Muerte blanca en el Everest

Epopeya Sin Límites 2010, una expedición colombiana cuya meta era llevar al primer latinoamericano discapacitado a la cima del Everest, casi le entrega un muerto más al pico más alto del mundo.

por

Ángela Rivera


04.08.2015

Foto: cortesía Rafael Ávila

[Nota del editor: Este reportaje fue modificado el 13 de agosto de 2015*]

A las 4:15 AM comenzó a amanecer. El sol naranja, que pintaba de rosado la nieve del Everest, no anticipó los momentos difíciles que alcanzaban los pasos del equipo de Epopeya Sin Límites 2010. Una expedición cuya meta era llevar a Nelson Cardona a la cima del monte más alto del planeta, para convertirlo en el primer latinoamericano con una prótesis de pierna en lograr esta hazaña. Cumplían casi 30 días de haber empezado a escalar, estaban a 8 mil metros de altura  y sólo faltaban horas  para conseguir lo que se habían propuesto. Con cada día que pasa, y cada metro que se sube, el cerebro humano empieza a dejar de funcionar: la toma de decisiones es más compleja y los errores más críticos. “Esa expedición estuvo bajo un altísimo riesgo de ser un gran fracaso”, aseguró Juan Pablo Ruiz, jefe de expedición de Epopeya Sin Limites 2010.

Casi lo fue. En su esfuerzo por romper records, este equipo de colombianos casi pierde a uno de sus compañeros.

En 1802, dos topógrafos británicos, William Lambton y George Everest, mapearon el subcontinente indio y descubrieron que ahí existían montañas más altas que las del continente americano, en la cordillera de Los Andes. Entre esas montañas, las más altas, estaba el Pico XV, que más tarde se llamaría el monte Everest.

Desde entonces, los intentos para llegar a su cumbre han sido más de 10 mil y desde 1953, cuando se registró el primer ascenso exitoso, con el neozelandés Edmund Hillary y el nepalí Tenzing Norgay, hasta 2014 se han registrado 6.871 ascensos exitosos. El carácter sagrado de la montaña, sus imponentes 8.848 metros de altura, el manto de glaciares y seracs que la cubren, los cantos budistas, y el reto de llegar a la punta más alta del mundo, reúne, cada año, a más de 600 montañistas, incluidas 800 personas más, que hacen parte del apoyo logístico de los expedicionarios.

El campo base se encuentra a 5.364 metros sobre el nivel del mar, casi la misma altura del Pico Colón, la montaña más alta de Colombia. En ese punto los expedicionarios inician su travesía. Así, para alcanzar la cima del Everest que se encuentra a 8.848 metros de altura, los montañistas deben escalar 3.484 metros. Una distancia que parecería sencilla de recorrer. Sin embargo, la falta de oxígeno y las condiciones extremas de la montaña, convierten al Everest en un desafío.

Con sólo 33% de oxígeno, temperaturas que varían entre 25 y -30  grados centígrados, vientos que llegan a los 281km/h, el ascenso se convierte en un recorrido delirante a través de grietas, posibles avalanchas, amaneceres rojos, anaranjados y rosados, rocas calizas e ígneas,  y cascadas de hielo.

El paisaje no es sólo hermoso, también es tétrico. Sobretodo cuando las extremidades de  cuerpos momificados, de los que alguna vez intentaron llegar a la cumbre o de los que lo lograron pero murieron en el descenso, empiezan a florecen en medio de los glaciares que se derriten. También hay tumbas hechas de pequeñas piedras apiladas que guardan cuerpos bajo ellas. Esos pequeños monumentos se mantienen ahí como un recordatorio de los  riesgos que corren los montañistas cuando se atreven a escalar la montaña más alta del planeta.

De acuerdo con el documental 40 days at base camp, 250 personas han muerto en la montaña y la tasa de mortalidad es una persona entre 40. “Más alto de lo que la gente quisiera aceptar para unas vacaciones”, apuntó el doctor Peter Hackett, de la Himalayan Rescue Association, en el mismo documental. La avalancha más mortífera de la historia del Everest ocurrió el 18 de abril de 2014, en la que murieron 16 personas, todos nativos de la región. Un año después, el 25 de abril de 2015, el peor terremoto en 81 años en Nepal, produjo varias avalanchas en el monte Everest que terminaron con la vida de 22 montañistas y más de 200 desaparecidos.

Cuando ocurren avalanchas, el glaciar se traga a los motañeros y los mueve hacia la base de la montaña. Sólo después de décadas, cuando los cuerpos empiezan a florecer entre los arbustos de nieve del campo base, es posible sacar los restos. Algunos otros se quedan tendidos a la intemperie; mueren por falta de oxígeno o de hipotermia. 40 days at base camp, cuenta que si un montañista muere arriba del campamento uno, bajar el cuerpo puede costar USD$ 80.000 y llevarlo en helicóptero hasta Kadmandú otros USD$ 10.000. Por esa razón, la mayoría de muertos nunca dejan la montaña. “Botas verdes” es uno de los cadáveres más famosos de la montaña. Se trata de Tsewang Paljor, un indio que hizo parte de la primera expedición de su país en 1996. Permanence acurrucado en una cueva de roca caliza a 8.500 metros de altura por el lado norte de la montaña y se ha convertido en un referente de ubicación para los expedicionarios.

¿Por qué arriesgar tanto? ¿Por qué el hombre debería escalar el Everest? Se pregunta el documental Public Service Broadcasting – Everest, “Porque está ahí” responde.

Rafael Ávila, del equipo Epopeya Sin Límites 2010, quería capturar en su cámara el amanecer de ese 17 de mayo. La sombra del Everest se veía clara, un suspiro naranja empezaba a crecer en el oriente y la cumbre de la montaña parecía cerca.  Con tres capas de guantes cubriendo sus manos, maniobró para agarrar el cierre de su chaqueta de plumas; la última capa de varias. Su cuerpo estaba recubierto como una cebolla: primero con lana de merino, luego con polar, encima llevaba puesto gore-tex y por último plumas. Debía proteger su cuerpo o podría generar una necrosis por congelamiento. Abrió la chaqueta y sacó la cámara que estaba terciada en su cuerpo. Intentó enfocar torpemente hasta que el paisaje quedó enmarcado en su lente, oprimió el botón y tomó la foto.

A lo lejos sus compañeros siguieron el ascenso. “Vi que se estaban alejando”, comentó. Metió la cámara en su chaqueta, la colgó sobre su hombro, agarró el cierre con sus guantes gruesos y lo tiró hacia arriba. “Seguí subiendo”, dijo. Mientras tanto, sus compañeros le tomaron más distancia, casi “300 o 400 metros”, recordó. En ese momento, Rafael observó que su equipo ya estaba cambiando la botella de oxígeno.

Entonces regresó los ojos sobre su regulador de oxígeno y marcaba casi cero. Ahí se dio cuenta que su Sherpaporteador –el joven encargado de subirle el oxígeno– no estaba por ningún lado. Los porteadores son personas encargadas de apoyar a los montañistas en el ascenso, prácticamente son la columna vertebral de las expediciones. Suben carpas, ollas, oxígeno, alimentos. En fin, todo lo necesario para aprovisionar los cuatro campamentos a lo largo de la montaña. Llegan a cargar hasta 25 kilos de peso en su espalda. En el Everest, los porteadores vienen de Bután, de India y de Nepal.

“Me devolví un poco a ver si de pronto podía verlo en la montaña; pero no venía nadie subiendo”, anotó Rafael Ávila. Entonces sacó su radio y se comunicó con el campamento número cuatro. Al otro lado, la voz de Juan Pablo Ruiz —el jefe de expedición—respondió. Rafael preguntó por su Sherpa: “Se devolvió por mal de altura y el oxígeno está aquí con él”, le contestó Ruiz.

—Ayy juepucha, entonces ¿qué hago?

—¿Dónde están?

—En el Hilary.

— Van super bien, les ha rendido. Están a hora y media de la cumbre. ¿Dónde está Nelson?

—Él va más adelante.

— Alcáncelo y dígale que compartan oxígeno.

Alturas por encima de los ocho mil metros son conocidas como “la zona de la muerte”. Ahí, el nivel de oxígeno es igual a un tercio del que hay a nivel del mar. El cerebro sin este elemento químico entra en estado de hipoxia: cuando se sufre de esto se puede alucinar, escuchar voces, ver colores. La motricidad fina se pierde y la memoria falla. La persona comienza a disvariar. El cuerpo también corre riesgo de sufrir un edema pulmonar o cerebral. Las células del cuerpo se expanden en busca de oxígeno. Esa ampliación permite que los líquidos del cuerpo pasen a través de ellas y llenen los órganos de agua. Es la guerra del cuerpo contra sí mismo. Si el cuerpo no recibe oxígeno la muerte es el siguiente paso.

Ésta era la primera vez de Rafael Ávila por el costado sur del monte Everest*.  Él es delgado y de piel blanca, y sobre su nariz tiene pecas generadas por el sol. Pecas que son el recuerdo de haber vivido en las alturas. Allá arriba el sol es más fuerte, los rayos se reflejan en la nieve y  rebotan sobre la piel del montañista. El frío también chamusca las mejillas. Al final de las expediciones, la cara queda marcada como la de un mapache; con círculos blancos alrededor de los ojos y el resto de la cara negra o café oscuro. Rafael hace pausas cuando habla y de vez en cuando sonríe. Su sonrisa deja ver un par de arrugas alrededor de sus ojos. Practica montañismo hace 23 años y fue convocado para ser parte de la expedición Epopeya Everest Sin Límites 2010 cuando tenía 35.

***

Nelson Cardona se fracturó casi todo el cuerpo un 2 de marzo de 2006: “Entrenándome en el Nevado del Ruiz sufrí un grave accidente. Volé literalmente por una pared de 18 metros. Tuve cinco fracturas maxilofaciales, pérdida casi total de los dientes. Los brazos, las piernas, la pelvis, la espalda. Todo se fracturó”.

Nelson es de color rosado. No tiene pelo en la cabeza; pero sí lunares; también rosados, tiene ojos verdes biche y habla duro y con acento paisa. Nació en Manizales, la capital de Caldas y tierra de café. Las venas de su cabeza se brotan cuando se emociona. Se sienta de lado y a veces también parece caminar de lado. Y es que su lado izquierdo es más alto que el derecho. Seguramente porque en su pierna derecha lleva puesto una prótesis de titanio que le permite caminar.

Después del accidente Nelson Cardona quedó parapléjico; “un año en una clínica y otro en una silla de ruedas”. Sus heridas sanaron, menos la pierna derecha. Un procedimiento de osteosíntesis derivó en una osteomielitis: una infección en los huesos. A pesar de esperar casi un año para que su pierna sanara, eso nunca pasó. Entonces su pierna derecha quedó más corta que la izquierda y los médicos aseguraron que no volvería a escalar.

“Mi pierna no servía, le hice ese ritual, me despedí de la pierna”. Nelson inició un ritual del desprendimiento; un proceso espiritual  que le permitió despojarse de resentimientos y rencores con él y con la sociedad “¿Por qué a mí y no a otros?” Envidia y miedo y deseos de suicidarse. Tomar la  decisión de amputarse no fue fácil.

“Yo tenía unos sueños muy grandes,  yo era un atleta de alto rendimiento, el tiempo estaba pasando rápidamente y tenía un proyecto grande de irme para el monte Everest y con una prótesis lo iba a lograr”. Entonces, el 29 de noviembre de 2007, Nelson Cardona salió de la operación bien y sin su pierna derecha. “Ese día fui el hombre más feliz”, recordó. Y el 31 de diciembre del mismo año,  un mes después de la amputación,  recuerda, “ya estaba haciendo mi primer Everest”.

La noche anterior al 31 de diciembre había llovido en Suesca, el pueblo donde Nelson Cardona vivió después del accidente. La montaña estaba mojada y llena de barro. Nelson empezó a escalarla, sin la pierna, sin la prótesis y con dos muletas. Se resbaló, se cayó, se levantó y otra vez al suelo. Estaba con su hija Sofía, de seis años. Ella le gritaba: “Vamos papá. Tú puedes”. Ese día Nelson lloró sin que ella lo viera. Pensó en devolverse y sentarse de nuevo en la silla de ruedas. También se rió de él mismo; pero sobre todo, recordó cuando subía corriendo con  sus dos piernas por esa misma parte de la montaña. En ese entonces tardaba 25 minutos en llegar a la antena repetidora instalada en la cima. Ese día, después de dos horas, volvió a ver la misma antena repetidora instalada en la punta de la montaña.

“Comencé a entrenar solo. Me hice el gimnasio del pobre a punta de piedras y palos porque no tenía como pagar un proceso de rehabilitación. Eso costaba un billete”. Después de la prótesis vino el proceso preprotésico para adaptarse a ella. Y lo logró bien. Tanto así que varios meses después el Ministerio de Defensa lo contactó para  que él entrenará a un grupo de cuatro soldados que por causa de las minas antipersonales también caminaban con prótesis en sus piernas. El objetivo del entrenamiento era subir a la cima más alta de Suramérica: El monte Aconcagua en Argentina en la expedición Huella 2009.

El 22 de enero de 2009 Nelson y los cuatro soldados colombianos se pararon en la cima de Suramérica. Con ese logro, Nelson estaba listo para subir al Everest.

***

Para llevar al primer latinoamericano con una prótesis de pierna a la cima del Everest se conformó un equipo de seis personas y aproximadamente 16 empresarios financiaron el proyecto. Subir al Everest no es fácil ni barato. Solamente el impuesto que cobra el gobierno de Nepal para subir la montaña tiene un valor de USD$ 10 mil y si a eso se le suma, los equipos, los tiquetes, los sherpas o porteadores, la alimentación, etc., el costo por persona puede llegar ser USD$ 100 mil. Cada año el gobierno Nepalí recibe entre 3 y 4 millones de dólares por el impuesto de ascenso que se cobran a los montañistas.

 

Nelson Cardona sólo se acercó a Rafael en el aeropuerto de París. Le entregó una botella de champaña para que celebrara con su esposa y le agradeció. Le dijo que habían hecho un buen trabajo. La respuesta de Rafael, en ese momento, no fue igual de cordial: “Usted sabe lo que hizo, hermano, y usted siempre va a llevar esa cruz por dentro. Usted puede decir lo que sea pero usted sabe lo que hizo y casi me mata allá arriba”. Nelson no dijo nada más.

 

En la expedición colombiana,  los integrantes del equipo de montaña eran Rafael Ávila y Antonio José Henao, dos jóvenes montañistas profesionales. Ellos se encargaban de cargar en su espalda provisiones y equipaje para armar y aprovisionar los campamentos a lo largo de la montaña. Carolina Ahumada era responsable de la logística y las comunicaciones en el campo base y Juan Pablo Ruiz fue el jefe de expedición. Dorjie era el Sherpa de Nelson y Daianbu el de Juan Pablo. Más tarde Albert –un español que estaría encargado de pronosticar los cambios climáticos– y Cami su Sherpa se unieron al equipo.

***

Luego de su conversación con Ruiz, luego de haberse perdido de su grupo, Rafael Ávila salió a su encuentro: “Perseguir a Nelson sin oxígeno era diferente, la cosa cambia. Iba como en automático. Encontrar a Nelson era la prioridad. Cuando falta el oxígeno no se piensa bien, es la misma sensación de una borrachera; uno cree que es coherente y los movimientos son ligeros, pero en realidad es todo lo contrario”.

Después de caminar unos metros más, a lo lejos, vio a Nelson. Hizo un silbido pero parecía no escucharlo. Otro silbido y ahí sí regresó la mirada. Nelson frenó. Al alcanzarlo, Rafael recuerda que le dijo:

—Me quedé sin oxígeno, mi hermano, Juan Pablo me dice que lo compartamos, ¿Cómo hacemos?

—Pues yo no sé. Este oxígeno yo lo necesito.

—Pero, ¿cómo así Nelson? Si venimos escalando juntos y somos un equipo.

— No, yo no sé. Este oxígeno es para mí. Yo lo necesito. Usted sabe que yo soy la prioridad aquí. Así que usted verá qué hace.

—¿Cómo así que usted verá que hace? si yo le subí su equipo y le estoy cargando su prótesis de repuesto.

—No, no, no, usted verá qué hace. Eso lo arreglamos abajo.

—No lo arreglamos abajo, lo arreglamos aquí mismo.

Esa, asegura Ávila, fue la respuesta que le dio Cardona.

Él, en cambio, recuerda así esa conversación: “A más o menos 8.700 metros me dice Rafa ‘estoy sin oxígeno’. Yo le dije: ‘¿Y el Sherpa?’ Yo tenía el concepto de que Rafa venía con su Sherpa. Yo iba con mi Sherpa y yo no lo perdí en la noche ni un momentico porque yo estaba pendiente que él no se me fuera a ir con la botella de oxígeno. ‘Pues hermano recuerde que el proyecto es que yo llegue allá con oxígeno. Yo no te puedo dar mi oxígeno porque esta es la botella que yo tengo». Cardona reflexionó que lo más lógico era que Rafael se devolviera porque subir representaba un mayor riesgo.

Para pensar también es necesario el oxígeno. Juan Pablo Ruiz, el jefe de esa expedición, cuenta que sin tener nueva información se ha demorado cinco o seis horas para tomar una decisión en las alturas.

Por esa razón, Rafael Ávila continuó el ascenso. “El mismo hecho de no estar pensando claramente me llevó a tomar la decisión de subir. Creo que la peor decisión fue haberlo hecho”, reflexionó Rafael.

Previo a Nelson, dos hombres con prótesis habían alcanzado la cumbre del Everest —Tom Whittaker de Inglaterra y Mark Inglis de Nueva Zelanda. Si Nelson alcanzaba la cumbre sería el tercer hombre en el mundo en alcanzar la cima con una prótesis y el primero de Latinoamérica.

Nelson no discutió más con Rafael, dio media vuelta y siguió su camino.

Rafael, comenzó a subir tratando de ir al paso del resto de la expedición. Sin embargo, su caminar era más lento, y poco a poco los dejó de ver.

“Das un paso, respiras, descansas. Otro paso, respiras, descansas. Es diferente”.

En un momento vio gente sentada y preguntó por la ubicación. “Me respondieron estamos: en el Hilary”, una pared de roca de 12 metros que sirve como punto referencia geográfica para los escaladores. En ese momento, Rafael se dio cuenta que había cometido un error de ubicación. Horas atrás, alertando sobre su falta de oxígeno reportó estar en el Hilary  —un punto de la montaña que le indica a los montañistas que están a hora y media de la cumbre— cuando Rafael informó sobre esa ubicación se encontraba en realidad  a cinco horas y media de la cima y no a menos de dos horas como creía.

“Yo creo que me equivoqué al seleccionar a quién empoderar. Hoy yo creo que debí haber empoderado a Dorjie, el Sherpa de Nelson, y no a Rafa. Y que la persona que debió ser el punto de contacto mío con el grupo de punta era Dorjie porque él tenía mejor conocimiento de la montaña”, reflexionó Juan Pablo Ruiz.

Juan Pablo permaneció en el campamento IV porque no se sentía fuerte para llegar a la cima. Entonces, le entregó el liderazgo del último tramo a Rafael Ávila, sin tener en cuenta que esa era la primera vez de Ávila por ese lado de la montaña*.

“Claro, cuando Rafa me comentó que estaban en el Hillary Step, estaba muy cerquita y el hecho de que hubiera perdido el contacto con el Sherpa y el oxígeno no parecía tan grave en la mediad en que estaban muy cerca de terminar. Pero si esa comunicación la hace Dorjie. Dorjie no comete el error de decir estamos en el Hillary Step”.

Después de darse cuenta de su error, Rafael siguió caminando.  Varios metros adelante, bajo sus pies encontró un cuerpo tirado. La cara estaba blanca, la piel tenía  poca elasticidad y no había  movimiento. “Ahí me asusté. Puedo quedar como este tipo. Me voy a devolver” pensó Rafael.

“No solo se ve un muerto en el camino sino que se ven muchos. Están ahí tirados”, contó Rafael Ávila, “Parece como si se acabaran de acostar, pero están completamente blancos”.

A pesar de dudar, Rafael decidió seguir. Tenía grabada en su mente la certeza de que con su compañero estaría a salvo. Entonces soltó la cuerda, pasó adelante de donde estaba tirado el muerto y siguió subiendo. Después de 15 o 20 minutos Rafael estaba en la cumbre del Everest.

“Llegué a la cumbre y la sensación fue otra. Se me olvidó todo lo que había pasado en el camino”, Enfatizó Rafael Ávila. Frente a una cámara, con los labios morados del frío o tal vez por la falta de oxígeno pronunció un par de palabras: “Dedicado a todos los empresarios de Colombia queee….cccreen en esto” y señaló la punta del Everest con una sonrisa hipóxica y embriagada de felicidad. Era un momento de celebración. Se abrazó con Nelson y con Dorjie. También abrazó a Albert el español y a a Cami, el  Sherpa de Albert. Tomaron fotografías, tenían que tener la prueba de haber alcanzado la cima. Una vez pasó la euforia, Rafael volvió a sentir la falta de fuerza. Ahí pidió a sus compañeros que no lo dejaran solo en el descenso. Ellos asintieron. Lo peor estaba por ocurrir.

***

Iban en grupo hasta que bajaron por un rapel. En montañas con inclinaciones pronunciadas, la única manera de descender es agarrado de una cuerda y un arnés. Así, los pies se sostienen sobre la montaña y el cuerpo, generalmente, queda sostenido en el aire.

Rafael agarró la cuerda y…

Blanco.

Abrió los ojos.

Sin saberlo, sin darse cuenta, Rafael se había quedado dormido.

“Quedarse dormido es parte del agotamiento, el agotamiento no deja que te levantes”.

Cuando despertó ya no había nadie. Hizo el rapel con torpeza y llegó abajo. Sus pasos eran pesados, se tambaleaba de un lado a otro, metía sus pies en las huellas que estaban marcadas sobre la nieve y eso lo hacía caer, no podía mantenerse en pie. Se tropezaba y quedaba tendido en la nieve. “No tienes fuerza para hacer las cosas. Como cuando estas enfermo y no tienes fuerza para levantarte de la cama”.

Siguió su camino y…

Blanco.

Abrió los ojos.

Se había quedado dormido de nuevo.

Dormir a la intemperie en alturas que superan los 7.600 metros y a temperaturas de -20 o -30 grados centígrados puede desembocar en “la muerte blanca”. La sensación de calidez y comodidad relajan el cuerpo, la persona se desconecta y muere.

Blanco.

Abrió los ojos.

Se había quedado dormido de nuevo.

En ese momento Rafael Ávila vio que un Sherpa amigo, Sambu, se acercaba caminando con dos botellas de oxigeno en la mano. «Viene por mí», pensó. Cuando el Sherpa se acercó Rafael lo llamó por su nombre.

–¡Sambu!, le dijo.

Él miró a Rafael y le dijo: Yo no soy Sambu.

–Pero ¿cómo así, si lo estoy viendo?–, cuestionó Rafael.

–Yo no soy Sambu, yo no lo conozco–, respondió el Sherpa.

– Soy Rafael de la expedición colombiana, hemos escalado juntos.

–Yo no lo conozco–, reiteró el Sherpa y continuó su camino.

En ese momento, el Sherpa siguió derecho de una manera humanamente imposible. En ese punto de la montaña, para pasar por encima de Rafael, el Sherpa debía zafarse de la cuerda y maniobrar para ponerse al otro lado de donde Rafael estaba tendido. El Sherpa nunca pasó por ahí, Rafael estaba alucinando.

Blanco.

Abrió los ojos.

Otra vez: “Estoy mal tengo que bajar, tengo que bajar y seguí bajando” recordó Rafael.

El tiempo se puso malo, había mucha neblina. En la distancia, Rafael alcanzó a ver unas chaquetas rojas e identificó a su equipo. Ahí, Albert, el español, se estaba quedando sin oxígeno. Su Sherpa, Cami, le entregó su botella al europeo y decidieron que Cami y Rafael se acompañarían en  lo que quedaba del descenso. Ambos, sin oxígeno, se apoyarían bajando.

Blanco.

Abrió los ojos.

Rafael, se había quedado dormido de nuevo; pero esta vez, Cami estaba ahí para despertarlo.

“Si él se dormía yo lo despertaba. Si yo me dormía él me despertaba. Bajamos, bajamos, bajamos”,

Desde que salieron del campamento IV, ubicado a 8.000 metros de altura, caminaron  aproximadamente 24 o 26 horas.  En el último tramo del descenso Rafael alcanzó a ver luces a lo lejos. Ahí supo que estaba llegando. Entonces le dijo a Cami, como en un viaje de alucinógenos, “ahí está el pueblo de Juan Pablo” y se soltó de la cuerda. Una de sus piernas se deslizó por una grieta pero rápidamente supo sacarla. Cami le advirtió no zafarse de la cuerda hasta llegar a un lugar seguro.  Minutos después, un Sherpa llegó al encuentro con una botella de oxígeno.

Finalmente habían llegado.

Sin embargo, no podían quedarse en el campamento IV. Permanecer a 8.000 metros de altura aumentaba los riesgos asociados a la falta de oxígeno. Así que siguieron descendiendo hasta el campamento II. Pasaron más de un día sin dormir, pues el descenso no permite descansos. Ya en el II, Nelson Cardona habló con los medios de comunicación en Colombia. “Lo llamaron de muchos medios a entrevistarlo a decirle que felicitaciones, que primer discapacitado en la cumbre por parte de Latinoamérica”, recuerda Rafael Ávila. En esos momentos Ávila se emberracó, le exigía a Nelson que dijera la verdad, “Le quería pegar ahí”, dijo Rafael. Pero Juan Pablo, el jefe de expedición, supo controlarlo. “Juan Pablo me cogía y me quitaba y listo”, contó Rafael.

***

Nelson Cardona sólo se acercó a Rafael en el aeropuerto de París. Le entregó una botella de champaña para que celebrara con su esposa y le agradeció. Le dijo que habían hecho un buen trabajo. La respuesta de Rafael, en ese momento, no fue igual de cordial: “Usted sabe lo que hizo, hermano, y usted siempre va a llevar esa cruz por dentro. Usted puede decir lo que sea pero usted sabe lo que hizo y casi me mata allá arriba”.  Nelson no dijo nada más.

***

Ya en Colombia, los efectos de la expedición podían notarse. “Parecía una momia. Era un palo, no tenía mejillas. Yo creo que bajó como 10 kilos”, recordó Yurani Salazar, su esposa. En su casa, la familia lo esperaba. “Toda la noche lo escuchamos, hasta que él se quedó dormido en la sala con todos nosotros” recordó Yurani. Después se levantó y caminó hasta el cuarto.

Cerro los ojos.

Blanco.

Rafael se había quedado dormido.

Posdata

[En la versión inicial del reportaje se afirmó que en 2010 Rafael Ávila estaba ascendiendo al Everest  por primera vez.  Uno de nuestros lectores, Juan Hoyos, destacó que  Rafael Ávila había estado en el Everest por la cara norte de la montaña. Cerosetenta verificó esta información con Rafael Ávila y él confirmó que, en efecto, en 2007 estuvo en la parte norte del Everest y agregó que en 2010 estaba realizando su primer ascenso por el costado sur.]

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