Mujeres: historias con lenguaje y gramática periodística

¿Cómo se habla de las mujeres en al prensa masiva nacional? Sandra Sánchez, investigadora y profesora del Ceper, pone bajo la lupa las formas en las que los dos principales diarios nacionales producen contenidos sobre las mujeres.

por

Sandra Sánchez López


04.11.2015

Maru Lombardo criticaba el contenido que fabrica la prensa para las mujeres en una reseña publicada hace sólo pocos días aquí en Cerosetenta. Y sí, parece cierto que los medios masivos nacionales circulan noticias y cuentan historias precariamente en múltiples ocasiones. En eso coincido con Lombardo. La rutina de la información sobre y para mujeres se agota generalmente en secciones que reinscriben a las mujeres en la escena del consumo, la belleza, el amor y la familia, un asunto de vieja data que se viene replicando en toda plataforma pública hegemónica, por lo menos desde el siglo xix. Una hojeada desprevenida a la prensa decimonónica dedicada al entonces llamado bello sexo así lo atestiguaría. Las mujeres, en unos lugares más pronto que en otros, se convirtieron en centro de los relatos de una aparente trivialidad, sobre todo desde que la prensa se consagró como un artefacto de consumo y entretenimiento, junto a su más vieja función política. Esto es un hecho, y uno relativamente viejo que urge cambiar, por lo menos desde la perspectiva de una audiencia más crítica y reflexiva –más consciente, puede decirse. A pesar de eso, habría que verse si hay algo que los medios estén haciendo bien o no tan mal.

Las historias periodísticas que apelen al público femenino y hablen de mujeres tendrían que evaluarse desde por lo menos dos lugares. Primero, desde una posición pragmática que acepte las dinámicas del capitalismo impreso, pero sin que esto excluya la exigencia de cumplir con principios periodísticos cabalmente. En ese sentido, el artículo sobre novias y matrimonios como el que el diario El Tiempo publicó el pasado 17 de octubre puede considerarse parte de un repertorio aceptable de la prensa. Aunque vende prácticas cotidianas de una economía de mercado, quizá ofensivas para muchos, ofrece material para crear identidades que no siempre hay que ver como incompletas y desajustadas –eso es ser recalcitrante. Entre tanto, una pieza así podría cumplir lo que atrevidamente puede llamarse una función social. La realidad es que muchas personas se convierten en lectores de prensa al mirar y consultar las secciones de variedades, vida y ellas. En un país como el nuestro, donde los índices de lectura aún escasean, la gente por lo menos lee eso. Más de una mujer y un hombre —que se definen como nada vanidosos— visitan una o dos veces por semana el portal de la gurú inglesa del maquillaje artístico, Lisa Eldrige, para hacerse de sus consejos. Así mismo, mujeres y hombres agarran y entran en la red a El Tiempo y El Espectador en Colombia. Eso no es reprochable, sobre todo si se tiene en cuenta que esto del maquillaje también puede verse desde una óptica política y no sólo como una temida maquinación del sistema de información, inserto en el flujo de la economía actual. Flor Romero, fundadora en Colombia de la revista Mujer en 1961, así lo consideraba: de la moda y el peinado se podía hacer una afirmación militante, si se quiere; por eso su revista incluía estos temas dentro de sus páginas como parte del talante feminista de su directora. Así lo sugieren también las estudiosas de los discursos de género del reguetón más recientemente y con un ímpetu próximo a la persuasión: la puesta en escena de la sexualidad femenina en el sonido y la visualidad reguetonera indica más posibilidades de emancipación de las mujeres que su opresión.

De nuevo, no está mal que la prensa hegemónica produzca artículos que venden, pues ellos igual hacen algunos lectores y, seguramente, crean algunos rasgos de militancia política cultural en un público que tenemos que dejar de tratar incansablemente de modo condescendiente. En términos periodísticos, sin embargo, sí podemos exigir más. Si el artículo de novias y matrimonios presenta pocas fuentes y todas ellas son hombres, se le puede pedir al redactor y al periódico que sean fieles al paradigma ideal del periodismo para que la pieza sea, por lo menos, muestra de un oficio impecablemente ejecutado. Consultar a un solo jefe de eventos de un hotel prestigioso y a un único fotógrafo para hacer un listado de asuntos a considerar el día de la boda es precario. Si se consulta la mirada de éstos dos, sumada a la de una jefe de una casa de eventos y una fotógrafa también de alta envergadura y se plantea un contraste entre bodas súper costosas y bodas menos caras, entre otras cosas, así se estaría haciendo un mejor periodismo, desde una mejor reportería, para estas audiencias imaginadas.

Y es preciso decir que la prensa hegemónica sí publica más que estos artículos tipo consumo cuando se trata de enterar al público femenino o de hablar de mujeres, circulando piezas incluso de talante seudopolítico. Aquí entraría en consideración el segundo aspecto a tener en cuenta para evaluar lo que se escribe en este contexto de la información para y/o sobre mujeres. Si observamos el último mes, El Tiempo y El Espectador han sacado varias columnas, notas y artículos sobre equidad de género, relativo a las mujeres. Con ocasión del día internacional de la niña, el editorial de El Espectador del pasado 7 de octubre se refería a la situación social y política de desventaja de las colombianas con particular e interesante vehemencia, cosa osada en una sociedad como la nuestra donde el tono subido de las discusiones sobre el orden y el desorden de las cosas se cuestiona. El editorial denunciaba los riesgos a los que están expuestas las mujeres en situaciones de conflicto; también llamaba la atención sobre las desigualdades económicas y políticas a las que las mujeres se ven sujetas por asuntos estructurales y de funcionamiento social, a la vez que abordaba el tema de la autodeterminación de sus cuerpos. Finalizaba casi exigiéndole al país una acción más concreta para cambiar esta situación.

Sólo dos días después, el 9 de octubre, El Tiempo publicó una nota, destacando también asuntos de género. Allí, reseñaba brevemente el éxito de Blanca Manyoma como líder de su comunidad embera en el alto Baudó; también añadía cifras que registran la inequidad de los salarios para las mujeres a nivel mundial, así como las dificultades que tienen para acceder a puestos de poder como el de Manyoma, sobre todo por prejuicios culturales. Para sorpresa de muchos lectores, al día siguiente, el 10 de octubre, apareció, y en primera plana de este mismo diario, otra pieza más sobre el tema de género. El artículo anotaba las inequidades económicas que atraviesan las mujeres ya no en el mundo sino en Colombia, sobre todo a nivel de empresas. La pieza se trataba de una presentación de las cifras y conclusiones arrojadas por el Ranking de Equidad de Género Corporativo. Además, el 10 de octubre, El Tiempo volvió a aparecer con una nota que, aunque en su desarrollo exponía pobremente el asunto de género, intentaba poner el dedo en esa llaga, informando que, en cuanto a la población joven colombiana, que está encontrando más trabajo que antes, los hombres salen más beneficiados que las mujeres.

Antes que nada, el tema de género concerniente a las mujeres es político y económico, como lo sugieren los artículos, pero no se agota allí. Pasa por el entramado cultural donde se cruzan todas las variables de lo estructural y lo cotidiano, del poder y el contrapoder, del consenso y el disenso. Por eso, no basta con cubrir el tema y ponerlo en primera plana una que otra vez. Hay que cubrir mejor y más

Con este panorama persistente en el asunto, parece que hay no sólo interés temático, sino algunas virtudes periodísticas incluidas en el cubrimiento de género –de nuevo volcado a las mujeres: encontramos un relativo seguimiento del tema que lleva a considerar, en el lenguaje de la teórica del periodismo Stella Martini, una evolución de lo noticioso; también se considera la proximidad cuando se tiene en cuenta el contexto nacional, sin excluir el internacional, otro asunto clave desde la teoría del periodismo para la construcción de la noticia. Los artículos, además, exploran algunas fuentes legítimas, sobre todo entrevistas cortas y datos institucionales, importantes, si aún le creemos a David Randall, freak de los principios de la reportería.

El terreno no anda tan mal, pero el trabajo que se hace no es suficiente. Antes que nada, el tema de género concerniente a las mujeres es político y económico, como lo sugieren los artículos, pero no se agota allí. Pasa por el entramado cultural donde se cruzan todas las variables de lo estructural y lo cotidiano, del poder y el contrapoder, del consenso y el disenso. Por eso, no basta con cubrir el tema y ponerlo en primera plana una que otra vez. Hay que cubrir mejor y más. Exigir esto no significa transferirle al periodismo expectativas que mejor llenarían las llamadas ciencias sociales y las humanidades o incluso otras áreas académicas. Sólo significa una demanda para que se cuenten mejor y muchas más historias de y sobre mujeres con el lenguaje y la gramática periodísticos, propios de la prensa y las plataformas mediáticas. Los artículos podrían, uno, dejar de presentar casi que exclusivamente la mirada institucional de la ONU, Unicef, el ICBF y sus cabezas visibles para los medios; así la sensación de que estos artículos se redactan frecuentemente porque la información llega cocinada a los diarios, sin que ellos la elaboren, reporteen y busquen, se esfumaría de manera más espontánea. Dos, presentar las cifras de un ranking es fundamental, pues ellas informan y constituyen argumentos de defensa de equidad de género, sobre todo en un momento como el nuestro en que los números y las muestras son agentes de autoridad máxima; sin embargo, la desigualdad de género va más allá de lo cuantitativo; se trata de una experiencia vital, y por ello, desborda el escenario de las gráficas ilustrativas. Se tienen que contar historias más auténticas y que nos hablen de la carne y el hueso, de las personas que están involucradas; se necesitan más voces como las de Manyoma y otras más que retraten el conflicto de la heteronormatividad. Eso es una máxima de la narración periodística: armar el relato con un rostro siempre. Así, el periodismo se hace más incluyente en términos de fuentes, historias, perspectivas, audiencias y debates.

Por su trayectoria histórica y su tamaño, le corresponde a la prensa hegemónica masiva nacional hacer este esfuerzo por hacer más robusto este cubrimiento, superando sus justificaciones de recortes presupuestales y sus hábitos de un periodismo demasiado instantáneo. Columnas de opinión como la de Margarita Rosa de Francisco en El Tiempo del pasado 15 de octubre tienen que aparecer con mayor frecuencia en los diarios. Aunque desde una perspectiva de la teoría feminista el texto de De Francisco resulte cuestionable —pues combina argumentos esencialistas de la mujer con otros del posestructuralismo y el lenguaje sobre género— es una apuesta al debate, uno considerado desde la complejidad de la cultura y el diario vivir. Como también lo mencionaba Maru Lombardo, es clave generar espacios para esa discusión. Y es preciso sumarle a eso las narraciones e historias de la gente.

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