La trilogía del tango paisa

La ciudad en la que murió Gardel vive el tango argentino como propio. Esta es la historia de tres personas que aseguraron que la música de arrabal y bandoneón se quedara para siempre en el Valle de Aburrá.

por

Carolina García Arbeláez y Laura Romero


26.11.2012

 El Mecenas

El mecenas del tango llegó a Medellín para salvarlo de la decadencia. De origen argentino, Leonardo Nieto aterrizó en la ciudad en 1960 sin saber que se quedaría para siempre.  Ahí montó el Salón Versalles, cafetín clásico en la calle Junín, donde los vitrales, la música clásica y las lámparas estilo art-déco recrean con nostalgia un lugar de encuentro argentino de los años 20. Durante más de cuarenta años, Leonardo se encargó de promover el espectáculo tanguero y de traer a decenas de artistas, a una ciudad que, aunque conocía y apreciaba el tango, no lo había experimentado más allá de los gramófonos hogareños y de los bares del barrio Guayaquil.

“Esto era hermoso, un paraíso. En ningún momento desde que llegué me sentí ajeno: la gente me dio un trato muy especial”, cuenta Leonardo con una emoción nostálgica. Inmediatamente a su llegada hizo que su esposa y sus dos hijas viajaran a su encuentro y se instalaran en Medellín de manera definitiva. Como lo había esperado del lugar donde falleció Carlos Gardel, Leonardo encontró una ciudad de amantes del tango. Sin embargo, al preguntar dónde quedaba la estatua de la inspiradora figura, cuya trágica muerte en un accidente de avión inmortalizó a Medellín en la historia del tango, encontró que no había ningún homenaje del estilo. “Qué cosa increíble, ¿No hay un busto?  ¿Una placa?  ¿Nada? ¿En medio de tantos tangueros?”, se preguntaba …  Fue entonces cuando empezó a hacer “locuras”, como él mismo las denomina.

“Yo admiraba a Gardel desde pequeño: como músico y también como persona porque no sólo fue un embajador argentino, sino latinoamericano. “Cuando viajó por primera vez a Francia en 1928, llevó música de todos nuestros países”, explica en un tono apacible y revela el acento porteño del cual no se ha podido desprender. Al hablar de su admiración por el rey del tango, Leonardo ríe suavemente y confiesa: “¿quién no querría parecerse un poquito a Gardel? Los que no teníamos la suerte de saber cantar o tocar un instrumento, aunque sea nos podíamos peinar como él. Era un personaje muy lindo”.

Para Leonardo, los argentinos y gardelianos tenían una deuda con Medellín: “Yo me daba cuenta de que a la gente le encantaba el tango, pero no habían tenido oportunidad de experimentarlo. Algo había que hacer”. En un viaje a Buenos Aires reunió a un grupo de cantantes y autores de tango, “de los más pesados”, para explicarles la situación de Medellín. “¿Cómo es posible que la gente me hable de Pedro Maffia, excelente bandoneoista, y no lo conozcan? Tenemos que llevar una delegación importante a Medellín porque la gente está loca por conocer a estos famosos”.

Y así empezó la cosa. En 1968, Leonardo Nieto logró traer casi setenta artistas en un avión de la fuerza aérea argentina y con esto, dar inicio al Festival de Tango de Medellín. No fue una tarea fácil: fueron necesarias muchas gestiones y una suma considerable de dinero. Perseverante en su proyecto, Leonardo consiguió el apoyo de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia. En esa época, el café colombiano no había podido entrar en Argentina, de modo que Leonardo propuso al presidente de la Federación unir la actividad de Gardel a la figura de Juan Valdez. “Así estuve cuatro meses en campaña de café colombiano en Buenos Aires. ¡Mi esposa tuvo que ir a rescatarme!”.

El festival, a pesar de acercar a los ciudadanos de Medellín a los grandes artistas del tango y al espectáculo, no fue lo único que Leonardo Nieto hizo para impulsar éste género musical. Cuando la crítica de arte Marta Traba (argentina de nacimiento y quien, como Gardel, murió en un accidente de avión en 1983) visitó Medellín, Leonardo la llevó al Patio del Tango, un bar tanguero que para la época se encontraba en la calle Junín. “En esta ocasión, Marta y yo quedamos en que había que crear un lugar distinto pues cuando llegamos al bar un borracho le vomitó encima”, dice avergonzado. Fue así cómo nació la Casa Gardeliana en el barrio Manrique y, con ella, un ambiente ideal para oír tango: donde podían ir personas de todas las edades, se daban charlas y conferencias y se acogían y promocionaban los mejores artistas. “Mi esposa decía ‘nos vas a dejar en la lona’. Pero al final, yo la convencí”, cuenta Leonardo con picardía. “Mientras el salón Versalles vendiera empanadas yo seguiría con mi proyecto tanguero”.

Pronto, la Casa Gardeliana se convirtió en un lugar de intercambio. Permanecía repleto con personas que venían buscando un rincón para oír tango, disfrutar sus letras y pasar un buen rato. La Casa también propició el encuentro entre artistas colombianos y argentinos que compartían anécdotas sobre su trayectoria y discutían sobre la manera de hacer tango. “Esta fue otra de las peleas con mi señora”, dice Leonardo. “En el apogeo de la Casa, creamos unas habitaciones y acostumbramos a los artistas a que se quedaran. La idea surgió porque aunque los viernes nos iba muy bien, el día sábado era un desastre porque los artistas se habían emborrachado y ya no podían presentarse”. Igualmente, desde la Casa Gardeliana se promocionaron espacios de tango en las emisoras y recitales. Leonardo organizó presentaciones de intérpretes en las universidades, en donde “el cantante tenía que estar en condiciones para poder conversar con los jóvenes sobre el origen de una canción o de sus autores”.

Acercar a las personas al tango y generar espacios donde se pudiera escucharlo, discutir sus letras e incluso bailarlo, permitió cambiar la concepción que se tenía sobre este movimiento cultural, antes entendido como el punto de encuentro de borrachos y prostitutas. “En cada letra del tango encontramos mucho de lo que estamos viviendo, es un pasaje de nuestras vidas”, dice Leonardo al recordar la razón que lo impulsó a propiciar el ambiente tanguero.

La Casa Gardeliana cerró hace algunos años pues la violencia afectó la clientela que temerosa dejó de desplazarse al barrio Manrique. Pero Leonardo, reticente a que ese espacio sagrado se convirtiera con el tiempo en un local comercial, decidió donarlo a la Alcaldía de Medellín para que fuera un museo. Esa fue su forma de inmortalizarlo. Seguramente, Leonardo nunca se imaginó lo mucho que llegaría a parecerse a Gardel. A pesar de no saber cantar ni tocar un instrumento, y aunque el paso de los años le hizo imposible seguir imitando su peinado, “el mecenas” logró imitar a Gardel siendo embajador del tango en una ciudad ajena.

La dama

Engalanada con un vestido negro de visos dorados, la Dama del Tango se sube al escenario y empieza a cantar. Tiene el pelo pintado de dos colores: la mitad de negro y la otra de rubio. Lleva un sombrero gardeliano y un escote discreto. A pesar de su edad madura no ha perdido la elegancia ni la sensualidad. Sus gestos histriónicos y su voz ronca pero potente hacen que verla sea un verdadero espectáculo: “y todo a media luz, 
que brujo es el amor.
 A media luz los besos 
a media luz los dos”. Con poco esfuerzo conquista al público.

“Habrán muchas que canten mejor, pero no hay una intérprete que me iguale” se jacta. Carolina Ramirez, conocida como la Dama del Tango, lleva cantando más de 20 años. “Cuando estaba casada no lo hacía pero desde que me separé hago lo que me da la gana”. Según Carolina, su generación creció oyendo tango. Lo oían en todas las esquinas: “Yo amo la música colombiana pero fue el tango el que se me quedó”. Con mucho esfuerzo, ha conseguido vivir por el tango y para el tango. “Tengo la fortuna de seguir vigente. A mi me llaman de todas las ciudades del país”.

La Dama del Tango vive en el barrio El Prado, en una casa antigua que bautizó con el nombre Jardín del Arte. Su sueño era poder vivir en un centro cultural y así lo hizo. A ella la visitan los “tangueros de ley”, un grupo de académicos del tango que han hecho de este género un estilo de vida, pero también los jóvenes que están interesados en el arte de entrelazar las piernas al son de una milonga. Carolina es una promotora del tango, pero sobretodo del tango paisa. “No me gusta que demeriten a los músicos colombianos porque aquí hay mucho talento”, afirma con indignación. Ella ha tratado de reivindicar al talento colombiano el cual, según ella, se ve opacado por los porteños.

La dama tiene una orquesta que la acompaña en todas sus presentaciones. Ellos conforman el grupo A Todo Tango. Según su pianista, lo mejor de trabajar con ella es ver como se deja apoderar por la música. Carolina, al igual que la Malena de la canción, canta el tango como ninguna y en cada verso pone su corazón. Esta mujer vigorosa no solo es una cantante que le gusta actuar en el escenario y que se volvió famosa por su carisma.

El devoto

Después de la enérgica nota que cierra La cumparsita, el público se queda inmóvil y, como si hubiera sido acordado, la sala se inunda de enérgicos aplausos. Es sábado en la tarde y la orquesta La Bailonga, conformada por cuatro jóvenes mujeres, se presenta en la Casa Cultural del Tango Homero Manzi. En este salón de una esquina del centro de Medellín, la luz tenue alcanza apenas para iluminar los rostros de los asistentes, sentados en mesas estratégicamente dispuestas alrededor del centro luminoso en donde está la orquesta. El ambiente del Homero Manzi, con sus fotos de cantores y bailarines de tango en las paredes, una rockola de luces intermitentes, sillas Rimax rojas y materas con plantas cuyas hojas tienen forma de cuernos, encierra tradición y nostalgia en una atmósfera popular y fresca.

“Homero Manzi fue uno de los más grandes exponentes de la cultura argentina. Fue escritor, político, profesor universitario, y director de cine” cuenta Javier Ocampo, que decidió bautizar el lugar en honor de este poeta del tango para tener de él un recuerdo permanente. “La Casa Cultural siempre ha sido epicentro de los amantes del tango, ha estado ligada a todas las actividades que tienen que ver con el género y ha encontrado reconocimiento por parte de los tangueros”. Javier, fundador y propietario del bar de tango más conocido de Medellín, explica que aún cuando la programación del lugar no es rígida, semanalmente se presentan cantantes, se proyectan películas de tango o se organizan milongas, espacio en el que alumnos de diferentes academias o personas del común vienen a bailar. Además, el Homero Manzi es la sede de la Asociación Gardeliana de Colombia y aloja su conferencia académica mensual, evento al que le sigue siempre un espectáculo de tango.

La pasión de Javier Ocampo por el tango, que lo ha llevado a crear múltiples bares o “heladerías” que se han convertido en santuarios del género musical, surgió por una genuina sensibilidad por este ritmo. Aún y con que en Amagá –población de los alrededores de Medellín donde creció–  nadie en su familia le inculcó el amor por el tango, Javier se paraba a la entrada de los bares y billares para escuchar la música y ver las carambolas. Años después, a su llegada a Medellín, montó algunos negocios como El Ruiseñor, Puente Alcina o Miranda. Ahí, las letras de Enrique Santos Discépolo, Pascual ContursiCeledonio Floresy, por supuesto, Homero Manzi, acompañadas por el suave sonido del bandoneón, le daban el carácter al lugar y atraían clientela de todos los puntos de la ciudad.

Al hablar de tango, Javier adopta un semblante más serio que contrasta con su habitual jovialidad. “El tango es un elemento muy bien elaborado, tanto musical como poéticamente. Los que hacen tango, los instrumentistas, son personas salidas del conservatorio. Las letras son hechas por  personas muy, muy preparadas literariamente. Son dicientes y llegan a los sentimientos de la persona. Y para ser bailarín de tango hay que estudiar muchos años”, explica con solemnidad. Tras una pausa en la cual intervienen los pájaros que mantiene en la terraza del local, con sus trinos carrasposos que se van agudizando, la expresión de Javier se hace amable nuevamente. Con convencimiento, afirma que cuando las personas captan la sofisticación del tango, jamás lo abandonan: “cuando uno le cogió el dulcecito al tango no vuelve a salir de él”.

La misma ciudad de Medellín parece haber caído en esta afición desmedida al tango. Como cuenta Javier, el comercio por el río Magdalena trajo a Puerto Berrío, camuflados dentro de las mercancías, discos provenientes de Argentina. Esto, en un momento en el que la creciente industrialización de la ciudad trajo desde todos los pueblos de Antioquia a personas que, con la ilusión de un nuevo empleo, se sentían atraídas por los proyectos económicos que el país veía surgir en la urbe. “El tango habla del desarraigo. El que dejó su novia, a su mamá, a su abuela. Todos estos recuerdos los tenían estas gentes que llegaron a Medellín” señala Javier, resaltando cómo el fenómeno tanguero logró calar en el imaginario colectivo paisa.

Para el fundador del Homero Manzi, desde esta época el tango ha seguido evolucionando y las nuevas generaciones tienen nuevas propuestas. “Empezamos escuchando a Carlos Gardel. Aquellas épocas del tango en que era guitarra, flauta y bandoneón. Hoy los jóvenes escuchan tango electrónico. Pero no quiere decir que la edad sea una razón para no escuchar lo de ayer: piden tango moderno y enseguida a Carlos Gardel”.

*Laura Romero es estudiante de la Maestría en Literatura. Carolina García (@carogarcia1606) es estudiante de derecho de la Universidad de los Andes, periodista de la Silla Vacía y colaboradora de Cerosetenta. Además, realizó la opción en periodismo del CEPER. Esta nota se produjo en el curso Periodismo en Terreno de la opción en periodismo con la colaboración del Centro de Memoria Histórica.

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Carolina García Arbeláez y Laura Romero


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