Jorge ‘El mágico’ González: mensajero anónimo

El Salvador tiene dos pilares en su historia futbolística. El primero es el vergonzoso récord de ser el equipo más goleado en un mundial. El segundo es Jorge ‘El mágico’ González.

por

María Catano


10.07.2014

Foto tomada de: images.mexico.lainformacion.com

1.

Jorge es, porque aún vive en el refugio de su gloria ya olvidada, un salvadoreño que nació el 13 de marzo de 1958; que en el 82 participó en el mundial de España en los únicos tres partidos que disputó su país, entre ellos la histórica derrota del 10-1 contra Hungría. De ahí saltó al Cádiz Club Fútbol para quedarse, con una breve interrupción, hasta el 91; y así terminar su carrera con 9 años más de fútbol en el FAS, devuelta en el Salvador.
El Mágico vivió, vio y volvió, igualito a como se fue. Volvió idéntico, sin desbarajustes de grandeza, sin riqueza (algunos dicen que hoy sobrevive como taxista), sin contrato en equipo Europeo; volvió a San Salvador en 1991 sin traza aparente de cambio, tal y como salió de allí en 1982. Fue, entregó su mensaje en la moneda natural del fútbol, en goles, y volvió sin perder la cabeza, sin sufrir el vértigo propio de la fama.

Al final de una entrevista en Destino Fútbol dice: “Cuando tenía quince años recuerdo que una amiga me pregunta, ¿qué piensas hacer? ¿qué te gustaría hacer? Recuerdo que le dije que si algo quería pedir a Dios era que me dejara seguir siendo como era.”
Permaneció siempre fiel al mismo principio: “Mi obsesión fue ser feliz sin pisar a nadie”. Siempre fiel a un extraño amor por la pelota: “La curiosidad tal vez era el balón, me intrigaba, me hacía querer saber, me hacía querer investigar. Lo que a mí quizás me hizo querer vivir, ya, la vida, era tal vez el balón.”

‘El mágico’ hoy no suena en las listas donde están las estrellas brasileñas, argentinas, holandesas, alemanas. Casi nadie sabe quién es. Pero su nombre está grabado en el Salón de la Fama de Pachuca, en el umbral del Estadio Nacional de San Salvador y en la memoria agradecida de la gente del Cádiz. El nombre también está tallado en el rencor de los fanáticos de los equipos que derrotó con sus goles, que humilló con sus gambetas. Entre esos hinchas están los del Barça del primer lustro de los ochentas, el mismo Barça de Diego Armando. El propio instrumento de Dios, Maradona, dijo de él: “Es mejor que yo, es de otra galaxia.”

Vencía en el campo de juego –completamente solo– a dos, a tres y cuatro defensas, y al arquero, con jugadas que hoy requieren la triangulación de un Xavi Alonso, un Di María y un Cristiano. Pero siempre repite en las entrevistas que lo de grande lo dicen otros, que eso nunca lo ha dicho él.

Y el periodista de Destino Fútbol le pregunta –en una fecha desconocida porque YouTube es atemporal: “Jorge, ¿te arrepientes de algo?” Y él responde: “Eee, ummm. No. No, no, no, no.” Y el periodista insiste: “Pudiste haber sido Maradona, Cruyff; un Pelé, un Di Stefano. ¿Qué pasó?” Y él responde: “No… Pero es que ahí estás hablando…” Y el periodistas lo interrumpe: “Tenías cualidades.” Y él atina a decir: “Ya, ya, pero…”
Tenía la habilidad para sostener la pelota con el pie mientras sus piernas zigzagueaban frente a defensas patiabiertos, atónitos. En el 2007 un periodista del diario El País le pica la lengua con esta afirmación: “También tuvo un regate característico.” Y ‘El mágico’ responde: “Sí, uno que en mi pueblo le decían la culebra macheteada: cuando recibía, encaraba y, con un movimiento de tobillo, enseñaba el balón por un lado y me lo llevaba por el otro. Y luego venía la velocidad para ganar la espalda al adversario.”

Incluso cuando responde, este emisario del fútbol entrega el mensaje de modo certero; sin intervención ni contaminación del ego, sin el tono propio de las divas tan común en esta época nuestra de jugadores que se toman por estrellas del show business.
Tenía lo que los gringos llaman ‘eye foot coordination’, y así ponía el balón con un golpecito donde había fijado la mirada. Dice ‘El mágico’: “Sí, estaba pendiente del arquero, y si te daba un poco de vidilla en ese aspecto y era confiadillo, uno probaba y a veces salía. Tuve suerte con ella. Recuerdo un gol a Sempere en Mestalla.” Con la facilidad que describe ese globito es como uno lo ve jugar en las grabaciones. Y sí, a veces, la gran mayoría de las veces, la jugada salía.

Para apelar a las imágenes recientes, Jorge hizo con frecuencia para el Cádiz la misma carrera audaz que Gareth Bale dibujó, seis minutos antes de que se acabase el partido de la final de la Copa del Rey, para anotar el segundo gol del Real. Tenía la capacidad para correr desde el medio campo y, frente a cada defensa que le salía al encuentro, evadía, engañaba, vencía en rapidez y en destreza, los iba dejando regados en la grama, y al final el arquero se tumbaba a su pies, completamente desamparado.
Dice ‘El mágico’: “Sí, sí, era muy flaco y esquivo. Evitaba el choque y eso me hacía buscar la tangente más adecuada para salir y ganar la espalda del contrario. Cosas que uno hace sin saber por qué ni cómo. Sí sé que era rápido con las piernas y con la mente. Ahora sólo me queda la segunda.”

2.

La vida de ‘El mágico’ es la lección del mensajero que, con una finta sutil, pasa por entre hélices violentas sin perder la cabeza ni el balón; la culebra que hace el regate y escapa a la guadaña de los déspotas.

Esta lección está también en una narración sobre dos tiranos griegos del siglo VII A.C. La historia la tomo prestada de Kapuscinsky, quien a su vez la saca del libro quinto de Heródoto. “Después de 30 años de régimen sanguinario, el tirano Cípselo muere y es sucedido por su hijo, Periandro; quien, con el paso del tiempo, terminará siendo aún más sanguinario que su padre. Este Periandro, cuando todavía era un tirano en entrenamiento, quería aprender cómo mantenerse en el poder, y para esto envió un mensajero a donde el dictador de Mileto, el viejo Trasíbulo, pidiéndole consejo acerca de la mejor manera para mantener al pueblo subyugado y bajo temor servil.”

Hasta aquí Kapuscinski. Escribe Heródoto: “Trasíbulo tomó al hombre que envió Periandro y lo llevó consigo fuera de la ciudad y dentro del campo donde crecían sus cultivos. Y mientras caminaban por entre el cereal interrogaba al mensajero y le pedía que repitiera, una y otra vez, qué era lo que había venido a preguntar desde Corinto. Entretanto, cada vez que veía una espiga que sobresalía por encima de las otras, la cortaba y la arrojaba, y así siguió hasta destruir los mejores y más altos tallos del cultivo. Después de esta caminata a través del campo, Trasíbulo envió al mensajero de Periandro de vuelta a casa sin ofrecerle consejo alguno.

“Cuando el hombre volvió de Corinto, Periandro estaba ansioso por escuchar las recomendaciones de Trasíbulo, pero el mensajero dijo que no le habían dado ninguna. De hecho, dijo, estaba sorprendido porque Periandro lo había enviado a donde una persona extraña –un loco que destruye sus posesiones– y describió lo que vio a Trasíbulo hacer.”
Periandro captó la recomendación.

3.


Especulo que el mensajero nunca quiso perder su cabeza a manos de Periandro. Para ello jugó en casa, y en el extranjero, el papel de humilde ignorante. De otro modo, un emisario pretencioso habría dejado de ser una espiga de cereal oculta en la multitud.
En el Cádiz Jorge pasó de ser ‘El Mago’ a ‘El mágico’. Esto lo dice él, pero tan sólo repite lo que alguna vez dijo un periodista. “Yo era lo que hace el Mago, o sea, algo mágico.” Nada de protagonismo, a duras penas un adjetivo, un encantamiento, la destreza usada para despistar y anotar.

Cada vez que Jorge aparece frente a un periodista, al igual que en el campo de juego, desaparece. Su atención no está puesta en la persona extraordinaria, está en el anonimato, en cumplir y entregar el mensaje, en llevar la pelota, en protegerla y depositarla en la red.

El periodista insiste, quiere ver al personaje, quiere que Jorge se luzca: “¿Dónde habría llegado de haberse cuidado?” El mensajero no revela el secreto ni sobresale: “No sé. Gracias a Dios, me siento bien conmigo mismo. No sé quién sería ése que imagina la gente. Me gusta vivir a mi manera. Intenté llegar lo más lejos posible, pero a veces no lo conseguí. No porque no hubiese querido, sino porque a veces me recogía un poco tarde en casa, alguna vez me pillaba por ahí a deshora, pero eso es una persona normal, ¿no?”
Nada de homenaje, una persona normal que se divierte con el juego y que en las noches, dicen los habitantes del Cádiz, si andaba por los bares hasta la madrugada pero siempre tomando un vaso de leche.

Dice él: “No ha habido ningún homenaje. No hubiese venido. A mí no me gustan los homenajes. No me gusta el protagonismo.”

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María Catano


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