Alberto Ravell, el empresario

El periodista Alberto Federico Ravell Arreaza no solo trabaja en medios, los crea. La lista de medios que ha fundado es larga, tanto como el número de veces que ha tenido que salir exiliado de Venezuela. Esta es la segunda entrega del especial ‘Venezuela: periodismo en fuga’

por

Johan Sebastián Romero

Estudiante maestría en periodismo CEPER


04.01.2019

Ilustración: Daniel Gómez Dugand

[N. Del D.: Esta es la segunda entrega del especial ‘Venezuela, periodismo en fuga’, dirigido por la periodista Alejandra de Vengoechea]

No importó que fuera primo-hermano de Jorge Arreaza, entonces vicepresidente y ahora canciller de Venezuela. En mayo de 2015, mientras estaba en Bogotá, un tribunal venezolano le prohibió a Alberto Ravell salir de su país. El motivo: haber compartido una nota del diario ABC de España que acusaba a Diosdado Cabello de ser el jefe de la organización narcotraficante el Cartel de los Soles, presuntamente conformada por miembros del gobierno. Lo publicó en La Patilla, una de las 20 páginas web más visitadas de la república bolivariana desde donde se hace periodismo que no gusta al régimen de Nicolás Maduro.

“En cualquier momento suena el teléfono. Mientras me hace la entrevista se está preparando el juicio en contra mío”, dice. A los pocos minutos suena el celular.

Ravell es uno de los 1.000 periodistas que durante el último lustro tuvo que salir de Venezuela como consecuencia de la crisis social y política. La persecución del régimen chavista a los medios de comunicación se ha manifestado con la no renovación de licencias como sucedió con Radio Caracas Televisión en 2007, con la falta de papel periódico que impide a la prensa circular como le ha sucedido al diario La Nación y, finalmente, con la compra de medios. Así sucedió en 2013 cuando Globovisión, el canal de noticias más importante del país, fue adquirido por empresarios cercanos al entonces fallecido Hugo Chávez. Para 2015, 11 de las 18 cadenas de televisión nacional le pertenecían al Estado.

Cable Noticias, un canal colombiano dedicado 24 horas de noticias, dejó de emitirse en Venezuela el día que Ravell, junto con un socio, lo compró por 17 millones de dólares. Hoy solo se transmite por DirecTV. En el barrio La Soledad de Bogotá están sus oficinas, decoradas con cinco televisores, figuras en cartón de los expresidentes Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe Vélez y cuadros caricaturescos de Hugo Chávez y Barack Obama. Siempre hay en el escritorio un vaso de té helado. No tiene ni una foto de su esposa o sus cinco hijos, aunque son lo que más extraña desde que por segunda vez se exilió de su país.

Su salida de Globovisión fue todo un duelo, pero en casa nos sorprendió lo rápido que se reinventó

Su padre, un reconocido periodista de quien heredó el nombre, la irreverencia y el oficio, fue encarcelado cuando tenía 15 años por dar un discurso en contra del dictador Juan Vicente Gómez, quien encabezó la nación desde 1908 hasta 1935. En 1948 tuvo que exiliarse por diez años debido al golpe de Estado con el que el militar Carlos Delgado Chalbaud derrocó a Rómulo Gallegos, copartidario de Alberto padre en el movimiento de centroizquierda Acción Democrática (AD). Aquel fue el primer exilio de Ravell hijo.

“Era difícil. Mi papá vendía libros puerta a puerta y nos manteníamos con una mesada que nos enviaban desde Venezuela. En aquella época nadie contrataba a los exiliados. Ahora es fácil. Yo trabajo. Puedo viajar a visitar a los hijos y ellos pueden venir aquí”, dice.

Ravell padre volvió a Venezuela después de la dictadura y murió. Alberto tuvo que comenzar a trabajar para ayudar a su madre, Beatriz. Dado que también heredó los amigos de su papá, comenzó una carrera en los medios. Su primer puesto fue como redactor en Radio Continental donde, gracias a una radio con la que escuchaba a la Policía, lograba obtener primicias. Luego, el candidato presidencial de AD Carlos Andrés Pérez lo llamó para que fuera parte de su equipo de campaña. Cuando ganó las elecciones, lo nombró director de la Oficina Central de Información. Diez años después, Jaime Lusinchi (1984-1989) lo designó presidente del Canal 8 -Venezolana de Televisión (VTV)-, el medio público del país.

Al salir de VTV, participó como socio minoritario en la fundación Televen, el primer canal en emitir durante las 24 horas del día. Allí estuvo casi una década hasta que cambiaron los dueños.  

“Con la venta del canal, yo me quedé en la calle. Un día, un amigo me llamó. Me dijo que quería montar un canal. ‘Vamos a echarle bolo’, le respondí y sacamos adelante Globovisión”, cuenta Ravell. Como director, le hizo resistencia a Chávez desde el minuto uno. Por cuenta de ello, recibió acusaciones de ser golpista, conspirador, y fue ampliamente perseguido. En 2010, las presiones se hicieron insostenibles: la junta de socios le pidió la renuncia después de casi veinte años de llevar las riendas del canal.

“Su salida de Globovisión fue todo un duelo, pero en casa nos sorprendió lo rápido que se reinventó”, explica Juan Andrés, su hijo y creador de la serie satírica Isla Presidencial que ganó el premio a Mejor Canal de Video que entrega la cadena internacional alemana Deutsche Welle y del portal de crítica social El Chigüire Bipolar.

A los meses, Alberto ya tenía montado su nuevo proyecto: La Patilla, que en 2015 llegó a ser el sexto sitio web más visitado de Venezuela, solo por detrás de Facebook, Google.com y Google.com.ve, Amazon y Youtube.

Páginas como La Patilla y Armando.info han sido la forma de responder a la censura en el vecino país. Sin necesidad de permisos para funcionar, estos portales se alimentan con el trabajo que periodistas desde Venezuela, Colombia, Estados Unidos y otros lugares del mundo, logran recolectar y publicar sin pasar por el filtro del chavismo.

Todos los días, Ravell se despierta, lee la prensa y envía por su Telegram un resumen de contenidos.

Una de las cosas más tristes es sacar las fotos familiares de la oficina cuando uno se tiene que ir. Por eso no tengo aquí

“Mientras vivimos en Caracas, jamás lo vi salir después de las 5:45 a. m. de la casa”, recuerda Juan Andrés. Gabriela Perozo, una periodista que trabajó 16 años en Globovisión y fue su mano derecha, asegura que “si había invitados importantes para Primera Página -el programa de las 6 a. m.-, Alberto los recibía. Y era el último que salía del canal”. “Cuando me quise pasar al área investigativa, me dijo que no me podía perder como reportera en la calle, así que me comenzó a exigir que le averiguara tal o cual dato. En esas me mantuvo como una semana hasta que me dijo que sí me podía dedicar a investigar. Es un hombre retador”, recuerda Perozo.

Mientras se pasea por Cable Noticias, saluda a todo el mundo, con todos se echa una risa o hace un chiste. “En el canal era muy cercano con todo el personal. Sin embargo, tiene un carácter fuerte cuando está en medio del ajetreo”, dice Perozo. En Globovisión había un teléfono exclusivo para las llamadas de Alberto en plena emisión de noticias. Nadie quería contestarlo porque sabían que, cuando sonaba, Ravell estaba al otro lado de la línea con algún regaño entre los dientes. Entre la risa que la causa recordar el batiteléfono explica que llegó a Colombia con ese impulso y carácter pero que se le ha ido bajando.

Uno de los recuerdos más bonitos que tiene Juan Andrés con él es acompañarlo a hacer las compras para la comida que hacían todos fines de semana en las reuniones familiares. “Eso es lo que más me jode a mí. Nosotros nos reuníamos todos los domingos, pero ahora estamos lejos”, dice Alberto con rabia. “Una de las cosas más tristes es sacar las fotos familiares de la oficina cuando uno se tiene que ir. Por eso no tengo aquí”, asegura.

Desde hace casi 4 años, Ravell pasa la mayor parte del tiempo en Bogotá, aunque él sostiene que vive en Avianca: “yo me la paso entre Estados Unidos y España visitando a la familia”.

Que Alberto tendría que escapar del país porque las represalias de Maduro llegarían era algo de lo que no estaban enterados sus nietos. “La tensión en la casa se podía cortar con un cuchillo”, recuerda Juan Andrés. Quizás por eso, para los días en que se supo que tenía que exiliarse, ellos, los más pequeños de la casa, organizaron una fiesta. Sin saberlo, hicieron una despedida que Alberto recuerda con suficiente nostalgia como para que se le agüen los ojos al traerla a la memoria. Gabriela se acuerda del momento en que se enteró de la noticia: “lo llamé para pedirle una entrevista, pero a ambos se nos quebró la voz”.

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Johan Sebastián Romero

Estudiante maestría en periodismo CEPER


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