Yasuní: entre las divisas y la vida

Una decisión del presidente ecuatoriano Rafael Correa podría comprometer la conservación de la reserva indígena Yasuní. La batalla la está ganando el petróleo.

por

Benjamín Gutierrez Villa


30.01.2014

Foto: Benjamín Gutierrez Villa

“Los sueños siempre tienen que ser interpretados antes de que salga el sol, lo que viene con la luna, con ella se tiene que ir”, decía Wananch –miembro de la comunidad Achuar– mientras tejía una canasta de fibras de palma. Desde que llegamos a su hogar, unas horas antes cuando el alba no estaba cerca, él no ha levantado la mirada ni una sola una vez. Sentado en una butaca que no lo separaba más de 50 centímetros del suelo, parece hipnotizado por su obra. En las tres horas que compartimos, nunca logré ver el color de sus ojos, pero supongo que son negros, intensos como su oscuro pelo liso recogido en una cola de caballo. Su piel roja, contrasta con el negro de la pintura tradicional del pueblo Achuar, la cual divide su cara horizontalmente en varios puntos, y es especial para recibir a los invitados.

 

Sin embargo, lo que más me llama la atención es la corona en su frente, tejida con plumas rojas y amarillas separadas por una franja negra en la mitad. Es un símbolo de autoridad y jerarquía, el cual lo distingue de sus siete hijos que juegan con un avión de madera construido por ellos mismos. Sus palabras no se separan la una de la otra, y las componen sonidos vocales que no había oído hasta el momento. Un guía nos traduce y así transcurre nuestra conversación. “Los sueños determinan nuestro día. Nosotros solo tenemos obligaciones con nosotros y nuestra familia, entonces nunca estamos obligados a  hacer nada. Antes de que sale el sol, mis hijos me dicen sus sueños y yo los interpreto. Dependiendo de eso nos repartimos el trabajo. Los sueños nos muestran el futuro, nos alertan de males que pueden venir o de suerte que podemos tener”, mencionó Wananch sin quitar los ojos de la canasta y rascándose la pierna con un cuchillo que tiene en su regazo.

 

Estamos sentados en medio de su casa, una construcción elíptica con cuatro polos a tierra y un techo tejido en palma. No hay carreteras que conecten el corazón del amazonas ecuatoriano con la civilización, solo una pista de aterrizaje a pocos kilómetros de donde estamos. Allí llegan avionetas de cinco pasajeros pocas veces al mes; traen suministros médicos y utensilios que usan en su día a día. “La selva es nuestro supermercado, nuestra droguería, nuestra mamá. Necesitamos pocas cosas de la ciudad, pero cada vez traen más”, seguía traduciendo el guía. “Ustedes ven la selva como su enemigo, siempre tienen miedo. La acaban para poner cemento, acaban con la medicina, las raíces sagradas. No entienden que la vida viene de ella”, aseguró Wananch.

 

Me sentí culpable, como los humanos en Avatar cuando entran a destruir el bosque y sus habitantes. Algo de lo que decía tiene que ser cierto. “La vida proviene de la selva” y en efecto es donde se realiza la mayor fuente de captura de carbono, donde están las reservas hídricas más importantes, y de donde provienen una gran cantidad de sustancias vegetales que usamos en medicinas, cosméticos y otros productos.

 

La situación en la comunidad no estaba calmada. Desde que Rafael Correa –presidente de Ecuador– abrió el debate sobre la explotación del Yasuní ITT (Ishpingo-Tiputini-Tambococha), los indígenas se sienten en peligro. Según el gobierno ecuatoriano el proyecto busca explotar una mínima parte de la reserva, con el fin de conservar intacta el resto del área. Sin embargo, voces de sectores ambientalistas y de los mismos indígenas que habitan la región alertan del peligro para la tierra de sus ancestros, su cultura y su bosque o “pacha mama” como le llaman con cariño.

Estamos a orillas del rio Bobonaza, a unos kilómetros de donde comienza la reserva nacional del Yasuní en Ecuador, intentando entender cómo es posible que el presidente que le había dado derechos constitucionales a la naturaleza, esté a punto de entregarle parte de un parque natural a una compañía petrolera china. “El estado delimitó como zona intangible, aproximadamente 700 mil hectáreas al sur del parque del Yasuní hace ocho años” asegura Maria Belén Arroyo, principal periodista y abanderada del ITT.

 

Sentado junto al fuego, en la mitad de esta casa, no logro entender cómo un gobierno decide sobre estas tierras. ¿Qué les da derecho para adjudicarle la explotación de esa zona a una compañía petrolera china? Yo no tengo respuestas, solo preguntas que me retumban en la cabeza y me hacen reevaluar el valor que le estamos dando al dinero. Valor que está sobre la vida y las tradiciones de tribus indígenas que aún no han tenido contacto con la civilización occidental. “Muchas tribus de la zona desconocen los mapas. Ignoran que hay un parque nacional, una reserva de biosfera, un territorio waoranis y una zona intangible tagaeri-taromenani” asegura Arroyo. ¿Debemos acaso imponer nuestro sistema consumista y de explotación a estas culturas que durante milenios han convivido con la naturaleza? Y más aún cuando tenemos en cuenta que “El petróleo que está en ese bosque sería consumido por Estados Unidos en una semana”, como lo recalca Arroyo y añade que: “La decisión de explotar el ITT debe ir mas allá de las condicionantes políticas y económicas; debe respetar el componente ético pues para los pueblos indígenas no es un tema de divisas sino de supervivencia”. Es una cuestión de responsabilidad social, un asunto ambiental que marca las pautas sobre nuestro futuro, y en efecto debemos plantearnos el interrogante que se hace Krugmanen, uno de los mas importantes teóricos de la administración contemporánea,) su texto “Running out of planet to exploit” ¿Qué ocurre cuando una economía mundial que crece hacia el infinito se encuentra con los límites de un planeta finito?

 

***

 

Esa noche no hay luna, el cielo está totalmente negro; no hay luz en muchos kilómetros a la redonda y un riachuelo suena cerca al campamento donde vive el chamán Zumpa. Entre la pintura de su cara, se pueden ver rasgos de su edad avanzada. Sus dientes, totalmente puntiagudos, parecen los colmillos de una culebra. Él está totalmente cubierto por collares que forman diagonales sobre su pecho, sus cortos brazos y su cuello. Camina apoyándose en una lanza corta. No habla mucho pero siempre que lo hace todos callan. “Nosotros no usamos techos de metal, calientan nuestras casas, la lluvia pega y suena muy duro. No usamos bolsas, se rompen fácil, la fibra de palma resiste mucho mas. La naturaleza funciona con la naturaleza y sin ella nosotros no funcionamos. No pueden seguir soñando como lo han venido haciendo. La pacha mama está enferma…” Un silencio invade los corazones de todos los presentes, o por lo menos el mío. Un silencio que nadie se atreve a romper hasta que Zumpa se para, y mira hacia el cielo diciendo: “es hora de que ustedes cambien su sueño”.

 

* Benjamín Gutierrez Villa es estudiante de Administración de Empresas en la Universidad de los Andes y ha tomado cursos de la opción en periodismo del CEPER. Este texto inicialmente fue publicado en la revista digital Reporter.

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