Jaime Garzón y la crítica al poder

María Paula Martínez, profesora del Ceper, eligió a Jaime Garzón como su periodista colombiano favorito. Por control al poder y por el uso de personajes populares para ironizar la política nacional.

por

María Paula Martínez


09.02.2016

Foto: Juan Pachón @ Flickr

Jaime Garzón iba para el estudio de Radionet el 13 de agosto de 1999 cuando fue asesinado. Una muerte anunciada en un país que solo ese año vio morir a siete de sus periodistas. Estudió derecho, pero enfrentó al poder  sobre todo desde el periodismo que ejerció por cerca de diez años, en el noticiero Zoociedad, en ¡Quac!, CM& y en la Lechuza de Caracol radio.  Es el mejor humorista político que ha tenido este país y desde su muerte, un símbolo de impunidad y silenciamiento. Garzón uso el humor, la retórica que la nación colombiana prefiere para tratar de entender, en medio de la tormenta, las razones de ser como somos, de vivir lo que vivimos. La genialidad de su humor es legendaria así como la construcción de personajes y la capacidad de usar la sátira para hablar sobre la política de esa Colombia de los noventa. Con los personajes de Dioselina Tibaná, Néstor Eli, Godofredo Cínico Caspa, y Heriberto de la Calle encarnó las muchas formas de ser colombiano. Usó sujetos populares para ironizar al poder, hacer autocrítica y generar reflexiones de país en horario primetime. 

Desde el 1999 el periodismo y el país extraña a Garzón.  Su forma de hacer humor político fue tan suya, que murió con él. Nadie se atreve a hacer nada igual. Tal vez  por temor a no lograrlo de forma tan brillante, o por el miedo natural que existe en un país que calla a la diferencia y que está acostumbrado a un periodismo arrodillado y no uno contestatario y que se burla de los poderosos. Dieciséis años después de su muerte Garzón vive en Youtube, en las paredes de la Universidad Nacional que lo recuerdan y en la CIDH que desde el 2011 lleva su caso.

Una frase de Garzón para recordar: “el articulo 11 para vergüenza de nuestra constitución dice: nadie podrá ser sometido a pena cruel, trato inhumano o desaparición forzada. Es algo así como si uno llega a una casa de visita y un letrero dice ‘por favor no se suene con el mantel… uno dice: ‘no pues los que viven aquí son unas bellezas’. ¿Saben qué tradujeron los indígenas?: ‘Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente’ (…) Con ese artículo que nos aprendamos… salvamos este país”.

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