Sin propina no hay carrera

El servicio de taxis en Bogotá, tan polémico en estos días, es en realidad un servicio de lujo. Buena propina, buen recorrido.

por

Jules Almanya


19.03.2015

Foto: Stephen Downes @ Flickr

Chapinero Alto, 6:45 de la mañana. Tengo una reunión en la oficina, a las 7 en punto y acabo de salir de la ducha. Cuento con 15 minutos para vestirme, transportarme y estar sentado, en una sala de juntas, sobre la calle 90, en el Chicó. Seamos sinceros, si bajo a la Carrera 7ma, a coger el Transmilenio como todos los días, estaré llegando entre las 7:30 y las 7:40. Ello implicaría bajar un par de cuadras hasta la 7ma, esperar el bus, dejarlo ir, montarme en otro bus, menos incómodo que el anterior, bajarme en la 92, caminar un par de cuadras mientras me arreglo, sentarme a las 7:35 en la sala de juntas, recibir el llamado de atención vía w/app…un día cualquiera. ¡No! Tengo que llegar rápido, no importa si no es a las 7 en punto. Seguro si me voy en taxi, alcanzaré a estar en la oficina a las 7:10, o a las y 15. No es lo ideal pero, bajo estas circunstancias, es lo mejor que podría hacer.

Tengo que apurarme, son las 6:48 y, como bien sabemos, el taxi no está esperándome abajo, hay que llamarlo. Abro mi app, de servicio de taxis, y lo pido. Después de unas cuantas vueltas del radar es que caigo en cuenta y pienso, para variar, “no me va a llegar ninguno, no sin propina”.

Propongo un paréntesis. Les voy a exponer mi posición y, como la de cualquiera, espero que se me respete. No soy partidario de tener que ofrecer, e incluir, un pago por ‘propina’ en el servicio de taxis, tampoco en las horas pico. Creo, firmemente, que esta nueva modalidad sólo va a inflar, de sobremanera, los precios de los recorridos. Por otro lado, los taxistas, que no son unos dormidos, van a estar por ahí, libres, esperando que los usuarios empiecen a tirar los $3.000, los $4.000, los $5.000 de propina. No estoy de acuerdo por lo siguiente: pagar una carrera de $12.000, en la que $4.000 son de aguinaldo, es lo mismo que ir a un restaurante, ordenar un plato de $30.000 y darle $15.000 al mesero. Y me alegro por ellos, de verdad, pero es un servicio muy sencillo por el que, como usuario, discrepo de pagar el 50% del valor total en un ‘plus’.

Se me está haciendo tarde, 6:51, y sé que, o pongo la propina o no llego a tiempo. En ese instante, se me prende el bombillito “Hagamos el experimento”, me digo. Lo que estoy a punto de mencionarles se me ocurrió hace unas semanas, tal vez un mes, pero no había contado con la oportunidad de intentarlo, de jugar al científico. Y lo hice, reinicié la app de mi celular, solicité el servicio de taxi y postule mi propina, $500, cinco cero cero.

No hay que ser un genio para determinar mis intenciones: que, del afán por ganarse una jugosa propina, algún taxista viera mal, o creyera, que la propina era de $5.000, me recogiera y me ayudara a comenzar el día con pie derecho. ¡Bingo! No pesaron ni 20 segundos y un taxi ya venía en camino, unos segundos más tarde la pantalla me muestra un mensaje bastante usual: “desafortunadamente el taxista tuvo un inconveniente (…)” blablablá. Listo, ése no había caído, pero conseguí comprobar algo: la propina se está convirtiendo en un problema para el bolsillo de muchos usuarios del servicio de taxi vía app; los motorizados sí andan libres, desocupados, pero están a la espera de las ‘buenas añadiduras’ para confirmarlas al instante, sin ellas no hay carrera.

Los usuarios deciden si quieren ser "VIP" y dar propinas del valor que elijan.
Los usuarios deciden si quieren ser «VIP» y dar propinas del valor que elijan.

 

Ahora bien ¿adivinen qué hice? Pedí otro servicio, de nuevo con la propina de $500. Para mí, la reunión ya había perdido importancia, estaba contento jugando a las probabilidades. 6:53, un taxi confirmó la carrera y, a los dos minutos, ya estaba abajo en la portería. Bajé, un poco prevenido y, a la vez, incrédulo.

Me subí en el taxi, di los buenos días, la dirección a donde me dirigía y no fue más, me senté callado a mirar el celular y esperar. ¡Vaya sorpresa! En el primer semáforo, el señor taxista me dice “¿qué ruta desea el señor que tomemos?”. En ese momento, sólo atiné a pensar “¡Ha!”; de los cinco años que llevo viviendo en Bogotá, era la cuarta, o tal vez quinta, vez que un taxista me ofrecía los derechos sobre el recorrido. Le dije que fuéramos por la Carrera 7ma y bajáramos por la Calle 85, nada más. Alguien puede leer esto y pensar: “Ay, pero también hay taxistas cordiales, y buena gentes, este tipejo está generalizando sólo porque le preguntaron la ruta”. Ustedes son quienes decidirán acerca de si eso es cierto, o no, después de que culmine con este relato, merecedor de un espacio en Séptimo Día, o incluso en Infinito.

Tomamos la 7ma, sentido sur-norte, hacia la Calle 85 para bajar. El hombre iba manejando tranquilo y yo, atrás, hablando por w/app, todo normal. Ahora, saquen la cámara, la grabadora, lo que quieran: “¿Qué emisora le gustaría escuchar?”. Eso sí que es nuevo. Soy consciente que si uno solicita que le pongan, o cambien, X o Y emisora, casi siempre lo hacen pero, seamos sinceros, también, casi siempre, lo hacen de mala gana. ¡Pero esta vez no fue así! ¡Este hombre me ofreció también el poder sobre el radio! ¡Y siendo tan amable! Yo sólo pensaba: “la reencarnación de la Madre Teresa es un taxista y ¡está aquí, en Bogotá! ¡Qué afortunado que soy!”. Le dije que sintonizara Caracol Radio, di las gracias y retorné al silencio, esperando.

Este acontecimiento expone cómo este fenómeno de la propina en los taxis, dada la cuantiosa demanda por el servicio a ciertas horas, está inflando los precios de las carreras y, peor aún, está institucionalizando el siguiente hecho: sin propina no llega taxi.

 

Ya estábamos llegando, le señalé la portería de la oficina en la que trabajo: “es ahí, atrás de esa camioneta”. ¡Ah sorpresa! De nuevo, mientras el señor parqueaba su taxi me decía “Bueno hombre, que tenga un muy buen día, que se mejore de ese resfriado (…)” blablablá. Era tiempo de hacer la prueba. Le di las gracias e, instantáneamente, le pregunté “¿Cuánto te debo?”. El taxista revisó su tabla de unidades y me respondió “$7.200 y la propina”. “$7.700 entonces” Repliqué. Hubo una pausa. Yo venía mentalmente preparado para cualquier cosa, cualquier reacción. Además, yo era consciente del valor de la propina que había ofrecido, también de que eso seguro estaba en el sistema y que no había hecho nada malo. A continuación, el hombre me dice “¿usted puso $500?”. Le respondí que sí y que dejara en $8.000. Me imagino que el señor taxista esperaba cobrarme, como mínimo, $12.000. Le entregué un billete de $20.000, me devolvió lo que hubiese sido su carrera con propina de $5.000, $12.000 y, al tiempo, me decía “Eso le pasa a uno por no ver la carrera”. No le dije nada respecto de eso, sólo las gracias y me bajé. Ahí sí, ni que se mejore, ni que buen día, ni esto, ni lo otro, no dijo ni ‘chao’. No fue sino que le cerrara la puerta y ya había arrancado ¡Qué tal el cambio! Yo sí estaba contento, eran las 7:14 y la reunión apenas había empezado, todo en orden.

070 RECOMIENDA...

La crónica visual de Alejandra Posada Acosta, "Cuatro modos de llegar a los Andes". Un experimento que analiza el bus, la bici, el carro y el taxi como medios de transporte.

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Estoy seguro que no soy la primera persona con una historia así para compartir, mucho menos en esta coyuntura, atravesada por la polémica de las propinas, las disputas del gremio amarillo con los Uber, las constantes quejas por el mal servicio, entre otros. Mi anécdota, este acontecimiento, expone cómo este fenómeno de la propina en los taxis, dada la cuantiosa demanda por el servicio a ciertas horas, está inflando los precios de las carreras y, peor aún, está institucionalizando el siguiente hecho: sin propina no llega taxi. No sólo eso, los taxis están ahí, engordando el precio de sus aguinaldos a gusto “Hora pico…sin propina, nada” “$1.000, nada” “$2.000, nada, bueno, de pronto, si no salen más”. Están presionando a los usuarios a competir por la prestación de un servicio que, en últimas, es bastante simple. Termina, todo, convirtiéndose en una subasta por la utilización de un medio de transporte casi elemental, y los beneficiarios podemos terminar cancelando un porcentaje bastante elevado, si tenemos en cuenta el valor total de la atención. Entonces ya saben, para tener un servicio de taxi de primera, ágil y ameno, toca pagar $5.000 de más…perdón, $500.

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