Los museos escolares de la memoria

A través de objetos e historias personales, en el Colegio La Giralda y Los Nogales de Bogotá se cuenta y se aprende sobre el conflicto armado colombiano de una manera cercana, innovadora e íntima.

por

María Alejandra Castro


22.07.2015

Fotos: María Paula Durán

En el centro del corredor hay una vitrina. Tras el vidrio hay un sombrero vueltiao, un balón de fútbol, un rosario, unos zapatos de cuero café, una botella vacía de Listerine con un papel adentro. Hay muchos más objetos, cosas, simples cosas.

A comienzos de marzo se inauguraron simultáneamente en el Colegio Los Nogales y en el Colegio La Giralda del barrio Las Cruces, los primeros Museos Escolares de la Memoria. Espacios que son el producto de dos años de exploraciones de Arturo Charria, profesor de Los Nogales, junto con sus estudiantes. El propósito de los Museos es contar la vida de personas víctimas del conflicto en Colombia a través de objetos que se pueden encontrar en cualquier casa.

Sombrero de Ramón Donato. Desplazado y asesinado por paramilitares. Historia por Laura Farelo.

Charria sabe muy bien que con los temas de la realidad colombiana hay que seducir, atraer. Con ensayos y lecturas no se involucra a los jóvenes en los cuentos del país, sino recurriendo a su creatividad y, más allá, comprometiendo su sensibilidad y sus fibras nerviosas.

Actualidad Colombiana es el nombre de la asignatura que ofrece Charria en décimo y undécimo grado. Aunque ofrecer es un verbo injusto. El profesor pinta su clase como un espacio donde se da un intercambio constante. Él expone la teoría del conflicto y después formula actividades que ponen a los estudiantes a pensar y de ellas han salido las formas más innovadoras para hablar del conflicto en Colombia. Según él, “la meta no es que los chinos salgan con la cronología aprendida sino, que empiecen a proponer maneras de relacionar lo que ha pasado en Colombia con sus vidas”.

A cada lado de la vitrina hay una pantalla. Están a un metro de altura y casi paralelas al suelo para que los visitantes se inclinen sobre ellas. Son táctiles y muestran en una cuadrícula una imagen de cada objeto que está físicamente en la vitrina.

La instalación de los Museos y el desarrollo del software con el que funcionan las pantallas se lograron gracias a una beca del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). En el 2014 el plan de montar museos para contar el conflicto desde los colegios llevó a Charria a ganar el reconocimiento en la línea de prácticas museológicas que fomentan el tratamiento de temas de la memoria a partir del arte y la cultura. A esta convocatoria se postulan más de 250 proyectos y ganan menos de 50. La idea se basaba en reconocer la humanidad, la cotidianidad y la cercanía de las víctimas del conflicto. Con la propuesta de realizar el Museo en ambos colegios había, además, una segunda intención: ver los contrastes y las distancias sociales que los estudiantes tienen en sus imaginarios como estereotipos y romper con el modelo paternalista entre favorecidos, como los estudiantes de Los Nogales, y no favorecidos, que vendrían a ser los del Colegio La Giralda.

Botella de Listerine utilizada por Betriz Turbay. Secuestrada y torturada por guerrilleros del EPL. Historia por Sofía Machado.

Si entre todas las fotos de los objetos que se tienen en la pantalla se toca la de un frasco vacío de Listerine, lo que aparece es un fragmento de la historia de una mujer que había sido secuestrada por guerrilleros. Estos la sometieron a torturas y violencia sexual por casi cuatro meses. Como una medida desesperada, ella puso un papel con un mensaje de auxilio dentro de la botella que encontró en el baño que compartía con sus captores. Intentó lanzarla afuera a través de la claraboya con la esperanza de que algún vecino la encontrara. La maniobra le costó caro pues, en el intento, su soporte cedió y ella cayó. El papel no pasaba por el inodoro; tuvo que comérselo para que los guerrilleros no lo encontraran cuando entraron al baño.

Charria preparó a sus estudiantes para contar precisamente esta clase de historias. Ellos debían encontrar una persona cercana a su entorno que haya sido víctima del conflicto armado, hablar con ella, entender el modo de violencia que sufrió, las complejidades de los procesos que le llevaron a reconocerse como víctima, recoger su historia y, por último, encontrar un objeto que atravesara la vida de la persona durante su experiencia. El hecho de que la mayoría de sus estudiantes no tuvieran necesidad de salir de sus casas o sus conjuntos para cumplir con la tarea, le da validez a una de las premisas más importantes del proyecto: “Todos somos víctimas y todos podemos hacer memoria”.

Los objetos, que son el centro de toda la propuesta, le dan a las historias materialidad y cercanía con el espectador. No es lo mismo saber cómo eran los uniformes de los campos de concentración nazi que tener uno en frente. Este componente de los Museos se inspira en Kemal, el personaje principal de la novela de Orham Pamuk ganadora del premio Nobel El Museo de la Inocencia. En el libro, Kemal recuerda a un amor perdido a partir de objetos que se relacionan con su enamorada. La recolección de éstos lo lleva a obsesionarse, a enloquecerse. Charria tiene una fijación con esta novela. “Hay un capítulo que se llama ‘4321 colillas de cigarrillo’. La vieja fumaba y él coleccionaba sus colillas”. Esa fijación fue la que lo llevó a darse cuenta del potencial de los objetos para representar y narrar.

Por eso, después de haber recolectado el testimonio de la persona a la que investigaban, los estudiantes tenían la tarea de escribir la historia del objeto que escogieron. “El fin de contar esa historia era que los chinos sintieran y entendieran que el conflicto está mucho más cerca de lo que creen”, asegura Charria.

Balón de John Steven Arena. Desplazado por guerrilleros. Historia por Nicolás Niño.

Estamos hablando de jóvenes que nacieron y crecieron en un medio urbano y que sólo recuerdan los únicos episodios de violencia que han tocado la ciudad a través de documentales o relatos familiares. Lo que encontraron los muchachos fue mucho más que la historia de una persona que tuvo que enfrentar el conflicto.

Un botón debajo del objeto revela un elemento fundamental, lo que hace que la historia de la botella haga parte de un contexto más grande: se abre un mapa de Colombia y dentro de él se resalta una región. Ésta representa el lugar donde la mujer fue secuestrada. A la derecha del mapa hay un texto y una infografía que le explican al espectador qué fue lo que padeció Beatriz Turbay, la protagonista de la historia: sevicia y tortura. También muestran cuál es la incidencia de estas modalidades de violencia y que aunque la historia de Beatriz ponga en el centro a la guerrilla, a los grupos paramilitares se les atribuyen el 80 por ciento de los casos denunciados de este delito.

Las razones que llevaron a Charria a estudiar el conflicto armado están atadas a su inconformidad con el sistema educativo colombiano que no permite tal entendimiento

Este nivel de comprensión global de un hecho singular, tanto para los estudiantes como para los visitantes del museo, debería considerarse como todo un logro. Las razones que llevaron a Charria a estudiar el conflicto armado están atadas a su inconformidad con el sistema educativo colombiano que no permite tal entendimiento, “me preocupa lo que se enseña en Ciencias Sociales en los colegios”
“No hay libro de sociales en Colombia, no al menos de las cinco editoriales más reconocidas, que contenga las palabras “conflicto armado”, “víctima” ni “memoria histórica”. En los estándares básicos de competencias del Ministerio de Educación Nacional (MEN), que son 30, sólo hay 4 temas dedicados al conflicto armado: analizar el periodo conocido como la violencia y establecer relaciones con las formas actuales de violencia; explicar el surgimiento de la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico en Colombia; reconocer y explicar los cambios y continuidades en los movimientos guerrilleros desde su surgimiento hasta la actualidad; e identificar causas y consecuencias de los procesos de desplazamiento forzado de poblaciones y reconocer los derechos que protegen a estas personas.

Charria califica de peligrosas las consecuencias de utilizar como base de cualquier pensum estos estándares, sin pasar por alto el hecho de que fueron formulados en la época de la Seguridad Democrática, cuando la negación del conflicto armado era la regla. Por un lado, no hay una continuidad temática en la enseñanza. Se pasa del estudio del conflicto armado en el país al de la contaminación en el mundo, por ejemplo. Esto ocasiona dificultades en la comprensión de los procesos por parte de los alumnos. Además, dentro del mar de temas que deben componer el curso de Ciencias Sociales según el MEN, se pierden los que aluden directamente a los problemas históricos y, en consecuencia, los que hablan del conflicto en Colombia. “¡Hicieron que desapareciera la cátedra de Historia! La reemplazaron por la de Ciencias Sociales. Muy peligroso”, dice el profesor.

Rosario de Vanessa Quina. Testigo de masacre de las FARC. Historia por Juan Antonio Fraccione.

Por otro lado, con el nombramiento constante de los actores armados, no se menciona a las víctimas. “Se reproduce la estética de los guiones de las telenovelas donde los protagonistas son los victimarios y las víctimas se convierten en sombras que aparecen y desaparecen según los intereses de los victimarios, quienes terminan siendo víctimas de las circunstancias”, menciona Charria. Por último, es cómodo representar a las víctimas sólo por medio de los desplazados. En el informe sobre el conflicto del CNMH ¡Basta Ya!, se habla de 14 modalidades de violencia. En los estándares del MEN se trata sólo una. “¿Dónde quedan la masacre, la tortura, la desaparición forzada, el secuestro…?”

En la esquina de la pantalla donde se ve la botella de enjuague bucal hay un código virtual que se puede capturar con la cámara del celular y se convierte en información o lleva a un enlace en internet. Al escanear el código aparece la historia completa escrita por la estudiante que la recogió y la investigó, un documento disponible para el visitante que quiera conocer más. Esta parte del recorrido finaliza cuando el espectador quiera. Puede observar todos los objetos en la vitrina, tocar todas las fotos en la pantalla y leer todas las historias de las víctimas, o conformarse con una sola. El último paso, a la izquierda de las pantallas es un pequeño stand sobre el que hay dos buzones. En el primero hay postales con ilustraciones de los objetos que, con una inscripción, invitan al visitante a dejarle unas palabras al dueño o la dueña del objeto que más les haya impactado. En el segundo están las postales que los anteriores espectadores han dejado.

Entre líneas, el mensaje se reitera: todos tenemos todo que ver con lo que pasa en Colombia. Los Museos apuntan a evitar lo que causan los textos escolares a causa del modelo del MEN, que todo se cuente con monotonía y distancia. “Los estudiantes se dieron cuenta de que el conflicto está bañado de cotidianidad y que, a la vez, todo se ha bañado de violencia en Colombia”, dice Charria. Un balón de futbol, un par de zapatos, una carta escrita a mano o un rosario ahora les hablan al oído a los estudiantes que creían tener el conflicto lejos de ellos.

Zapatos de José Andrés Cossio. Secuestrado por el ELN. Historia de Daniela Valderrama.

Ahora, ni los objetos, ni las historias, ni las investigaciones ni las postales pretenden componer un proyecto de reparación de las víctimas. Lo que logran los Museos Escolares de la Memoria es visibilizar. Pretenden que tanto estudiante como visitante se reconozcan como parte del conflicto; sus vidas de todos los días como colombianos son vidas en conflicto. Por demás, estos Museos se erigen como modelos replicables en cualquier comunidad, empresa o institución. Es cuestión de conversar y darle materialidad a las historias.
Estos espacios cumplen con el objetivo tradicional de todos los museos: mostrar y exhibir. Para Charria, la reparación va después de los Museos, “los procesos de reconciliación comienzan cuando reconocemos en nosotros mismos a la víctima del conflicto. Mire en su entorno y verá que la violencia está esperando a ser contada en todas las personas y en todas las cosas. Está ahí, esperando a que hablen de ella. Cuando eso pase, comienza el conflicto”, recalca el profesor.

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