La izquierda va de tenis y la derecha se cepilla el pelo

Si usted cree no interesarse en la ropa que usa y piensa que la moda es irrelevante, no se confíe. La historia de la humanidad no se cuenta sin la moda y de ella nadie se escapa.

por

Laura Galindo M.


19.06.2015

Foto: Duncan Chen @ Flickr

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Miranda Priestly, directora ejecutiva de la prestigiosa revista de moda Runway, está eligiendo los accesorios y prendas que usarán las modelos de su próxima edición. Mientras compara dos cinturones, Andrea Sachs, su asistente, se ríe con sorna. Para ella no hay nada que elegir, los dos son iguales.

– Ya entiendo – dice Priestly con irritación – . Crees que esto no tiene nada que ver contigo. Vas a tu clóset y escoges ese espantoso suéter azul. Quieres decirle al mundo que te tomas muy enserio para preocuparte por lo que te pones. Pero no sabes que ese suéter no es solo azul. Tampoco es turquesa, ni es lapislázuli. Es cerúleo. Ignoras alegremente que en el 2002 Oscar de la Renta hizo una colección de vestidos cerúleos, que luego Yves Saint Laurent hizo chaquetas militares cerúleas, y más tarde, el cerúleo apareció en las colecciones de ocho diseñadores más. Se fue filtrando en las tiendas por departamentos y terminó en la trágica esquina en que lo encontraste en rebaja. Como sea, ese azul representa millones de dólares e incontables empleos. Es cómico que creas que tomaste una decisión que te excluye de la industria de la moda.

La escena no es real, ocurrió en la película The Devils Wears Prada, basada en el libro de Lauren Weisberger’s que lleva el mismo título. Pero la cadena descrita por Miranda Priestly, sí lo es. Cualquier decisión que se tome al momento de vestirse es consecuencia de una lista larga de sucesos en la moda y no hay forma de quedarse por fuera. Catherine Villota, periodista y editora del portal Fashion Radicals, lo explica desde la ola de tendencias: “en la base están los pioneros, que son conocedores y buscan lo opuesto a lo masivo. Le siguen los adaptadores, que los admiran, acogen sus ideas y las vuelven de nicho. En la cresta, está la gran masa haciendo todo popular, y en la salida, cuando ya pasó la novedad, aparecen los relegados”. Nadie vive por fuera de la moda, ni siquiera quien se ufana de hacerlo.

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La moda existe desde que existe la humanidad y al igual que las armas o el lenguaje es parte de su evolución. Hace 200.000 años la tierra se enfrió, se llenó de hielo y sus aguas se congelaron. Se hundieron porciones de continentes, bajó el nivel del mar y se erosionaron los suelos. Pasó cuatro veces, pero al Hombre, erguido y sin pelo, sapiens y con pulgar oponible, solo le tocó la última. Necesitó entonces, cubrirse del frío y comenzó a colgarse las pieles de los animales que cazaba. Era el paleolítico.

Poco hubo que esperar para que el abrigo se llenara de plumas, se decorara con conchas o se pintara con savias de árboles. Se inventaron la agricultura y la ganadería, se perfeccionó el tallado y nacieron los primeros intentos de aguja. Para el Neolítico, ya existían telas y trajes con distintos propósitos y para distintos sexos.

La moda comenzó en la prehistoria y desde entonces ha estado presente en todas las épocas, culturas y civilizaciones. En las faldas ceñidas con cinturones de los egipcios, en las túnicas chitón de los griegos y en las togas de los romanos. En los abrigos marrones del feudalismo, los mantos de seda bordados en oro del Imperio Bizantino y los tacones del Rey Sol.

Vestirse es hablar un lenguaje de signos. Es crear una identidad y dejarla por escrito.

“Siempre ha sido un reflejo del tiempo. El vestuario, los accesorios y lo que se consume tiene que ver con épocas e identidades. La moda muestra quiénes somos y qué esta pasando”, dice Darío Cárdenas, elegido por la revista Infashion como el mejor nuevo diseñador Domus Academy. Las siluetas rectas, de hombros anchos y de un solo color que reinaron en 1940 son consecuencia de la crisis económica que siguió a la Segunda guerra mundial. El regreso al glamour, los vestidos lujosos y las joyas sin restricciones de austeridad impuestas por Christian Dior son espejo de la prosperidad económica que alcanzó Estados Unidos con el plan Marshall. Los pantalones, los cuellos altos y la bisutería de Coco Channel – diseñadora francesa de alta costura- fueron el reflejo de la revolución feminista que empezaba a gestarse en en la década de los 70s. Y las dos modelos vestidas de novias, desfilando tomadas de la mano en la pasarela de Karl Lagerfeld en París, son un guiño a la lucha por la legalización del matrimonio entre parejas del mismo sexo.

Foto: Patrick Kovarik para AFP.
Foto: Patrick Kovarik para AFP.

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Anna Wintour dirige la versión estadounidense de la  revista Vogue, tiene 63 años y más de 5 millones de dólares anuales por sueldo. De su fama de déspota y elitista surgió Miranda Prietsly, personaje principal del libro The Devils Wears Prada, y el sobrenombre “Nuclear Wintour” con el que hablan de ella en el New York Times. Es una de las personas más poderosas del mundo de la moda, tanto que hasta la fecha, ha sido la única capaz de negarle una portada a Oprah Winfrey por estar gorda.

Con todo y eso, Wintour, uno de los íconos más representativos de está industria, apareció en el estreno de la película El Gran Gatsby usando el mismo abrigo Prada –colección primavera-verano 2013– que el diseñador neoyorkino Marc Jacobs. “Tal parece que ni la realeza de la moda está exenta de llegar con el look repetido”, publicó The Huffington Post.

La moda es casi un proceso dialéctico. Para Joanne Entwistle, experta en industrias creativas y culturales de King’s College London, su discurso es resultado de la tensión permanente entre la uniformidad y la diferenciación, entre afirmar la identidad individual y querer encajar en un grupo social. El simple hecho de decidir cómo vestirse ya propone una imagen del “yo”, que al enmarcarse en un momento histórico determinado, encuentra puntos comunes con otros “yos”.

Más sencillo: quien se viste con una chaqueta de la marca sueca H&M se propone a sí mismo como alguien urbano, informal y moderno, que hace ejercicio y come sano. En el mundo hay 2.300 tiendas H&M y con seguridad millones de personas tienen la misma chaqueta y se identifican con lo mismo. Pero la cadena no termina ahí, esa chaqueta responde al regreso de las tendencias Sport Wear –ropa informal y deportiva- y al reflejo del “verse bien – sentirse bien” que propone la sociedad moderna. No es solo el discurso personal de alguien, es el de muchos, el de una época y un contexto.

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– ¿No le gusta arreglarse?, le preguntaron a Paloma Valencia, senadora por el Centro Democrático, en una entrevista para la revista Bocas.

– A mí me la montan porque me dejo el pelo crespo. Yo soy rebola de mugre. Yo siempre contesto: yo no estoy aspirando a Miss Colombia. ¡Qué jartera! El expresidente Uribe me molesta porque ando crespa, en tenis y mochila. Un día me dijeron: ‘Uribe la ve llegar de lejos y piensa que es una vieja del Polo que viene a insultarlo’, respondió ella “entre risas”, según la revista.

– Porque parece del Polo…

– Claro, la mochila, el despeluque…

Vestirse es hablar un lenguaje de signos. Es crear una identidad y dejarla por escrito. Definirse como político, respetable, violento, irreverente, abyecto. Para la senadora Valencia –la misma que quiso dividir el Cauca entre indígenas y mestizos–, la izquierda colombiana va de tenis y la derecha se cepilla el pelo. Para ella, la ropa que se usa manifiesta formas de pensar y articula discursos políticos, y si bien su interpretación es subjetiva, tal vez en esto último no se equivoca.

La moda es parte de un orden cultural y nadie existe por fuera de ella. Quienes dicen no tener interés alguno, no seguir sus códigos ni cumplir sus expectativas, han interiorizado involuntariamente sus normas de vestir y las han usado como reflejo de sí mismos, incluso para declararse en contra. Ser parte de la moda es el resultado inevitable de ser parte de la sociedad.

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