El discurso de Francisco

En su visita a Colombia, el papa Francisco habló de paz, de reconciliación y de respetar la diferencia. Alberto Mercado, lingüista y profesor de análisis de discurso, explica los momentos más importantes de su reflexión.

por

cerosetenta


10.09.2017

Foto: Catholic Church England And Wales @ Flickr

Un discurso es el enunciado o conjunto de enunciados con que se expresan, de forma escrita u oral, pensamientos, razonamientos, sentimientos o deseos. El papa Francisco comenzó su gira oficial por Colombia con un discurso el jueves 7 de septiembre en la Plaza de armas de la Casa de Nariño. En este evento inaugural, frente al Gobierno, la iglesia y un amplio grupo de niños, víctimas del conflicto y discapacitados, Francisco expuso el porqué de su visita a Colombia. Cerosetenta invitó al lingüista y profesor de análisis de discurso Alberto Mercado para que desglosara el mensaje de este texto que se convirtió en la hoja de ruta de su visita.

Señor Presidente,
Miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Señoras y señores.

Saludo cordialmente al Señor Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le agradezco su amable invitación a visitar esta Nación en un momento particularmente importante de su historia; saludo a los miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático. Y, en ustedes, representantes de la sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en estos primeros instantes de mi Viaje Apostólico.

Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san Juan Pablo II y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos.

En la introducción del discurso podemos observar que hay una parte importante donde Francisco enuncia que en Colombia estamos pasando por un momento histórico trascendental: el acuerdo de paz. El papa menciona ese sintagma, “un momento particularmente importante de su historia”, y eso ya nos orienta a que el sumo pontífice ve en el acuerdo de paz un momento trascendental al que quizás debe su visita. Una visita para expresar su apoyo al pueblo colombiano y al acuerdo. Eso es lo que llamamos un sintagma orientador.

Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno ha sido el Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora, fauna en sus selvas lluviosas, en sus páramos, en el Chocó, los farallones de Cali o las sierras como las de Macarena y tantos otros lugares. Igual de exuberante es su cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón y valentía para sobreponerse a los obstáculos.

Un discurso es el uso del lenguaje en un momento determinado, lo digo porque en este contexto vemos que quien lo emite es la máxima autoridad de la iglesia católica y uno esperaría que fuera netamente religioso. Pero en esta parte van apareciendo temas como reconocer un contexto colombiano en términos de diversidad. Esto aparece y se conecta con las ideas del papa alrededor del medio ambiente. Francisco había promulgado una encíclica sobre la importancia de defender y cuidar la naturaleza. Aquí, está reconociendo esta característica en Colombia e invitando a cuidar lo que él llama “un regalo del señor”.

Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo. Oíamos recién cantar: «Andar el camino lleva su tiempo». Es a largo plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).

Francisco menciona “la cultura del encuentro” y de nuevo aparece la importancia del acuerdo de paz, la importancia de haber superado un momento de violencia en Colombia. El papa reconoce que en el contexto del acuerdo hay obstáculos y problemas, pero en medio de eso hace una invitación para propiciar la cultura del encuentro. Eso, dice, es lo único que nos va a permitir vivir en un país en medio de la diferencia. Ahí ya hay una clara orientación política frente a lo que él considera qué debe ser la construcción de una nueva patria. Francisco nos está invitando a construirla entre de todos, a partir de la diferencia y desde la cultura del encuentro.

Acá también es importante resaltar que cuando el papa menciona la palabra ‘obstáculo’ está reconociendo que hay sectores que tienen reparos con respecto al acuerdo. Él reconoce esos sectores y al mismo tiempo les hace una invitación: es necesario que todos los que conformamos la nación colombiana apoyemos el acuerdo alcanzado, sin que eso signifique acabar con la diferencia. Se trata, entonces, de reafirmar la cultura del encuentro, que no es otra cosa que un espacio de diálogo y opinión para construir esa nación que está pidiendo a partir de la superación de la violencia.

El papa lo dice muy claro: la iglesia debe estar comprometida con la paz. Es un jalón de orejas a las divisiones del episcopado colombiano

El lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una enseñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y siempre la deja a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202).

En esta parte lo que más me llama la atención es el uso de la enfermedad como metáfora. La crisis colombiana, el estado de violencia, son ese mal al que califica como enfermedad. En la medida en que aparece la metáfora, el país se asume como un cuerpo que la padece y sufre su rigor. El papa reconoce que hay causas estructurales que generan la violencia, la injusticia, la desigualdad, la pobreza. Es decir, la metáfora es biológica. Y es interesante porque cuando uno está enfermo lo que hace es buscar un médico para aliviarse y superar el estado de crisis que está viviendo. Entonces, parte de ese alivio sería el acuerdo de paz, un medicamento que ayudará al país.

En esta perspectiva, los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. Como estos chicos que con su espontaneidad quisieron hacer este protocolo mucho más humano. Todos somos importantes. En la diversidad está la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. También detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples tareas. Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza.

El papa en este párrafo está planteando que Colombia es un país que genera exclusión y que ha habido sectores tradicionalmente marginados: los campesinos, los indígenas, los pobres, las mujeres, etc. Esto presupone que la nación se ha construido a partir del privilegio de algunos, lo cual se conecta con lo anterior: la exclusión hace parte de la enfermedad. Él dice que podemos superarla en la medida que todos seamos iguales, en que “todos tengamos cabida, todos seamos importantes”. Este enunciado, “todos somos importantes”, es clave porque el discurso del papa presupone que somos una nación de excluidos. Sólo en la medida en que la sociedad colombiana y el Estado tengan la capacidad de reconocer y tener en cuenta todos sus sectores podremos superar la enfermedad metafórica que cobija a la nación colombiana. Esto es una petición directa a la sociedad y especialmente a las esferas dominantes del país.

La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida y de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—.

En este párrafo podemos ver cómo el papa resalta la importancia de la iglesia y la concibe como una institución comprometida por la paz, la justicia y el bien común. Esto está en concordancia con su discurso, con la idea de construir una nación para todos. En esa medida, hace una invitación a la iglesia colombiana y a sus jerarcas porque, aunque en general ha estado comprometida con el proceso de paz, hay sectores que claramente no lo apoyan o que no asumen una posición al respecto. Él, acá, lo dice muy claro: la iglesia debe estar comprometida con la paz. Es un jalón de orejas a las divisiones del episcopado colombiano.

Otro elemento importante es la mención de la familia como el primer espacio para convivir en medio de la diferencia. El papa asume que la nación es una gran familia en la que podemos estar todos. Es la cultura del encuentro que ya había mencionado.

Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptación del premio Nobel, 1982).

Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza… La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz.

Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia.

Para que un discurso tenga sentido hay que ubicarlo en un contexto físico, histórico y social, y este discurso muestra que es un pontífice que conoce la realidad colombiana y sus características. Lo demuestra cuando cita a Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Esta cita va en relación con el discurso que ha venido construyendo Francisco, que insiste en que en medio de ese contexto de exclusión y marginalidad, como lo dice Gabriel García Márquez, es posible construir una utopía de paz. Este, sin duda, es un discurso profundamente social, político y aunque siempre tiene referencias a la religión, no es un discurso religioso. Yo diría que su macroestructura, su eje central es ‘la reconciliación’. Creo que el papa a lo que está llamando aquí, es a la inevitable reconciliación del pueblo colombiano para superar el estado de enfermedad que nos ha estado agobiando. A medida que nos reconciliemos podremos curarnos de los males que nos han aquejado. El papa reconoce, como es obvio, que hay diferencias políticas en el contexto colombiano, pero hace la invitación a la reconciliación para que la nación encuentre caminos que superen el estado de exclusión.

Una palabra

El intensificador Todos. Es la palabra con mayor frecuencia en el corpus del discurso, o sea la que más aparece. Él la utiliza como una marca para intensificar, él ha podido decir “los colombianos”, pero prefiere decir “todos” no quiere dejar huecos ni dejar a nadie por fuera. Para que haya un procesos de reconciliación, nadie puede quedarse por fuera: todos son todos. Francisco ha hecho énfasis en frases como: “construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos”, “la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos”, “Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad”, “Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes” y “Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza”, entre otras.

 

Tres mensajes clave

1. Reconocer al otro: el discurso es muy claro en que debemos reconocerle al otro su condición de humano.

2. La participación y visibilización de los marginados: el papa es insiste en trabajar con estos sectores para construir una nueva patria.

3. La reconciliación: de la iglesia y de los grupos políticos y sociales. El apoyo directo y claro a los procesos de paz con las guerrillas.

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