ABC de la cultura neerlandesa: tulipomanía

Este año la Filbo llega vestida de naranja. Holanda, el país invitado de honor nos trae un cartel de autores, poetas, diseñadores y arquitectos. Para acercarnos más a su cultura les presentamos la primera entrega del ABC neerlandés: Tulipomanía

por

Ángela Rivera


18.04.2016

Foto: Yuting Hsu @ Flickr

En los Países Bajos del siglo xvii la fortuna de un hombre podía medirse en pétalos. Más que florines, se atesoraban bulbos. Más que bóvedas repletas de lingotes de oro, había jardines. Eran buenas épocas para el territorio neerlandés. Durante ese periodo que se conoce como su Siglo de Oro, Los Países Bajos era una tierra de burgueses sin rey, con mucho dinero proveniente del poderío militar, marítimo y comercial adquirido por su flota mercante The Dutch East Indian Company (VOC por sus siglas en holandés)del crecimiento y fortalecimiento de la clase burguesa y del monopolio de las actividades coloniales en Asia. Y justo en medio de este periodo de expansión, de florecimiento cultural y económico, los Países Bajos vivieron uno de los momentos más extraños de su historia: tres años, de 1634 a 1637, en los que un tulipán valía mas que su peso en diamantes.

 

Una planta especial

Los tulipanes son una especie bulbosa que llegó a Europa occidental desde Turquía. Una sola semilla requiere entre diez y doce años para formar un bulbo, madurar y florecer. Sin embargo, es posible acelerar el proceso: alrededor de un bulbo madre crecen bulbillos o clones , máximo cinco que se recolectan y se siembran de nuevo. Este procedimiento solo es posible una vez al año después de la floración. Los clones ya no tardan diez años en desarrollarse, solamente tomarán entre uno y tres años.

Además del tiempo que duran madurando, los tulipanes solo florecen tres meses en el año, de marzo a mayo. En ese periodo no es posible moverlos de la tierra. Es necesario esperar a que la flor regrese a ser un bulbo para cambiarlo de jardín. Solamente, entre junio y septiembre pueden removerse y transportarse de manera segura. Finalmente, en octubre se siembran para que florezcan de nuevo en la siguiente primavera.

Tres bulbos de tulipán podían valorarse igual que una casa de fachada amplia sobre la orilla de Herengracht, uno de los canales con más renombre en Amsterdam y donde los mercaderes más adinerados tenían una propiedad

Conrad Gesner, un botánico y físico de Züric, describió el primer tulipán que se vio florecer en Europa occidental en abril de 1559. Este primer tulipán pertenecía al jardín de un abogado de apellido Herwart, en Augsburgo (Bavaria). Conrad señaló que los pétalos eran rojos y que germinó de una semilla que pudo haber llegado de Constantinopla o Cappadocia. A Los Países Bajos, por su parte, llegaron en 1590 gracias a la gestión del botánico neerlandés Carolus Clusius, director del Jardín Botánico en la Universidad de Leiden, en el sur occidente de Holanda. Fue en tierras neerlandesas, 44 años después, en donde los bulbos adquirieron precios astronómicos. Tres bulbos de tulipán podían valorarse igual que una casa de fachada amplia sobre la orilla de Herengracht, uno de los canales con más renombre en Amsterdam y donde los mercaderes más adinerados tenían una propiedad.

Los altos precios no solo eran el resultado del tiempo que tomaba un bulbo en madurar ni que solo produjeran un máximo de cinco clones y únicamente pudieran moverse en periodos específicos. La belleza de la flor enloqueció a la clase alta, y pronto la flor se convirtió en un símbolo de poder adquisitivo y, por supuesto, de buen gusto.

Tulip Breaking Virus (TBV)

Este virus quiebra la uniformidad del color de los pétalos y produce diferentes tonalidades. Cuando los tulipanes llegaron a tierras neerlandesas, algunos contrajeron este virus adquiriendo así una apariencia exótica. La atracción que sentían los pobladores de estas tierras por objetos extraños o traídos de otros continentes los llevó a pagar  precios astronómicos por cada bulbo. Media onza del tulipán más apetecido, el “Semper Augustus”, tenía un valor de 264 veces su peso en oro o, por barato, 5.500 florines.

 

Semper Augustus

De acuerdo con Charles Mackay, en su libro Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, un “Viceroy” se vendía por 2.500 florines que para la época equivalía a:

 

  FLORINES
Dos cargas de trigo 448
Cuatro cargas de centeno 558
Cuatro bueyes gordos 480
Ocho cerdos gordos 240
Doce ovejas gordas 120
Dos toneles de vino 70
Cuatro tuns* de cerveza  32
Dos toneladas de mantequilla  192
1000 lb. de queso 120 
Una cama completa 100
Un ajuar de ropa 80
Una copa de plata  60
2500

 

 

*1 tun equivale a 252 galones.

Símbolo de riqueza

A falta de una familia real, y a pesar de la austeridad calvinista, la estratificación social en los Países Bajos se establecía a través del consumo de bienes de lujo: casas de fachadas amplias, comisiones de retratos y pinturas, trajes con cuellos anchos y largos tejidos con seda y algodón. Algunos bienes que llegaban desde Asia, producto de las expediciones de la VOC como las porcelanas chinas e indonesias, cofres japoneses, telas de la india, perlas del Golfo de Mannar y diamantes de la India y Borneo. Dentro de esta lógica social, los tulipanes eran objetos para coleccionar, representaban opulencia y estatus social: toda casa ‘de buen gusto’ debía tener un jardín de tulipanes.

La clase media, queriendo imitar a los hombres prominentes de la ciudad, también se dejó seducir. Junto a los condes y burgueses —que reforzaban su fortuna—, los mercaderes, tenderos y zapateros depositaron su futuro financiero en la práctica de vender y comprar tulipanes. En el libro Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, el periodista escocés nacido en el siglo xix, Charles Mackay, cuenta que muchas personas vendían o hipotecaban sus casas y pertenencias para comprar tulipanes, revenderlos y así hacer fortuna.

Su reputación creció tanto que era posible entregar un bulbo como el dote de una novia. Comisionar una pintura que capturara para la posteridad la belleza  de un «Semper Augustus» era mucho más barato que el mismo tulipán. Un ejemplo claro: «La ronda nocturna«, una de las obras más celebradas del pintor neerlandés Rembrandt y del arte de la humanidad, le fue comisionada al artistas por unos 1.600 florines. Un poco menos de la tercera parte de lo que podía llegar a costar un Semper Augustus.

Cuando los precios llegaron a su punto máximo uno sólo equivalía al ingreso anual de un artesano multiplicado por diez. Los bulbos se tranzaban en las bolsas de valores de Amsterdam, Rotterdam, Harlem, Leyden, Alkmar, Hoorn y otros pueblos.

 

El peso

Otro elemento que fijaba el precio de un tulipán era su peso.  P.T.Barnum, el más grande showman de Estados Unidos a finales del siglo xix y estudioso de los delirios del mundo, escribió en su libro The Humbugs of the World  (Los disparates del mundo) que, para asegurar que cualquier persona pudiera acceder a los tulipanes, se creó una nueva medida de peso: el perit. Era una medida tan pequeña que en 450 gramos había 8.000 perits. Así, una sola raíz de tulipán, con un peso de entre 14 y 28 gramos, equivalía a unos 200 o 400 perits. Lo insólito del asunto es que incluso estos ínfimos 200 o 400 perits de raíz de tulipán eran impagables para muchos. Entonces, quien que no tuviera la capacidad de comprar un bulbo de tulipán completo, podría adquirir un perit o dos: una pequeñísima parte de la raíz de la planta. “Imagínese al dueño de un perit tratando de cobrarlo y llevárselo al bolsillo», escribe Barnum en su libro, «Podría cortar esa fracción de la raíz de un bulbo, dañarlo y llevarse un pedazo de pulpa de tulipán al bolsillo a la que no podía darle uso alguno”.

Cuando el frenesí por los tulipanes se agravó, alrededor de 1636 y 1637, la compra y venta de tulipanes se basaba en un sistema parecido al de los «futuros» en el mundo financiero de hoy. Es decir, comprar un bien a un precio acordado pero reclamarlo y pagarlo en una fecha futura pactada. Si alguien estaba interesado en comprar un tulipán que florecía en un jardín, pero no podía llevárselo de inmediato porque arrancarlo del suelo significaría matarlo, compraba el derecho a una venta futura. Es decir, compraba el derecho a reclamar el bulbo cuando ya pudiera removerse de la tierra.

A raíz de esta práctica, la gente dejó de comprar tulipanes físicos y se dedicaron a comprar y a vender futuros. Alguien compraba el futuro por 12 florines, luego esa persona lo revendía a 25, y después ese segundo comprador lo vendía a 50, y así los precios iban aumentado sin control. La mayoría de las veces ni siquiera se sabía si realmente existía físicamente el tulipán consignado en el papel. Esto ha llevado a muchos a decir que la tulipomania es uno de los primeros ejemplos de una burbuja económica en la historia de la humanidad.

 La apariencia de cebolla

Los bulbos  tienen aspecto de cebolla: ovalados, de color blanco recubiertos por un cáscara delgada y marrón. Fáciles de confundir, y por qué no, ser consumidos. Y eso fue precisamente lo que pasó a un marinero neerlandés. Cuenta P.T.Barnum, que este hombre confundió un tulipán con una cebolla. Lo devoró acompañado de un arenque fresco, sin ser consciente que a bocados se engullía un “Semper Augustus”; la fortuna de un mercader. El marinero terminó pagando un par de meses de prisión por culpa de su desayuno.

Tal vez este sea el episodio que inspiró a la escritora británica Deborah Moggach en su novela Tulip Fever, una historia de amor imposible entre dos amantes. Ella: esposa de un mercader acomodado; él: un pintor sin fortuna. Planeaban escaparse y hacer una vida juntos lejos de su tierra. La única fuente de dinero que cambiaría su destino sería un bulbo de tulipán. Sin suerte, los planes se ven truncados porque quien debía recibir y entregar el tulipán decidió saciar su hambre con un arenque y una cebolla que le habían encargado entregar. La efervescencia de ese amor terminó en un final trágico, como también el frenesí de los tulipanes. En 1637 las clases adineradas, quienes le habían dado valor, dejaron de tenerlo en sus casa y jardines y solamente lo tranzaban. Charles Mackay cuenta en su libro que “los prudentes” empezaron a dudar de que esa emoción durara para siempre. Se veía venir que, al final, alguien debía perder. Ese razonamiento se extendió a lo largo y ancho del país. Los precios empezaron a caer. En cuestión de seis semanas un “Semper Augustus” de 4.000 florines pasó a costar 400. La bancarrota fue inminente e inevitable. Los que hicieron dinero lo escondieron de sus conciudadanos y lo invirtieron fuera del territorio neerlandés. Muchos, dice Mackay, lo hicieron en fondos ingleses. Los que venían de origen humilde regresaron a su estado inicial y varios burgueses adinerados vieron su fortuna marchitarse. La riqueza que trajeron los tulipanes quedó reducida a un par de bulbos cubiertos por tierra o guardados en algún cajón.

Un tapiz de mil colores

Hoy en día los tulipanes son un símbolo de Los Países Bajos, protagonistas de postales, souvenirs y, por su puesto, del campo neerlandés. Este país exporta aproximadamente dos billones de tulipanes al año y existen alrededor de 500 empresas cultivadoras. Entre marzo y mayo los campos holandeses se cubren de tonos multicolor. Es la época para visitar 32 hectáreas de flores, con 7 millones de bulbos de primavera sembrados. Todos concentrados en Keukenhof, un parque creado para mostrar lo que la floricultura de Los Países Bajos tiene para ofrecer. Después de una visita así, llevarse un bulbo de tulipán para plantarlo en la casa será el siguiente paso. Con 7 euros podrá comprar 25 bulbos de tulipán. Una cantidad que hace casi cuatro siglos le hubiera costado varias fortunas.

 

 

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