El incierto lugar de los Nukak en el Guaviare

En los alrededores de San José habitan decenas de indígenas de la última tribu nómada de Colombia. Los Nukak, treinta años después de la salida de sus territorios ancestrales, siguen enfrentándose a los retos del desplazamiento.

por

Sara Cely


21.09.2017

Foto: Juliana Galeano

“Sin más preámbulos damos inicio al desfile de las candidatas que están en la lucha de la corona. A continuación, llamamos a la representación de la colonia Guaviare. Ella es Ruby Alexandra Fandiño Becerra”. Son las 9 de la noche del primer día del Festival de las Colonias en San José del Guaviare. En el centro de la ciudad, frente a la alcaldía municipal, cientos de personas se aglomeran para ver quién será la reina de las colonias 2017. Sobre la tarima, con todas las luces apuntándole, aparece Ruby. Es alta, trigueña, tiene el pelo recogido y una flor blanca sobre su oreja izquierda. “Guaviare unido por la paz es un traje que busca reflejar la idiosincrasia del pueblo Guaviarense”, explica con entusiasmo el presentador al describir el traje de Ruby.

El vestido es una colcha de retazos. Está compuesto por una camiseta blanca de tiritas con una planta estampada, dice el presentador que “es la flor del Guaviare”, pero en realidad representa una heliconia. Ruby lleva puesta una falda corta con un borde de tiras, similar a una cortina. En la parte delantera un pedazo de tela que se asemeja a un taparrabos está decorado con dibujos de las pinturas rupestres de la región. Desde la cadera, y hacia cada una de sus manos, una tela negra se extiende como si fuera una capa o un pareo. Ruby camina por la pasarela y al llegar a la punta más cercana al público, extiende sus brazos y deja ver completamente aquel semicírculo de tela negra. Allí, como parches, hay cinco retazos con forma de mini trajes típicos de las demás colonias participantes.

El Festival de Colonias se celebra cada año, en homenaje a San José, patrono del municipio. Son tres días llenos de manifestaciones culturales y gastronómicas de los habitantes que han llegado de otros departamentos. Uno de los eventos más importantes de este festival es el reinado, el cual celebra la historia e integración de los distintos orígenes de sus habitantes. Por la pasarela ya han pasado las representantes de las colonias ‘cundiboyasan’, costeña, Chocó y “a continuación, viene la representación de la Colonia Indígena”. 

Ligia Vélez, la candidata de los indígenas, camina descalza por la pasarela con su cara y brazos pintados y lleva puesto un traje típico, que, dice el presentador, es de los grupos indígenas de la región.  Pero su traje parece más bien el disfraz por defecto que alquila cualquier persona en halloween: taparrabo, corona de plumas de guacamayos y pavos reales, manillas en las muñecas y tobillos con patrones tipo chevron, un collar de plumas y semillas de colores.  

Frente a Ligia, entre el público, hay varios grupos de indígenas que están observando el reinado, pero no están vestidos como los representan. En San José, las etnias Tucano, Jiw y Nukak están en la ciudad y visten como cualquier otro habitante de la región: pantalonetas deportivas, camisetas de algodón, de equipos de fútbol o de campañas políticas y crocs, sandalias o botas pantaneras. Usan también accesorios como caimanes, cadenas, aretes, relojes e incluso gorras que dicen ‘Jesús’.

San José

San José del Guaviare está ubicada al sur de Colombia a unos 400 kilómetros de la ciudad de Bogotá. Se convirtió en capital en 1977 cuando la Ley 55 del 23 de diciembre separó el territorio de la jurisdicción vaupense y, con la constitución de 1991, el Guaviare pasó a ser un departamento. La historia de este municipio está ligada con procesos de colonización y la llegada de pobladores desde interior del país. Pobladores que, poco a poco, han ido construyendo la misma colcha de retazos que se vió en el traje típico de la señorita Colonia Guaviarense. Pobladores que se vieron atraídos por la abundancia natural que ofrece el Guaviare y llegaron en búsqueda de nuevas riquezas como el caucho, el intercambio de pieles, la recolección de quina –un árbol medicinal–, la pesca y la coca.

“Por el río Guayabero llegó la colonización armada; por el río Ariari, (…) la colonización espontánea. Ambas son campesinas y se han originado en la violencia, pero el camino que han recorrido es enteramente distinto”, así es como Alfredo Molano, periodista e investigador, cuenta en su libro Selva adentro (2006) la llegada de colonos a través de los dos ríos que se unen en San José para formar el río Guaviare. “La primera es una colonización campesina organizada, que responde a un mando y a un propósito común y deliberado; la segunda es inorgánica y, más que metas explícitas, acaricia sueños difusos”. Fue así como se dio el proceso de colonización en San José: nuevos colonos haciendo quemas y talando bosques para la agricultura. Una colonización que causó una fuerte reducción del territorio ancestral de los indígenas que habitaban la región y un cambio en las rutas de movilización de las comunidades nómadas.

Hoy, San José del Guaviare cuenta con un poco más de 65,000 habitantes. En su guía turística, la alcaldía, ofrece platos típicos como el ‘pescado moqueado’, una forma tradicional indígena en la que el pescado se envuelve en hojas de plátano y se cocina enterrado a la brasa. Pero en San José es más fácil encontrar carne, pollo, salmón o camarones que este pescado típico de la región. El Guaviare es un departamento rico en frutos selváticos, pero en restaurantes del parque central, el muelle o en la plaza de mercado tampoco se encuentran productos típicos. En supermercados de San José se encuentra leche de almendras, pero no jugos de frutas de la región.

Indígenas Nukak del resguardo Agua Bonita en la entrega del asaí cosechado. Foto: Juan Camilo Chaves.

Asaí

“No se me vayan a sentar en el producido”, exclama Bertulfo Niño miembro de la junta de Asoprocegua, una organización de campesinos agricultores –sin ánimo de lucro– que se dedica al “cambio de actividades ilícitas por la explotación agropecuaria”. Una asociación que quiere evitar que los campesinos sigan cultivando coca o talando bosques. Niño está en una carretera rural a dos horas al sur de San José del Guaviare junto a un grupo de cerca de 50 indígenas Nukak de la comunidad de Agua Bonita, un resguardo en las afueras de San José. Todas las tardes, durante la temporada, Niño recorre con un camión varias zonas rurales del Guaviare en donde los Nukak cosechan asaí, uno de los frutos amazónicos más populares a nivel internacional por su alto valor nutricional. Un fruto que ha hecho parte de la dieta tradicional de los Nukak, pero que es prácticamente desconocido en el Guaviare.  Niño es el encargado de la recolección del fruto que los Nukak bajan de palmas de más de 10 metros de altura, que crecen naturalmente en la mayoría de las fincas del departamento.

“¿Quién sigue?”, pregunta Niño mientras tara una balanza de colgar como las que se usan en las plazas de mercado. Yeimer, un indígena Nukak, se acerca con un costal lleno de frutos de asaí, o pepa como ellos lo llaman, que recolectó hoy. Pesa más de cincuenta kilos y lo carga sin ninguna protección. Lleva puesto solamente una camiseta roída, una pantaloneta de fútbol amarilla y unos crocs. Asoprocegua tiene los permisos de recolección de este fruto en la región y se encarga de que los campesinos dueños de las fincas le permitan a los indígenas entrar a sus predios a cosechar este fruto del que se han alimentado toda la vida y además para que puedan extraer frutos y animales nativos para su consumo diario. Niño recibe el costal, lo pesa y lo sube al camión en donde lo organizan en cajas para transportarlo. Esta escena se repite a lo largo de la jornada más de cincuenta veces con indígenas que, en pantalonetas y camisetas, están cosechando el fruto.

El territorio Nukak

En 1988 un grupo de indígenas Nukak apareció en el municipio de Calamar, a 85 kilómetros al sur de San José del Guaviare; este es el famoso contacto que le dio la vuelta al mundo como la primera vez que se supo de esta comunidad, pero en las décadas de los sesenta y setenta hubo contactos entre los Nukak y los colonos. Los indígenas Nukak son el último pueblo de tradición nómada contactado en Colombia y en los últimos 30 años se han visto obligados a quedarse en asentamientos proporcionados por las alcaldías y la nación, cuando antes su territorio abarcaba todo lo que se encuentra entre los ríos Inírida y Guaviare. Toda el área que hoy comprende San José del Guaviare. Este acercamiento a las zonas habitadas por los colonos se dio por amenazas y hechos victimizantes, que se le atribuyen a grupos armados, como las Farc. “En la Unidad para las Víctimas el registro de desplazamiento es por las Farc, pero uno deduce que fueron los colonos para colonizar esta tierra. Aunque ellos [los colonos] hayan dicho que fue por la guerrilla. Es una presunción”, asegura Trian Zúñiga, Defensor del Pueblo de San José del Guaviare. Zúñiga recuerda que durante la siguiente década, en los noventa, cuando los Nukak llegaron a San José, la principal preocupación de la institución fue qué hacer con el grupo de personas semidesnudas que ahora andaba por ahí. La solución de la alcaldía de San José fue reubicarlos temporalmente en una finca en la vereda Agua Bonita, a 25 minutos del casco urbano. Pero ahí ya llevan casi 20 años. Hoy, los Nukak que viven en Agua Bonita, son cerca del 10 % de la población.

A partir de la creación de la Ley de víctimas y restitución de tierras en 2011, se crea la Unidad para las Víctimas. Esta dependencia está encargada de atender con ayudas en especie a las comunidades indígenas que se considera tienen un estado de vulnerabilidad. Especialmente cuando estas comunidades son desplazadas y permanecen en asentamientos con características diferentes a sus territorios ancestrales. Sin embargo, la Unidad para las Víctimas sólo atiende a comunidades que estén en lugares próximos a cascos urbanos en donde los indígenas no consiguen los recursos para suplir su sustento diario. En el Guaviare, la Unidad para las Víctimas ha invertido un total de 1.700 millones de pesos en los últimos cinco años, para ayudar cada 45 días a los resguardos de grupos indígenas en el departamento.

“Unas ‘casas’. Unos palos con plásticos y latas encima. Niños sucios. No hay bosque, no hay pepa, no hay micos. Hay mercados de la Unidad para las Víctimas, lentejas y fríjoles regados en el piso”, así describe Kelly Peña, socióloga que trabaja con los Nukak y los Jiw, el resguardo Nukak de Agua Bonita. “La realidad cruda de los Nukak es que son unos desplazados”, agrega Peña.

Vista panorámica del resguardo de Agua Bonita. Foto: Juan Camilo Chaves.

El territorio ancestral de los indígenas Nukak es incierto. Algunos investigadores aseguran que es cerca al río Vaupes y otros creen que se encontraba ubicado al sur del Cerro de la Cerbatana, en Venezuela. Hoy, los Nukak ocupan casi todo el departamento del Guaviare.  “Hay que hacer dos diferenciaciones: hay un Parque Nacional Nukak Makú y hay un Resguardo Nukak Makú. El resguardo queda dentro del parque y el parque tiene un cubrimiento mucho más grande”, cuenta Ómar Rincón, profesional de la Unidad para las Víctimas de Guaviare. De hecho, el resguardo es el 80 % de las casi 800 mil hectáreas que tiene la reserva.

Ancestralmente, explica Rincón, los Nukak recorrían el parque de forma circular. Cada dos o tres años pasaban por el mismo sitio. Todo dependía de los beneficios alimenticios que les brindara la zona: las temporadas de frutos como el asaí, la disponibilidad de primates y otros mamíferos que cazan para su sustento diario. Además, hay otros factores que influyen en su movilización: los indígenas tienen fuertes conexiones con sus espíritus y por eso permanecen cerca de su territorio ancestral. “Si alguien de la comunidad se muere entonces los Nukak cogen sus pertenencias y las queman junto al cuerpo. El nombre y las palabras que referenciaban a esa persona se olvidan y ellos se van”, explica Peña, la socióloga que ha vivido con los Nukak.

En Agua Bonita, y en otros refugios del Guaviare, instituciones como el ICBF, la Unidad para las Víctimas y el Ministerio de Cultura se acercan para brindarles ayuda a los Nukak. Pero esta dinámica de ayuda estatal ha generado la idea entre algunos campesinos de que los indígenas no hacen nada y solamente esperan a que les brinden ayudas. “Si uno ahonda más en ellos se da cuenta que en los primeros años de estar acá [los Nukak] ya tenían un mapeo territorial de la zona. Sí, ellos están en Agua Bonita, pero saben perfectamente dónde se consigue tal pepa, en qué época del año, dónde tienen que cazar, dónde van a conseguir tales peces, cuál miel, dónde consiguen tales cosas y lo siguen practicando a pesar de estar ahí”, asegura Carolina Barbero, antropóloga de la Agencia Alemana para la Cooperación Internacional (GIZ) quien lleva siete años trabajando en la región. Y agrega: “Ellos entendieron las condiciones y empezaron a utilizar sus lógicas tal como lo hacían en su territorio ancestral”.

Es precisamente por su mapeo territorial que los indígenas son conocidos entre los campesinos. Los Nukak son muy buenos recolectando frutos nativos como el asaí, el arazá y el burití, y al contrario de los colonos, saben cómo moverse en la selva y qué palmas tienen frutos maduros. Es por esto que algunos campesinos que hacen parte de Asoprocegua han comenzado a trabajar con ellos, ya que los Nukak tienen mapas mentales de la región y saben en qué momento y en qué parche de bosque hay uno u otro fruto para cosechar. Con este modelo, todos tienen beneficios económicos y para los Nukak es clave poder tener un respaldo y una autorización para que mientras cosechan un fruto en particular, ellos puedan conseguir su sustento diario, sus alimentos tradicionales.

Es el final de la temporada de asaí y, al terminar de cargar lo que cosecharon, los indígenas se suben al camión, con cuidado de no espichar los frutos, para regresar a su resguardo con víveres que han recolectado. Hoy, Niño cuenta más de dos toneladas de fruto cosechado. El camión regresa a San José por una vía destapada y, después de casi hora y media de trayecto, llega a la variante de la carretera principal entre San José y El Retorno. Ahí se detiene en una estación de gasolina Terpel y los Nukak descienden para caminar un último trayecto de casi dos kilómetros hasta el resguardo de Agua Bonita.

Para los Nukak entender el concepto de una cerca es casi imposible, es muy difícil porque el territorio para ellos es de todos

El desplazamiento

El departamento del Guaviare es una zona que tradicionalmente ha sido usada para el cultivo de coca. Un departamento que creció en medio de estos cultivos y la acción de narcotraficantes y grupos armados como las Farc y las Autodefensas Unidas de Colombia.  En el 2015, según un reporte de la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito (UNODC), el Guaviare tenía 69,000 hectáreas sembradas de coca, el 6 % de los cultivos a nivel nacional. Y según cifras de 2014, el 11 % de los cultivos de coca a nivel nacional estaban localizados en resguardos indígenas. Entre esos resguardos, los Nukak han sido algunos de los más afectados. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) afirma que los indígenas Nukak se alejaron de su territorio ancestral para evitar que los usaran para sembrar coca y, por esto, se vieron en situaciones de desplazamiento masivo. De hecho, entre el 2003 y el 2008, la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos realizó un estudio donde se registraron 758 casos de indígenas Nukak víctimas de desplazamiento forzado en San José del Guaviare. Kelly Peña tiene claro cómo fue esa migración a causa del conflicto armado y el encuentro con los colonos.

Según el censo del 2005, en el municipio de San José del Guaviare, la población nacida en otros departamentos superó el 50 %. Cada vez hay más colonos asentándose, más fincas y más cercas. “Para los Nukak entender el concepto de una cerca es casi imposible, es muy difícil porque el territorio para ellos es de todos”, asegura Peña. Pero para Zúñiga, el defensor del pueblo, los antropólogos fueron quienes les dijeron a los Nukak que todas las tierras eran suyas y que, a raíz de eso, comenzaron los robos de gallinas o la contaminación de los caños con barbasco, un bejuco venenoso que utilizan para pescar. “Esto no puede ser un retroceso. Devolvernos 40 años para reubicar el Guaviare y dejarles el territorio a ellos”.

Varios estudios de organizaciones y académicos sugieren que se deben tomar acciones para que los Nukak puedan retornar a su territorio pues están en un grave riesgo de desaparecer. Pero esta idea de retorno no es un tema sencillo. “Consideramos que hay un choque cultural prácticamente inevitable”, asegura Víctor Sánchez de la Unidad para las Víctimas. Para él la ‘occidentalización’ de los Nukak es inevitable: “No podemos pensar que ellos eternamente van a andar desnudos con sus tradiciones”. Carolina Barbero, la investigadora de la GIZ, concuerda con Sánchez pero cree que hay matices: “Ahí está el error de los que trabajamos con las instituciones y es hacerles ver [a los Nukak] que si vuelven van a volver a ser lo que ellos eran antes”, y agrega que “ellos ya tienen otras necesidades creadas y otros intereses y gustos que no pueden suplir sólo con lo que eran antes. Ellos quieren volver al territorio porque el territorio es muy importante en términos de salud alimentaria y para poder desarrollar sus prácticas espirituales. Pero [los Nukak] quieren tener en el territorio una serie de garantías que ellos ya conocen: salud, educación, herramientas, ropa y otros objetos”. “Ellos quieren aprender a leer, a escribir y matemáticas básicas para saber que no los están tumbando con los pagos”, dice Peña, quien concuerda con Barbero y agrega que los Nukak están divididos: hay unos que quieren volver, que de hecho no quieren tener más contacto con los colonos, pero hay otros que no quieren regresar a la selva.

Según un reporte del Ministerio de Salud, casi un 47 % de los indígenas víctimas del conflicto en Colombia tienen menos de 25 años. Eso significa que en el caso de los Nukak muchos nacieron después del contacto con los colonos. Crecieron cerca a los pueblos y comenzaron a adoptar algunas de sus prácticas. “Los que quieren volver son los adultos, los jóvenes no quieren volver. Especialmente los niños de 17 años. ¡Que se van a querer ir para la selva cuando han visto la tecnología, la civilización, todo lo han visto acá!”, asegura Zuñiga, el Defensor del Pueblo.

Pero el escenario de retorno al territorio Nukak también tiene un componente importante de seguridad. En el Guaviare aún hay dos frentes disidentes de las Farc, presencia de bandas criminales, narcotraficantes y, según cifras de 2016, 1.765 hectáreas de cultivos de coca dentro del resguardo Nukak. Pero lo que más preocupa a las personas que han trabajado con los Nukak es que “se tiene información de que hay zonas minadas que impiden el retorno de estas familias”, asegura Sánchez de la Unidad para las Víctimas. De hecho varias fuentes confirmaron que las minas antipersona ya han cobrado,  al menos, tres vidas indígenas: un anciano y, algunos años atrás, una joven mujer y su bebé de nueve meses.

En los afiches y la propaganda del Festival de Colonias, que están pegados por todas las calles de San José, las imágenes de los Nukak están en primer plano. Están por encima de los músicos invitados, de las reinas y de las demás colonias. ‘Nukak’ es una especie de marca registrada en la ciudad. “Utilizan la imagen de ellos en todo y para todo sin consultarles, sin sentido y sin propósito”, asegura Carolina Barbero. La inconformidad de los Nukak con el uso de su imagen genera confrontaciones con los turistas que vienen a conocerlos pues presenta un choque entre lo que se muestra y lo que ellos son. Barbero añade que “ellos ya no están conformes con eso y por eso dicen ‘Foto a 5 mil’. Es más una molestia porque siempre usan su imagen para cosas como el cartel del Festival de Colonias, un festival del que ni siquiera son parte”.

 

*Sara Cely es estudiante de Matemáticas con Opción en Medios. Futura periodista matemática, curiosa por contar el mundo, que busca unir sus pasiones para entender el universo y llegar a la luna. Esta nota se hizo en el marco de la clase de periodismo en terreno Crónicas Colombia: Guaviare 2017 de la Opción en medios del Ceper. 

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