Un Cristo en bicicleta

¿Por qué a los escritores y periodistas colombianos no les gusta meterse con el deporte?

por

Juan José Ferro Hoyos


08.09.2011

“A la cabeza en el último descenso, Lucho Herrera resbaló y cayó. La sangre corría por su rostro cuando, cojeando, cruzó la raya para ganar la etapa (…) La prensa colombiana publicó fotos a todo color de las tribulaciones de Herrera (…) Así la vertiente sentimental del catolicismo colombiano y la tendencia morbosa del carácter nacional, encontraban su expresión suprema en el ciclismo. En el cuerpo pequeño, el rostro ensangrentado y la victoria tormentosa de Lucho, Colombia se vio reflejada con más fidelidad que nunca”. Matt Rendell.

Ese es tal vez el mejor libro sobre el deporte en Colombia…y lo escribió un inglés”, dice Ricardo Silva Romero, quien en el año 2009 reconstruyó en clave el asesinato a manos del narcotráfico del futbolista Andrés Escobar. El asesinato ocurrió cuando en EEUU todavía se jugaba el mundial de 1994, en el que Escobar había anotado aquel tristemente celebre autogol.

Autogol, es la primera obra de ficción que se encarga de verdad del asunto y sirve como excusa para preguntarse por la manera como se relaciona en nuestro país el arte y el deporte.

¿Por qué razón ha sido tan poco fructífero este matrimonio entre el deporte y nuestras expresiones artísticas?. Cuando hablamos de deporte nos referimos a fútbol, ciclismo y boxeo, en ese orden de importancia. Donde dice expresiones artísticas debe entenderse básicamente literatura, y en mucha menor medida, el cine. Lo  que interesa aquí son esas pocas ocasiones en las que alguien, llámese novelista, periodista o editor, se ha atrevido a contar el país a través del deporte.

Huyen los intelectuales

La primera de las explicaciones para este fenómeno es el desprecio de los intelectuales por el deporte. Suelen citarse a ese respecto un par de frases de Borges. Alguna vez el escritor argentino dijo que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. También rechazó su supuesta estética diciendo que «Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos». No es el único. Umberto Eco dijo a El País Semanal que el fútbol nunca le había interesado como fenómeno de masas. Lo cual no sería nada especial si en a la pregunta anterior no hubiera respondido, medio en broma medio en serio, “Odio a los deportistas, espero que se maten todos entre sí”. Ejemplo local es el escritor Álvaro Mutis, quien alguna vez se refirió al deporte como algo “miserable”.

La pregunta es, entonces, qué les disgusta tanto a los intelectuales cuando de deporte se trata. José Arteaga, uno de los autores de Colombia gol, primer libro en la historia de Colombia hecho por hinchas, dice que “están los prejuicios y el más evidente es que el deportista es superficial. Las artes suelen huir de la superficialidad porque, dicen, la superficie no aporta nada. No estoy de acuerdo, pero es un prejuicio latente”.

Juan DavidCorrea, crítico literario en El Espectador, dice que los intelectuales le temen a todo aquello que sea apropiado por la masa. Sienten que, de alguna manera, pierden su capacidad crítica cuando se acercan a un deporte tan igualitario, que uniforma a la gente en su pensamiento. . A eso se refería Marguerite Duras en entrevista con el astro del fútbol francés Michel Platiní cuando decía que “la cancha de fútbol es un lugar donde cualquiera es igual a ti. Todos están en un mismo plano de igualdad”.

Para hacerle justicia a Borges vale la pena recordar una conversación tardía con el “Flaco” Menotti, entonces técnico campeón del mundo con la selección Argentina en el mundial del 78. Al reclamo por haber dicho que el fútbol era un deporte de imbéciles, Borges respondió: “Yo nunca dije eso. Lo que dije fue que tuvo excesiva importancia un juego que a mí me parece frívolo”.

Para Silva Romero esa palabra, frivolidad, es central para el caso colombiano. La gente de la cultura en nuestro país, dice, cada vez se aleja más de la realidad. Cada vez piensan para menos gente. Silva opina incluso que la literatura antes bastaba para llenar las necesidades que hoy suplen los libros de autoayuda.

Lo mismo respondió el uruguayo Eduardo Galeano, agudo ensayista del fútbol, en ese tono combativo y poco mesurado que lo ha hecho célebre: “Hay intelectuales que niegan los sentimientos que no son capaces de experimentar ni, en consecuencia, de compartir; solo podrían referirse al fútbol con una mueca de disgusto, asco e indignación”.

Esa sea quizás la mejor  explicación de porque la mayoría de intelectuales, sin duda no todos, no se han ocupado del deporte: porque el deporte no les gusta. “Entre quienes aman el fútbol todo se entiende fácilmente, pero muy difícilmente entre los que nada sienten por él”, dijo alguna vez Platini. Nadie escribe sobre lo que no lo toca, dice Correa. No es fácil, tercia Silva Romero, que a alguien lo absorban dos pasiones tan atrayentes como el fútbol y la literatura, y que además quiera combinarlas.

La naturaleza del juego

Del amor por el juego podríamos pasar a buscar respuestas en el juego mismo. Eduardo Arias, otro de los hinchas detrás de Colombia gol, asegura que “el fútbol encierra mucho de ‘arte’. Aún el antifútbol y el fútbol mal jugado, que hace difícil volverlo material artístico”.

Y como arte, es poco propico a las traducciones.  “Lo que se dice en una lengua no se puede decir en otra», ha dichoe el escritor Antonio Caballero, fanático de los toros. «Lo que se pinta no se escribe. Lo que se escribe no se torea. Lo que se torea no se pinta. Y así sucesivamente”. No habría problema en agregar a ese listado que lo que se juega no se escribe, ni se pinta ni se torea.

Ya Jorge Valdano, tal vez el único futbolista que ha transitado los terrenos de la literatura, había dicho que en realidad “no necesitamos fórmulas para saber que el fútbol respeta códigos morales, alcanza una dimensión estética y proyecta una fuerza emotiva. Nos basta con sentirlo”. Desde el hincha, la sensación es la misma. Eduardo Arias dice que nada de lo que ha leído sobre fútbol se puede comparar a la emoción que produce lo que ve “en directo, en los documentales, o los goles que suben a Youtube”.

Unos sí, otros no

Sin embargo no han faltado los escritores que han usado el deporte cómo musa.  Podemo hablar del  trabajo de Roberto Fontanarrosa, de Eduardo Galeano, de Mario Benedetti y otros cuantos.  «Ellos son más cronistas de lo que rodea al fútbol. Su tema es, antes que nada, el ambiente del fútbol”, explica Arias. Y son todos del sur del continente, uruguayos o argentinos. Sin ser abrumadora, la producción literaria sobre deporte en estos otros países de América Latina  es significativamente mayor que en el nuestro.

En Colombia, la primera dirección a la que todos apuntan es al periodismo. Valga reconocer que en Colombia existió una gran tradición de cronistas deportivos. Alguna vez tuvimos casi un género dedicado a seguir las hazañas deportivas y las desgracias personales del que es para muchos el mejor deportista de nuestra historia: el boxeador Antonio Cervantes “Kid Pambelé”. Hace unos años el escritor Alberto Salcedo Ramos recogió todo lo dicho, y de pasó cerró la discusión con una crónica larga que lleva como título El Oro y la Oscuridad. Pero es, sin duda, más la excepción que la regla.  Aquí, dice Arias, “no hubo una escuela como El Gráfico”, en alusión a esa revista argentina sobre fútbol que algunos coleccionaban con gusto en nuestro país. Es un hecho que en Colombia “nunca hubo revistas deportivas de gran circulación”, ni público para estos temas. De haber existido, dice Arteaga, habría a estas alturas una cultura de lectura de buenos cronistas deportivos. Y de esto a la literatura sólo hay un paso”.

Aquí es preciso hacer énfasis en el tiempo verbal. La palabra clave es «había». En este país había periodistas de verdad que se ocupaban del deporte, había grandes cronistas que no se sentían menos por salir a cubrir un evento deportivo. Cuenta Rendell que alguna vez el periódico El Espectador, en el año 1955, le encargó a uno de sus mejores periodistas la biografía por entregas del ciclista Ramón Hoyos. El periodista se llamaba Gabriel García Márquez, y apenas unos meses antes había publicado en ese mismo periódico la historia de Luis Alejandro Velasco, que después llevaría el nombre de Relato de un Naufrago.

También vale la pena disparar un par de flechas contra la industria editorial. Arteaga señala que en países como Argentina y Brasil las editoriales no han tenido el mismo miedo para publicar obras que se refieran al tema del deporte como en nuestro país. Lo cual coincide con el diagnóstico de Silva Romero quien asegura que en un país donde la gente solo escribe para publicar, y donde son las mujeres las que leen, el temor de las editoriales es entendible. Él mismo cuenta que personas cercanas a su entorno, conocedoras y admiradoras de su obra anterior, aseguran no estar interesados en leer Autogol una vez se enteran del tema del que trata.

Y también aparecen otras explicaciones  más sociológicas. Correa apunta a la peligrosa relación entre nuestro fútbol y el narcotráfico como causante del alejamiento voluntario de la literatura. “Es muy difícil acercarse al juego cuando está rodeado de tantas historias criminales”, dice. De alguna manera, sostiene, “el deporte pasó, juntó con el reinado de belleza y otras  expresiones de nuestra cultura, al expediente judicial”.

No está de más recordar que a fines de los ochenta y principio de los noventa investigar a fondo el tema del fútbol, así fuera por un interés estético o literario, podía exponer al interesado a una sorpresa inentendible como la de Andrés Escobar. “En todas partes el fútbol es una mafia, pero aquí ya es demasiado”, dice Silva Romero.

El principal efecto de este matrimonio fue impedir que en nuestro país el fútbol, y casi cualquier otro deporte, pudiera ser objeto de conversación y debate. Dice Correa que en Argentina o en Inglaterra sí existe esa conversación de los hinchas, en cafés, en tribunas. Por culpa de esa documentada relación con las fuerzas oscuras es que en su opinión “el fútbol, en Colombia, no es un verdadero fenómeno colectivo”. El deporte se ve pero no se discute. De alguna manera esto conduce que los colombianos seamos, en boca de Arias, muy malos hinchas: “la cultura del fútbol en Colombia es muy superficial. La mayoría de los hinchas, sobre todo de la Selección, son mucho de reunirse a tomar trago y hacer fiesta alrededor del partido, pero son (aclara que la tercera persona es intencional) pocos los que siguen el asunto de una manera juiciosa”.

Esta pobreza en la hinchada tiene mucho que ver con la explicación que ofrece Silva Romero. Para él la principal causa es la existencia, en esos países, de una verdadera clase media educada que nunca existió en el nuestro. Para esa masa culta temas como el fútbol y la literatura pueden ser y son mucho más importantes. Más gente que escribe y más gente que lee permite tocar un mayor número de temas. El ejemplo de estas clases medias fuertes son Argentina y Estados Unidos. Son países, remata Silva Romero, más tranquilos consigo mismo, menos “elitistas”, donde nadie pierde su prestigio por ponerse a contar la forma en que nació el equipo de su barrio ni hacer una película que tenga a un equipo de beisbol como protagonista. De alguna manera, dice, en esos lugares, en esas sociedades, “no le temen a la épica”.

Decía Rendell que en nuestro país: “La línea que separa una carrera de bicicletas de una peregrinación religiosa jamás quedó muy bien definida”. Acaso sea por eso que la imagen más icónica del deporte colombiano es la foto de Lucho Herrera subiendo ensangrentado los Alpes franceses en el Tour de Francia de 1985. Que es, si se mira con cuidado, la versión moderna de un Cristo sangrante cargando montaña arriba las culpas de los demás. “No hay redención sin sangre” dijo alguna vez Martin Scorsese. De alguna manera ese país, el de alguien que se sacrifica por los demás, es el que se ve retratado en nuestro deporte. El sacrificio puede ser tan simbólico como el de Lucho Herrera o tan concreto como el de Andrés Escobar. Un país que monta bicicleta por el mismo motivo por el que le reza al Sagrado Corazón; porque, desde siempre, necesita que alguien lo redima.

En los dedos de una mano

Vale la pena rescatar estos cinco títulos que conforman una escasa pero digna bibliografía sobre letras y deporte en Colombia .

1. Autogol, Ricardo Silva Romero.
2. Héroes de las montañas, Matt Rendell.
3. El oro y la oscuridad, Alberto Salcedo Ramos.
4. Sueños a la redonda, Gonzalo Medina Pérez.
5. Colombia Gol, Varios autores.

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