivos, asesoría en interrupción voluntaria del embarazo y acompañamiento a víctimas de violencia sexual. Ahora está trabajando para crear una casa refugio y recibir mujeres que además requieren atención en salud mental.  Tanto Laura como Alejandra coinciden en que hay recursos para llevar a cabo sus labores, pero es difícil tramitarlos. Laura demoró un año en montar un proyecto y acceder a esos recursos. La mesa fue un espacio para forjar lazos entre estudiantes, profesionales y mujeres que reconocen la necesidad de lograr atención con enfoque de género para las migrantes. 

*Por Angie Bautista

Emprender en sororidad

“Todo lo que hacemos, pongámonoslo”: Es la frase con la que cierran el conversatorio de Emprendimiento, Lady García y Stephany Guerrero, quienes portan orgullosas los productos generados en sus respectivos proyectos. Desde el momento en el que subieron a la tarima del Auditorio Lleras, para presentar sus respectivas propuestas, Lady García portaba un turbante amarillo, prenda que desarrolla en su ciudad Pereira, con el emprendimiento ModaSocial. Al mismo tiempo, Stephany Guerrero trajo un bolso y un morral de su marca, Errante, creada y establecida en la ciudad de Pasto, Nariño. Ya en el espacio designado para el panel de emprendimiento, los productos que ambas traen consigo generan expectativa en las doce asistentes de la mesa, quienes prepararon a su vez doce preguntas que guiaran todo el encuentro, sobre el emprendimiento y el papel activo de las mujeres. Dentro de las preguntas de las asistentes destacan ¿cómo contribuir a garantizar los derechos de las mujeres a través del emprendimiento? ¿Es posible mantener la sororidad y solidaridad entre mujeres, cuando se compite en el mercado? ¿Qué problemáticas resuelven a través de sus proyectos?

Ambas exponentes con claridad van respondiendo a cada pregunta, a lo largo de una hora. Lady García señala que, al ser una mujer afrodescendiente, de una ciudad pequeña como Pereira, ha logrado tener una voz desde el momento en que empezó a buscar personas que se sumaran a su proyecto. Lady es abogada, su profesión principal, pero a través de sus habilidades en las relaciones públicas, construyó e ideó ModaSocial un emprendimiento auto sostenible y social, es decir, que debe generar desarrollo económico en el lugar o comunidad en que se desarrolle. Así, el principal producto de su proyecto son los turbantes, que se pueden conseguir en tiendas, pero con mayor frecuencia a través de talleres, cuyo costo incluye la tela, fabricada por mujeres de la tercera edad en la ciudad de Pereira, y una clase en la que Lady explica los orígenes, valores, significados y formas de uso de la prenda de origen africano, que solo llega a ser prenda en el momento en el que la usuaria hace el nudo característico. Lady García menciona que el 80% de las ganancias de los talleres son destinados a otra causa, el acompañamiento a niñas, niños y jóvenes con talentos y aptitudes artísticas, pero ante factores de riesgo y vulnerabilidad en los barrios periféricos de la ciudad. Y si tiene una voz, y está generando impacto y desarrollo, ella menciona que la sororidad la logra cada vez que está en una feria y busca generar nuevos vínculos y contactos con otras mujeres emprendedoras.

En el caso de Stephany Guerrero con el proyecto Errante, menciona que, si bien es un emprendimiento desarrollado junto a su esposo, un diseñador de la ciudad de Pasto, su rol dentro del proyecto es clave, pues se encarga de las relaciones públicas, de cada participación en ferias en distintas ciudades del país y también de la venta de los productos. La problemática directa que resuelve es el desperdicio y contaminación que generan los neumáticos. Con ellos logran desarrollar bolsos, zapatos, botas y maletas altamente sostenibles, hechos a mano por artesanos del departamento de Nariño.

“Un año nos tardamos desarrollando el primer bolso”, cuenta Stephany, y “han sido ocho años desde que se creó la marca, cinco años desde que los productos entraron al mercado”. Durante este tiempo, el proyecto ha tenido que ser auto sostenible, pues para los viajes a ferias, presentaciones, adquisición de material, no tienen el apoyo de ninguna entidad estatal o privada. Por situaciones como estas, para Stephany es relevante la participación activa y la competitividad, que para ella no significa tener rivales, sino aprovechar esos espacios para lograr un apoyo mutuo o colectivo.

*Por David Esteban Ángulo